Sáb 05.03.2011
m2

Ridículos, indiferentes

El acto de vandalismo contra el puente de Alcorta y Pueyrredón viene envuelto en fundaciones y “kültur”. El gobierno porteño no se mueve ni bajo intimación, pero el montevideano tiene mejores ideas.

› Por Sergio Kiernan

Esa muestra de mal gusto urbano que es la pintura del puente sobre avenida Alcorta resulta cada vez más asombrosa. Resulta que es parte de un proyecto internacional de “arte” urbano que se presenta con un nivel de pomposidad notable. El asunto se llama “Proyecto Of Bridges & Borders” y es curado por un señor con el precioso nombre de Sigismond de Vajay. Los que perpetraron la “intervención” son el dúo de artistas suizos que firman “L/B”, por Sabina Lang y Daniel Baumann. Con un nivel de despiste sublime, le pusieron a su pintura “Beautiful Bridge 1”.

La alegre gacetilla de algo llamado Kültur Büro Buenos Aires informa que el acto de vandalismo fue realizado durante diez noches por diez personas, que usaron siete colores. Según el comunicado, la obra consta de “líneas que siguen la ergonomía de la construcción y logran unirse en su centro. Dinamismo, armonía, bienestar y readaptación del espacio: la obra ya se inscribe en el programa de ‘belleza y perfección’ que vertebra la producción de L/B”.

Ya se sabe que el arte de picar gacetillas no es de los más altos, pero ésta se luce. Por ejemplo, al afirmar que la ubicación del puente es “un enlace permanente entre la zona sur y el norte”, lo cual es manifiestamente dudable. O eso de la ergonomía, que casi atraganta al autor del puente, el arquitecto Silvio Grichner, que lo diseñó en 1960 junto a César Janello y al ingeniero Atilio Gallo.

En fin, lo concreto es que la amplia cadena de instituciones que perpetraron este evento urbano no pensó en el principal problema que tiene la inserción de piezas de arte en el contexto público, el del promedio de gusto. Y tampoco tuvo en cuenta que el puente de Grichner-Janello-Gallo ya es una pieza de arte público, con lo que intervenirlo de un modo tan disruptor genera un ruido propio.

Como el Kültur Büro trabaja con la Asociation Toit du Monde de Suiza, y tiene el apoyo de Pro Helvetia, la Fundación Avina, Plavicon y los infaltables ministerios de Desarrollo Urbano y Cultura porteños, será difícil que la medida se revierta: demasiados gastos ya hechos, demasiadas publicaciones ya encarpetadas, demasiados funcionarios privados y públicos comprometidos con el proyecto.

Con lo que queda una solución para el problema, la de intervenir la intervención, aerosol en mano. Lo que tenemos que hacer los porteños es expresar en los hechos nuestra opinión del bodrio de L/B o al menos de su descaso por el contexto urbano. Un poco de vandalismo puede enseñarles a las fundaciones a pensar un poco más antes de estropearnos nuestras cosas.

Vivir en este mundo

Un tema constante de la política porteña es la negativa total del gobierno porteño de invertir en tener capacidad de inspeccionar y controlar. El ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín, pone, ante cada desastre con o sin muertos, cara de experto sagaz y repite que no hay manera de poner un inspector en cada obra. Cosa que nadie le pide, ya que los porteños se conforman con un inspector cada tanto en bastantes obras.

La situación llega a tal absurdo que la Defensoría del Pueblo tuvo que señalarle a Desarrollo Urbano que tiene que intervenir cada tanto. Lo hizo a raíz de la denuncia de una vecina, María Luisa Tobar, sobre una obra alevosa por lo ilegal y por lo visible en Gelly y Obes 2233, allá por el décimo piso. El ombudsman adjunto Gerardo Gómez Coronado se acercó a inspeccionar el lugar y se encontró con un edificio de trece pisos de altura diseñado por Edmundo Tonconogy y Justo Solsona en 1967. Desde la planta baja al piso nueve incluido, el edificio sigue la línea municipal. De ahí en más, se retira.

Pero al vecino del décimo piso se le ocurrió ampliar su departamento y simplemente mandó a construir ¡una losa de hormigón! Con lo que le hizo una amplia terraza a su vecino de arriba, ya que el techo del décimo ampliado es el piso del onceavo ampliado. El nivel de impunidad entre nosotros es tal, que todo esto se ve perfectamente desde la calle.

El 31 de agosto, la Defensoría le emitió un oficio a la Dirección General de Fiscalización y Control de Obra para pedirle que fiscalice y controle, ya que estamos. La Dgfyco ni se molestó en contestarles, por lo que el 15 de octubre le repitieron el oficio. Tampoco la contestaron y el 6 de enero le escribieron directamente al director general, el arquitecto Mario Boscoboinik, pidiendo una inspección.

