Sábado, 12 de marzo de 2011 | Hoy
Por Facundo de Almeida
Hace unos meses relatábamos en esta columna la preocupación y movilización ciudadana en defensa del patrimonio arquitectónico en Esquina, Corrientes, y el alerta vecinal por la demolición ilegal e indiscriminada de casas patrimoniales.
Esquina tiene unos 30.000 habitantes y se ubica en el sudoeste de la provincia, a 336 kilómetros de su capital y a 668 de Buenos Aires. Fue la primera tierra correntina que pisaron los descubridores en su entrada hacia el norte por el río Paraná. El pueblo nació al levantarse una posta el 8 de noviembre de 1782, en tierras donadas por el español Benito Lamela cumpliendo con una promesa hecha a Santa Rita de Casia. El puestero mandó a construir una capilla en su honor, sobre una legua cuadrada de tierra en “la propia esquina del río Corriente”.
Su arquitectura colonial, sus casas con influencia española e italiana, y sus arboladas calles que bajan hacia el río y que en primavera se tiñen de fucsia y rojo por sus lapachos en flor, de amarillo por los guaranes y de violeta por sus jacarandaes, la transforman en una ciudad sumamente pintoresca.
Los ciudadanos de Esquina denuncian ahora un proyecto insólito: la construcción de un edificio de once pisos en el extremo costanero de las calles Velazco y Lavalle, violando la normativa local, pero sobre todo el sentido común.
El proyecto vulnera la escala de ciudad y es sin duda el monumento a la teoría del colmillo: ya vendrán los que quieran construir otros edificios a su lado. Para una ciudad “consolidada en (baja) altura” –como les gusta decir a los arquitectos para justificar sus atropellos–, es un claro atentado contra cualquier lógica de desarrollo urbano.
Escribo estas líneas desde la capital de un país, Uruguay, orgulloso de su rambla, y que ha sabido mantener la escala humana no sólo allí, sino también en casi toda la ciudad. La excepción es el área de Pocitos, que fue desarrollada en altura y cerca del río –a pesar de los consejos de Le Corbusier en su paso por Montevideo– y que hoy es motivo de lamento de los montevideanos porque es una rambla “con sombra”.
Esta ciudad, considerada entre las que ofrecen mejor calidad de vida en América latina, sede del gobierno central de un Estado y de numerosos organismos internacionales, refuta ese criterio de cabotaje que asimila edificios en altura con desarrollo. Una de las principales razones por la cuales es un destino elegido y codiciado es justamente por la protección, y por el acceso público y democrático a su rambla (con sol).
Lo curioso, o no tanto, del proyecto de Esquina es que, según denuncian los vecinos, no ha sido sometido al debate público y además estaría contrariando la normativa local.
Con gran sabiduría, la arquitecta Dioni Caino se pregunta por qué querríamos los esquinenses conseguirnos los problemas de las grandes ciudades: “¿Acaso no es justamente de lo que vienen huyendo quienes vienen a adoptarla como lugar para vivir?”.
¿Habrá tiempo para que el intendente Humberto Bianchi reflexione o querrá pasar a la historia como el precursor de la destrucción del paisaje urbano y ambiental de Esquina?
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