Sáb 27.11.2010
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Para sumar el diseño

El programa Sume Materiales de la Fundación Sagrada Familia incorporó diseño y su corralón social maneja a la perfección la ecuación precio, calidad y funcionalidad.

› Por Luján Cambariere

Sumar diseño. Ese que nace de necesidades reales y aporta soluciones a problemas graves. Esto es lo que incorporó la reconocida organización Fundación Sagrada Familia, que trabaja hace más de 30 años en pos de garantizar una vivienda digna a poblaciones de bajos recursos para uno de sus programas más importantes, Sume Materiales. Un corralón social cuya meta es facilitar a familias necesitadas el acceso a los materiales para la construcción o refacción de sus viviendas a un valor diferenciado.

La historia comienza como tantas otras del sector social, con nombre propio. Ana Clara Waserman, diseñadora industrial, que ya venía dando muestras de su talento a través del colectivo de diseño Bondi y de su sensibilidad social con su participación en proyectos orquestados por una pionera en estas cuestiones, la profesora Beatriz Galán, desde su cátedra en la Universidad de Buenos Aires, creó por puro empuje y motivación personal un puesto diseñado a la medida de las urgentes necesidades de esta organización. Una labor que más allá de lo celebrada resulta absolutamente ejemplificadota para las nuevas generaciones de proyectistas y esclarecedora para demostrar las incumbencias que tiene el diseño en nuestra sociedad.

–¿Cómo funciona el corralón?

A. C. W.: –La Fundación Sagrada Familia nace hace más de 30 años con la misión de contribuir a la promoción de las personas y a la consolidación de las familias, a través de programas para facilitar el acceso a una vivienda digna. Sume Materiales es uno de ellos, que actúa como nexo entre quienes tienen materiales de construcción y mobiliario para donar y quienes los necesitan. Sume retira a domicilio elementos en desuso, los acondiciona y los vende a precios diferenciados de acuerdo con la capacidad de pago de cada familia. Una lógica muy simple, que parte de la base de lo que para unos es sobrante, es lo que otros necesitan. El programa está destinado a las personas que más lo necesitan. Tenemos un trabajador social que hace las visitas a las casas, a las que luego se les da un descuento que va entre un 30 a un 50 por ciento. La idea es que todo lo que llegue acá sea un 50 por ciento más barato que en el mercado. Además el programa se autosustenta, por eso me interesó trabajar desde el diseño.

–¿Qué tipo de cosas llegan?

–Nosotros recibimos todo lo que la gente dona. Azulejos, pisos, alfombras, muebles de cocina, mesadas, alacenas. Tenemos planes canjes con algunas empresas de sillones, por ejemplo, o cocinas que nos mandan las que les entregan. Muchas ventanas, puertas. Las chapas vuelan, también los sanitarios. Lo que la gente viene a buscar son las cosas necesarias para armar una casa.

–¿Decías que deben acondicionarlas?

–Acá llega de todo y en cualquier estado y ahí es donde arranca el diseño. Además hay otro factor. Cada vez más te encontrás con que las cosas no están diseñadas ni fabricadas para que duren. Ni para que sean reacondicionadas como pasa con un mueble antiguo de madera maciza. Por ejemplo, el aglomerado, del que están hechos casi todos los muebles de la actualidad, una vez que le entró agua no sirve más. Entonces, por un lado, te encontrás con cosas que hay que refaccionar y otro montón de descarte que tenés que usarlo para un rediseño, porque no puede volver a su carril tradicional.

–¿Por eso decidieron ampliar o reacondicionar el taller?

–Cuando yo empecé había un carpintero arreglando cosas y un herrero haciendo marcos a pedido. Así que lo primero fue montar un taller flexible porque acá tenemos todo tipo de materiales y el valor agregado nuestro pasa por combinarlos.

–¿Por qué y cómo empezaste?