El 13 de enero, al fin, llegó la respuesta. Resulta que la dirección general sí había ido al lugar y comprobado que había “una obra de ampliación terminada y librada al uso”. Los inspectores labraron un acta de contravención de la Ley 13.512 y otra de comprobación, y dejaron una de intimación para que los dueños presenten “planos registrados actualizados de la unidad en que se realizó la ampliación de trabajos constructivos”, con un plazo de 48 horas para el descargo. Taxativamente, la carta de la Dirección General confirmaba que “de no acatar la presente intimación se retrotraerán los trabajos constructivos ejecutados sin permiso y/o antirreglamentarios, a su situación original, a sus costas en forma exclusiva”. En buen romance, que se tendrá que demoler lo construido.

Pero pasaron los meses y la losa sigue ahí, lo más campante, para bronca de los vecinos. Con lo que Gómez Coronado redactó una recomendación en la que la Defensoría recomienda a la Dirección General que “lleve adelante el procedimiento que corresponda y en su caso a la demolición de las obras antirreglamentarias”, “cumpliendo estrictamente con los plazos administrativos y, de corresponder, aplicar las multas previstas en el Código de la Edificación”.

Es notable que la Defensoría tenga que recomendarle a un funcionario cumplir su deber más básico. Y de paso una intriga: ¿va a sancionar el CPAU al profesional que hizo la obra? ¿O los tribunales de ética son sólo para los que molestan a la conducción del CPAU?

Museos orientales

En Montevideo están pasando cosas interesantes. Resulta que la Ciudad Vieja, esa península que fue fortaleza y es casco histórico, está siendo cuidada de un modo particular. La Intendencia Municipal hizo obras públicas, creó campañas interesantes, como la que pone a vecinos notables –y vivos– en carteles de gran tamaño de sus propias calles, y está dando pasos para crear una sinergia especial en la zona.

Entre los pasos a tomar estuvo el de revertir el rumbo migratorio de talentos que cruzan el Río de la Plata al convocar a nuestro columnista Facundo de Almeida como el nuevo director del Museo de Arte Precolombino e Indígena de Montevideo. De Almeida es, como los lectores de m2 saben, licenciado en Relaciones Internacionales y tiene un magíster en Gestión Cultural, además de ser una de esas raras personas que tienen buenas ideas todos los días. Para mejor, el MAPI tiene una sede que es simplemente un caramelo y una plataforma para un especialista en patrimonio como De Almeida.

Resulta que este museo nace de una de esas uniones que tan fluidamente manejan los uruguayos. En 2004 se unieron la Intendencia y el coleccionista Mateo Goretti para darles a sus piezas un lugar en el mundo. Un año después se creaba la Fundación MAPI, que dirige Thomas Lowy, de modo de darle vida al museo, traer colecciones visitantes y generar actividades.

El edificio que la intendenta Ana Olivera confió a De Almeida es de primera agua. Es un vasto, noble y de a momentos edificio que fue alzado a fines del siglo XIX por el doctor Emilio Reus como una clínica hidrotermal, una de tantas inversiones de este canario millonario, banquero, inmobiliario, que desembarcó en Montevideo en 1887 y para 1890 se moría, joven y en quiebra. El lugar fue por muchos años una sede del Ministerio de Defensa, con lo que se perdieron sus artefactos específicos, pero no sus espacios originales. En 1986, la clínica-sede militar fue declarada monumento histórico nacional.

Con apoyo de Canarias, el edificio comenzó a renacer en 2003, en un proyecto de restauración todavía en marcha que recuperó sus espacios principales. Por ejemplo, su notable hall central, muy ornado y altísimo, coronado por una gran claraboya y con los pisos superiores balconeando. La obra dirigida por Isabel Miller y Agustina Mercader logró que la creación de Reus vuelva a dejar al visitante con la boca abierta. Una discreta muestra de fotos permite adivinar el enorme esfuerzo realizado: el lugar era un desastre.

Este trabajo se inscribe en una movida de recuperación de la Ciudad Vieja que tiene hitos en el Teatro Solís, el Centro Cultural español y la residencia Jareguiberry, además de las nuevas peatonales y de obras privadas que van mostrando la gloria de la arquitectura local. En el MAPI se exhiben en forma permanente 700 piezas precolombinas, algunas tan raras como una canoa encontrada bajo barros seculares, además de exhibiciones rotativas. Y la movida, conociendo a De Almeida, recién empieza.

Quien vaya a Montevideo no tiene más que acercarse a 25 de Mayo 279, entre Colón y Pérez Castellano, en la Ciudad Vieja.

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