Sáb 12.03.2011
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CON NOMBRE PROPIO

Herencia textil

Una inyección de color y manos artesanas, el legado que Magdalena Sánchez de Bustamante plasma en su colección de textiles para la casa. Cuando el Norte se mete en el alma.

› Por Luján Cambariere

na antes de nacer, el textil estaba en sus genes. Un ADN, herencia, filiación... cómo llamar a esta relación que nace por ser jujeña e hija y nieta de otras que como ella vieron en el tejido una trama mucho más amplia y profunda que la material.

Magdalena Sánchez de Bustamante estudió antropología y eso, según cuenta, le dio la posibilidad de poder entender un poco más el significado y su historia dentro del maravilloso mundo textil andino y latinoamericano. Además, durante un tiempo, estuvo trabajando junto a su madre con las Warmis (mujeres perseverantes), tejedoras emblemáticas de Abrapampa, y eso, cuenta, le abrió otro campo de entendimiento en las fibras de camélidos, sus colores, teñidos y diseños. Hasta que maduró la idea de la marca propia que lleva su nombre a través de la que materializa en diversos formatos –almohadones, mantas, pie de camas, bancos, espejos, marcos– el imaginario y sobre todo el color, auténtico mana del Norte.

–¿Cómo empezás?

–Después de que dejé de trabajar con Warmi estuve dando vueltas para ver la posibilidad de hacer algo propio. Ahí surgió la idea de armar mi marca y empezar a diseñar mis productos. Por supuesto que a esto le tengo que agregar que nací en un entorno lleno de textiles, trapos, costuras, bordados. Ya desde mi bisabuela las telas fueron de un gran interés. Siguió mi abuela materna que tuvo un taller de costura junto con mi mamá, así que siempre estuve rodeada de telas y bordados, quizás por esa razón yo siempre me volqué en mi profesión al mundo textil pero entendiendo más el significado de cada pieza históricamente y arqueológicamente.

–¿De dónde tomás la inspiración para los motivos de tus piezas?

–Surge de una mezcla de conocimientos, experiencias y emociones, resultado de años de estudio, viajes y observaciones. Desde chica me gustaba viajar, tenía mucha curiosidad por conocer las diferentes formas de vida, la diversidad cultural expresada en las ropas, en la música, en las comidas, en la vida cotidiana de los distintos pueblos. Este interés me llevó a estudiar antropología, lo que indudablemente me brindó mejores herramientas para la comprensión de la diversidad cultural y sus diferentes lenguajes. En este proceso me fui interesando cada vez más en los textiles, principalmente en aquellos elaborados por las culturas originarias de Latinoamérica. En sus trajes, en sus mantas, que son de una riqueza incomparable. Los motivos no son de una cultura en particular, pero tienen una fuerte impronta de los textiles de América latina, especialmente los del mundo andino. Es como una matriz que reinterpreto en un lenguaje contemporáneo. Sobre todo porque acá en Jujuy, por la migración y la movilidad propia de la cultura andina tenemos muchas influencias.

–¿Qué materiales usás?

–Los materiales que uso son sumamente diversos. Privilegio aquellos que han sido elaborados en forma artesanal, pero también utilizo algunos productos semiindustriales elaborados por pequeñas empresas familiares que han incorporado algún tipo de maquinaria sencilla. La materia prima con la que los tejen proviene de los pastores de la región del Altiplano que son criadores de camélidos y ovejas. Los accesorios de los productos, especialmente aquellos que utilizo para los detalles de las prendas finales, son casi en su totalidad hechos artesanalmente.

–¿Quiénes los confeccionan?