–Sentía que me faltaba la parte más real de la historia del diseño. Estaba en la facultad y quería hacer un diseño más en serio, en pos de la sociedad donde los condicionantes sean reales y no conceptuales. La búsqueda artística o conceptual me parece muy interesante y la sigo explorando, pero pensé de qué se trataría esta otra búsqueda. Y fue mi hermano que trabaja en el sector social quien me presentó a la gente de la organización Idealistas y así, sin saber aún exactamente qué quería o podía hacer desde mi profesión, me contactaron con el director de la organización. Le comenté a grandes rasgos el rol del diseñador, desde un lugar muy naive, y me trajo acá. Entré a este galpón y cuando vi todo este potencial, un corralón que desborda de material pero a la vez con sus limitantes, me pareció muy interesante. Arranqué como voluntaria, explicándole a quien es hoy el director ejecutivo, Alejandro Besuschio, qué puede hacer el diseño. En ese momento había un carpintero que arreglaba lo que llegaba y un tallercito de herrería, porque tenemos un donante muy importante, Penta KA, de perfiles estructurales con los que hacemos marcos de puertas y ventanas. Entonces me propuse como voluntaria para trabajar con el carpintero a ver qué podíamos hacer. Empezamos produciendo en serie una mesita de luz con aglomerado porque teníamos recortes chicos. Cosas súper simples. Pero el programa creció muchísimo y él no daba abasto. Así que me tocó escribir mi puesto de trabajo y arrancar a full. Fue y sigue siendo un recorrido muy interesante. Empecé saliendo con el trabajador social para entender las necesidades. Ahí me quería morir. La primera sensación fue devastadora porque los problemas son de vivienda. Te encontrás a cada paso con gente que te dice: “Entra agua por acá, por allá. Tengo humedad y tengo artritis”. Lo sentí inabarcable, pero después lo fui encuadrando y analizando qué podía aportar desde el diseño. Muchas idas y vueltas hasta empezar a entender para solucionar y ver qué era posible.

–Básico conocer las necesidades reales de las personas...

–Fundamental. Así que este tiempo fue un mix de comprender necesidades de la gente, romper esquemas de la diseñadora día tras día, muchos paradigmas que se caen. Porque hasta ahora trabajaba con problemas que no son problemas. Porque una biblioteca no es un problema. O una necesidad básica. Y de eso tengo miles de anécdotas. Por ejemplo, acá yo veía que se hacían bibliotecas gigantes que se súper vendían, entonces hice una más angosta con un descarte que llegó y no vendí ni una. Porque la profundidad es un valor fundamental para el guardado integral, desde ropa hasta alimentos, entonces si vos le das 25 o 20 centímetros no sirven. Acá la gente compra desde la necesidad concreta. Imaginate cómo me rompe el esquema a mí porque desde el diseño más tradicional vivís incentivando el consumo porque es lindo, conceptual. Acá es funcional cien por cien y relación precio calidad.

–¿Por dónde empezás entonces?

–Cuando empecé a entender las necesidades, empecé a ver que mi stock era el desorden absoluto. Entonces empecé a ordenar los factores de producción. Y ahí el diseño es lo último. Yo trabajo con costos. Tiene que rendir en el día tanto para que sea sustentable. Para la vida de la gente que trabaja y de la que compra. Así que fuimos mejorando los talleres, ordenando el stock, el espacio, como se puede. Este es un trabajo que involucra a muchas personas. Uno de los caminos fue ese. Y otro, un proceso más de diseño, entender los problemas de una casa. Una casa necesita espacios de guardado, una mesa, lugares donde descansar. Ya dejé de pensar en camas o placares como los conozco, y empiezo a pensar al revés.

–¿Y conocer tus recursos?

–Los materiales fue un capítulo aparte. Me llevó muchísimo tiempo dejar de ver al aglomerado, un pedazo de mueble o un sillón como un sillón. Yo hoy los pienso como plumas, telas, hierro. Empiezo a pensar en las propiedades de las cosas y cómo las puedo combinar para solucionar problemas. Por eso nuestro taller es flexible.

