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Sábado, 1 de marzo de 2003

Una sorpresa en Recoleta

Escondido en plena Recoleta, el Hogar de la Misericordia es un rincón de alto valor patrimonial y función social que está siendo restaurado con rigor y paciencia. Un edificio muy especial que todavía tiene hasta equipamientos originales y que puede ser visitado los fines de semana.

Por Sergio Kiernan

Como una sorpresa inesperada, se abre al final de un largo, alto y bien preservado pasillo. Hay un toque iniciático en la llegada: la calle Azcuénaga, los peldaños al atrio de la iglesia, el gran portón de la izquierda, con sus bronces centenarios, el pavimento de hidráulicos, una mampara-segundo portón de aire colonial y eclesiástico, y allí, al final, todo luz, el gran patio. Es que la gran manzana de Peña, Larrea, Melo y Azcuénaga que fue asignada por el intendente Torcuato de Alvear hace 120 años a la Sociedad de Damas de la Misericordia y sus instituciones sociales, cuando Recoleta era campo, guarda cerca del pecho y apenas conocida una serie de edificios de alto valor patrimonial que están siendo restaurados con cariño, con rigor profesional y con mucho esfuerzo. Y que ahora se pueden visitar los fines de semana.
En 1884, la Sociedad obtuvo en concesión esta manzana despareja y rural, y comenzó las obras. Según una historia de la institución, los planos fueron del marqués de Morra y la construcción fue realizada por la obra de un tal Pinaroli. Con los años, las donaciones y las colectas, fue surgiendo un conjunto que hoy alberga una escuela, la capilla y sus dependencias, un hogar de ancianas y el único colegio pupilo de niñas que queda en la ciudad y no es del Estado, justamente en el edificio octogonal en restauración.
Este edificio tiene varias peculiaridades. La primera es su autonomía, ya que se asienta separado de las demás construcciones y es facetado tanto en su anillo interno como en el externo, lo que cuesta apreciar hoy por los agregados y expansiones sufridas a lo largo de los años.
La segunda característica es su tranquila, sufrida y calculada elegancia. El que mire con cuidado podrá notar que las ocho fachadas internas no son idénticas: cuatro tienen siete vanos, las otras cuatro apenas cinco. Es una solución encontrada para mantener el intercolumnado en su proporción óptima, donde cada vano tiene una altura de una vez y media el ancho. La proporción se repite en el primer piso. Las columnatas protegen anchos pasillos de circulación perimetral en cada planta. La identidad de estilo es tal, que la asimetría no se nota a primera o a segunda vista.
Parte del equilibrio del conjunto lo da su firme basamento, creado por un subsuelo semienterrado pero con ventanas a ras del patio, y muretes de material donde surgen las columnas. Los vanos centrales de cada fachada protuden encerrando un arco de medio punto y un pedimento triangular, que enmarcan escalinatas de siete escalones de mármol blanco con barandas de material. En el primer piso, el vano central también está remarcado, esta vez con una moldura recta en pendant con el pedimento inferior. El efecto es sólido sin ser dramático, clásico hasta la médula y muy, muy italiano.
El patio central tiene una suerte de techo vegetal con diez enormes árboles que le dan sombra y protegen una canchita de fútbol sobre el cemento peinado que le sirve de pavimento. El edificio exhibe sus problemas con dignidad: vegetaciones, líquenes violentos, falta de mantenimiento, humedades y quebraduras diversas. Lo que no exhibe es rastros de esa mala saña tan común, la de los que gastaron mucho dinero en estropear sus edificios con “modernizaciones”.
El doctor Felipe Monk, de la empresa Restauro SRL, está a cargo de la paciente tarea de la restauración. Monk, un veterano de estos trabajos y un especialista en relevamientos, realizó cateos y análisis que muestran que el edifico fue realizado con aglomerantes y materiales de baja calidad, usados con gran ingenio. Algunos muros donde se removieron los revoques permiten ver que las partidas de ladrillos raramente eran del mismo tamaño, así como exhiben las técnicas seguras de los albañiles italianos para erigir con lo que tenían a mano muros autoportantes que todavía están ahí sin graves problemas.
La involución del edificio fue lenta, en parte debido a que estas fachadas están en un microclima protegido, en el centro de una manzana.Monk realizó un lavado muy profundo, erradicó líquenes y removió mucha vegetación antes de empezar la consolidación de revoques. Una de las prioridades es salvar todo lo salvable y utilizar el mismo tipo de revestimiento calcáreo original. Recorrer la obra permite apreciar los perfiles de hierro de los talleres Vasena, las nada pretenciosas estructuras tipo ferroviario con bovedillas, los basamentos premoldeados de las columnas y hasta desagües de sección rectangular de zinc puro.
Las estructuras dieron trabajo: en un sector del primer piso los hierros están tan florecidos que curvaron el piso y hay que tener cuidado de no tropezar. El lado este, en el que nunca da el sol, todavía muestra una selva modesta de helechos y otras plantas creciendo en las fisuras.
Los fines de semana, el patio se abre para la Feria de la Baulera en la que se venden antigüedades, ropa y curiosidades. Así se puede apreciar este ámbito que los días de semana es exclusivo de las más de 140 chicas que viven en el primer piso y estudian en la planta baja. La Sociedad invirtió fuerte en restaurar estos ámbitos cambiando instalaciones eléctricas, renovando baños y dejando impecables los dormitorios. Impacta el esfuerzo, porque el edificio es enorme. Impacta también ver los dormitorios, con sus órdenes de ventanales originales hasta en las bisagras, y sus filas de columnas de soporte, con el logo de Vasena en relieve y sus exóticos capiteles “en loto”, una moda egipcia de la década de 1890.
Monk y su pequeño equipo de restauradores están completando la primera fachada interna del patio, lo que invita a hacer un “antes y después”. Y visitar el lugar tiene una yapa, comer en el increíble comedor del Hogar, revestido de mayólicas de un rojo subido, sobre mesas de pie de hierro colado y tapa de mármol de Carrara –restaurar una que se rompió costaría algunos centenares de dólares– y bajo un cielo de lámparas de hierro de cuatro brazos que alguna vez fueron de gas. El visitante detallista encontrará aquí y allá bovedillas, picaportes, mayólicas y hasta vidrios originales que ya cumplieron 110 años en su lugar, funcionando.
En resumen, visitar y vivir por un rato un edificio patrimonial desconocido que, donaciones y economías mediante, está siendo restaurado con rigor.

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