Diez renombrados diseñadores, diez productos, diez regiones del mundo. Es la ecuación de una institución ambientalista para generar conciencia sobre un consumo que no atente contra la naturaleza.
› Por Luján Cambariere
A pesar de ser los mayores responsables de haberle impuesto esta particular dinámica al planeta –o justamente por eso– en el primer mundo se escuchan voces de personajes preocupados por el rumbo que tomaron el consumo y el diseño. Un dato de lo más contundente permite apreciar la importancia del asunto: el 80 por ciento del impacto ambiental de un producto se origina en la fase de diseño. Así, partiendo de la idea de que a los proyectistas les cabe parte de la responsabilidad, en ellos también puede estar la respuesta hacia un consumo más responsable.
En esa línea de pensamiento, la institución ambientalista The Nature Conservancy invitó a diez diseñadores a crear objetos con materiales sustentables de alrededor del globo. Madera, bambú, plantas, lana y otros materiales orgánicos de áreas que ellos se ocupan de proteger, que sirvieran para revelar, además de la belleza y tesoros de estos parajes, la relación particular de la población de esos lugares con su entorno.
Un diseñador, un material y una región que protege la ong. Esa ecuación multiplicada por diez dio vida a una muestra, Design for a Living World, curada por Abbott Miller y Ellen Lupton, que abrió sus puertas en el Smithsonian’s Cooper-Hewitt National Design Museum de Nueva York y este mes comienza a itinerar por el mundo, un libro y la convicción del potencial de trabajar en sintonía con la naturaleza.
Comenzando por el país anfitrión de la muestra, Estados Unidos, fue una americana, la diseñadora Maya Lin, a la que se le propuso trabajar con madera de maple rojo de un bosque manejado de forma sustentable en el estado de Maine. Ella ideó una banca cuyo asiento está formado por listones de esta madera certificada formando una superficie irregular, acanalada y ondeante, invirtiendo la manera en la que generalmente se utilizan los tablones.
También dentro del territorio norteamericano, pero esta vez en el estado de Idaho, fue otra diseñadora, esta vez textil y de los Países Bajos, Christien Meindertsma, a la que se la instó a trabajar con lana, un material natural y biodegradable y del que muchos comienzan a ocuparse después de que se le diera mucho impulso el año pasado, declarado por la FAO el año de las fibras naturales. Graduada en la Design Academy de Eindhoven, diseñó con un kilo y medio de lana (lo que se obtiene en promedio con la esquila de una oveja) una alfombra formada por once mosaicos tejidos con ayuda de agujas gigantes que ella misma fabricó y la forma del animal.
Región que hoy impacta por su frescura e ideas. Por eso no es de extrañar que varios de los proyectos surgieran por aquí. En Bolivia se llevaron a cabo dos usando maderas certificadas por el Forest Stewardship Council (FSC). El propio Miller, socio de la firma Pentagram, diseñó una silla a partir de cortes en una tabla de madera contrachapada con un desperdicio mínimo y la posibilidad de ser transportado en una caja y ensamblado posteriormente en su lugar de destino. Por su lado, la mexicana Paulina Reyes de la marca Kate Spade combinó madera con una fibra obtenida de las hojas de palma, para crear una serie de bolsas de mano inspiradas en paisajes de las tierras indígenas de Guarayos, en el departamento de Santa Cruz.
Por su parte, los mexicanos recibieron a la holandesa Hella Jongerious, diseñadora famosa por sus creaciones para Droog y Vitra. Ella –no es para menos– se fascinó con un material muy original, una especie de chicle, látex vegetal de la península de Yucatán, que en su estudio en Holanda derritió, moldeó, estiró, de mil formas que devinieron en piezas de arte-objetos.
Mientras que fue en Costa Rica donde se materializó uno de los proyectos con mayores posibilidades comerciales. Allí el cacao, fuente de ingresos de muchas comunidades indígenas desde tiempos prehispánicos, comienza a ser cultivado según los criterios del Comercio Justo. Fue nada menos que Yves Béhar, director de Fuseproject, quien en contacto con la comunidad Bribi que habita el parque internacional La amistad, se ocupó de crear un dispositivo para el ritual del cacao. Un artefacto que sirve para raspar la pieza de cacao orgánico que la cooperativa produce y a la vez introducirlo en las bebidas calientes. Todo en un pack realizado con otros materiales de la zona.
Bastante más al norte, le tocó nada menos que al diseñador de modas Isaac Mizrahi la misión de ocuparse del salmón. Es que en Alaska, otra de las regiones donde trabaja esta ong ambientalista, es uno de los principales sustentos de la economía local, que aprovecha su carne pero no la piel, ahora reconsiderada para ser curtida en pos de la creación de indumentaria y objetos. Para estimular esta nueva visión, Mizrahi creó un bello vestido y un abrigo.
Dentro de los materiales ecológicos por excelencia, que existen desde siempre, pero conforme esta toma de conciencia es revalorizado en el mundo entero, el bambú fue objeto de estudio del israelita Ezri Tarazi. A él le tocó viajar a China, y el resultado fue un asiento y varios sistemas que funcionan como soportes para objetos de uso cotidiano como televisores, luminarias o computadoras. Aunque el potencial de este material orgánico, biodegradable y de altísimo crecimiento, es enorme y ya son muchos, comenzando por el pionero, el arquitecto colombiano Simón Vélez, quienes exploran sus múltiples posibilidades.
El diseñador de joyas Ted Muehling estuvo en las islas de Micronesia trabajando con marfil vegetal, semillas y perlas negras en una serie de bellos brazaletes, collares y pulseras.
Por último, a otro norteamericano, Stephen Burks, le tocó viajar a los bosques húmedos de Godwana en Australia, donde trabajó con las etnias aborígenes Noongar. Burks es reconocido por una computadora que diseñó a muy bajo costo para que pudiera ser accesible a todo tipo de hilos. En este caso, trabajó con una comunidad que vive de recolectar plantas y semillas con las que crean medicinas y productos naturales para el cuidado de la piel, junto a los que creó una serie de dispositivos –Totems– con maderas regionales que les facilitaran la cosecha, molido y envasado de estos productos.
“Nuestra meta con la exhibición es conectar a la gente con un mundo natural, explorando la historia de los lugares y su gente a través de innovaciones de diseño”, explica Mark Tercek, presidente de The Nature Conservancy. “Y además abrir un importante diálogo entre los conservacionistas y los diseñadores sobre el potencial y legado de los materiales naturales, ya que eligiéndolos ellos hacen una enorme contribución en pos del cuidado del planeta”, rematan.
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