–¿El aporte del diseño se manifiesta en muchas etapas?

–Es que el que tiene necesidades no tiene necesariamente el tiempo ni la habilidad manual o el conocimiento. Y acá, desde la fundación, hay un compromiso enorme en que las cosas que hacemos duren para siempre. Intentamos que una mesa, placard, ventana, dure mucho. Porque es la forma que sus sueldos rindan. Y lo que pasa, muchas veces a estas personas, es que frente al deseo compran mal, cosas de mala calidad. Entonces a veces en vez de ir mejorando con las compras empeoran. Entonces, el desafío del diseño acá pasa más que nunca por aportar soluciones inteligentes. No pensás desde el consumo, sino de hacer valer su dinero.

–¿Qué otros productos empezaron a ofrecer?

–Herrería de obra, rejas, ventanas, sigue siendo una necesidad básica. Pero después sumamos otros objetos.

–¿Cuál te sorprendió como suceso?

–La escalera. La gente busca mucho escaleras porque las casas crecen hacia arriba. Entonces yo propuse estandarizar escaleras, lo que al principio pareció una locura porque todas las casas son distintas. Todos tienen que subir a tres metros y piensan en la caracol como solución, que es sumamente peligrosa, porque no se usa para subir a un altillo sino para subir y bajar a la familia entera. Entonces hicimos una escalera recta, cómoda, útil, sólida, toda de hierro y las empezamos a stockear. Y volaban. Otra de las cosas que fui aprendiendo fue a combinar materiales. Entonces en hierro hacemos las estructuras, por ejemplo, de los bajo mesadas o mesas. Y las tapas son de aglomerado que de última se cambia porque lo durable es la estructura. Ese fue otro clic mío acá dentro. Podés poner dentro del diseño el recambio. Mi meta, en parte, se cumpliría cuando pueda ofrecer un paquete para el hogar tipo –mesa, silla, cama–. Porque siempre está el desafío del costo. A cuánto está en el mercado y a cuánto podemos lograrlo nosotros.

–¿Otras sorpresas?

–Me encontré con prioridades muy fuertes como las rejas y seguridad, que es casi más importante que tener una puerta o mesa. Que la apuesta debe pasar por la durabilidad y básicamente cómo podemos solucionar necesidades con lo que tenemos. Más que diseñadora, acá soy la encargada de darles valor agregado a las cosas para que roten. Acá nada puede quedar quieto. Ahora estamos tratando de sumar señalética, mejorar la exposición, el lay out, cartelería para que la gente encuentre lo que busca de un modo fácil y rápido.

–¿Por qué lanzaron el III Concurso de Diseño Social SUMA USO?

–Básicamente porque hay muchas cosas que entran con las que no sabemos qué hacer porque no damos abasto. El aglomerado entra muchísimo. Pequeñas piezas de todos los colores. Necesitábamos diseño aplicado a esos recortes, por eso el certamen convocaba a diseñar un producto útil para la vivienda a partir de esos recortes. La ganadora fue la DI Victoria Boccassini con su banco Bancorado que propone utilizar recortes de aglomerado unidos por una costura de cable o soga, para realizar un banco súper atractivo. El segundo premio fue para Juan Manuel Creus por su propuesta Ramo, un mueble de aglomerado hecho de diferentes tamaños, apilable y combinables según el gusto del usuario.

–¿Se presentaron muchas propuestas?

–El concurso contó con 44 proyectos provenientes de Argentina, Paraguay, España, México, Chile y Perú. Se ve que por suerte comienza a haber interés en estos temas. Acá estás produciendo cosas desde la mirada de la persona que necesita y eso es lo que a mí más me incentiva a seguir adelante. Y no sabés lo que te demanda desde la cabeza hacer cosas útiles, que puedan ser sustentables desde la producción, que tengan una estética con herramientas mínimas, desgastadas o no las adecuadas y pensar en logística. A mí me puso más a prueba que todo.

www.sagradafamilia.org.ar,
[email protected]

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