–Durante todos estos años constaté que en nuestra región existe una gran cantidad de artesanos y artesanas muy hábiles que tienen conocimientos valiosísimos: tejedores, bordadores, carpinteros, herreros. Lamentablemente actualmente no encuentran oportunidades para vender sus productos a un precio justo, por lo cual terminan abandonando estos oficios y buscan otras formas de ganarse la vida. Cuando decidí armar el proyecto, tenía la idea de integrar a estas artesanas y artesanos, pero no quería armar una empresa de tipo tradicional. Estoy muy contenta porque finalmente lo pude concretar. He logrado articular un conjunto numeroso de artesanas/os, que confeccionan en forma independiente las distintas partes del producto: unas bordan, otras tejen, otras cosen. Cada una es especialista en lo suyo. Viven en distintos lugares y pueblos de la región. Ellas/ellos definen el valor de su trabajo. El valor final del producto es la suma de todas estas partes, más los costos de diseño y mercado. Es como una gran red. Todos estamos muy contentos porque los productos finales están teniendo muy buena aceptación y se están vendiendo muy bien.

–¿Como antropóloga, qué valor le das al tejido?

–En el mundo de las culturas prehispánicas el tejido tuvo un valor que fue mucho más allá de un uso utilitario. El tejido fue un lenguaje de gran importancia: a través del cual las culturas comunicaron distintos tipos de conocimientos: simbólicos, rituales, identitarios, de poder. Este concepto del tejido como lenguaje no se extingue con el paso del tiempo y sigue presente hasta el día de hoy en los pueblos latinoamericanos; no como algo fósil ni estático, sino como algo vivo que cambia, que incorpora nuevos elementos, y nuevos conocimientos que van incorporándose a la vida cotidiana. En este marco para mí el tejido no es solo la materia prima que sirve para abrigarse, cubrirse o vestirse. Sino se trata de un instrumento que transmite y comunica saberes y significados. Un lenguaje.

–Hablás de tu abuela, de tu mamá... ¿Allá siempre el vínculo con el textil es sanguíneo?

–Mi abuela materna era jujeña. Ella fue una mujer muy creativa, con grandes conocimientos sobre confección y diseño de indumentaria. Cuando yo era niña tuve junto a ella mis primeras experiencias de crear diseños, cortar y coser. Tengo muy buenos recuerdos de esos momentos. De todas formas, lo que hago ahora lo asocio a los aportes que mi mamá me transmitió. Ella también estudió antropología y una de sus grandes pasiones siempre fueron los textiles andinos. Ella me hizo conocer ese mundo y especialmente a valorar y respetar a las mujeres que los tejen y al extraordinario conocimiento que portan en sus manos. Al lado de ella aprendí esta pasión por los diseños. Igual, el vínculo sanguíneo con los textiles es más bien característico de la cultura andina de los pueblos indígenas: sus miembros fueron hábiles tejedores que transmitieron a sus descendientes sus valiosos conocimientos. Parte de esta herencia es la que intento poner en valor en los productos que estoy elaborando.

–¿Existe un temor al color en ciertos círculos?

–La elección de los colores que utilizo no fue una decisión voluntaria, salió así. Yo creo que más que en ciertos círculos, en nuestro país hubo en general durante muchos años, un temor al color. Todo tenía que ser controlado: en la ropa, en las casas. Creo que hay como una frontera entre los distintos sectores sociales en el uso del color que marca una diferencia. Recuerdo que cuando comencé a viajar por Latinoamérica al comienzo, hasta a mí me llamo la atención tanto color. Pero rápidamente me di cuenta que el mundo de las culturas latinoamericanas tiene un lenguaje del color increíble, diferente. Ahí sí que no tienen miedo: en Guatemala, México, Perú, Bolivia. Viajando pude tomar distancia de nuestros códigos. Primero me fascinaron el uso del color en América Central, pero luego me di cuenta que en nuestra región andina también era igual: los Andes son una fiesta de colores. Tuve que salir para verlos y cuando los vi se metieron dentro de mí y ahora salen de una forma que ni yo misma alcanzo a comprender.

Magdalena Sánchez de Bustamante:
www.magdalenasdeb.com.ar, 54388- 154100434.

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