El juez porteño Roberto Gallardo recorrió Parque Chacabuco atendiendo un amparo de los vecinos, que quieren parar las obras del gobierno porteño. El mismo ministro Chaín las defendió, antes de irse a la oficina en un patrullero.
› Por Sergio Kiernan
Este miércoles, la Justicia porteña hizo una inspección ocular de las obras del Parque Chacabuco, duramente cuestionadas por los vecinos, que presentaron un recurso de amparo. El mismísimo ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín, se hizo presente para defender la obra, acompañado de una verdadera retinue de secretarios, victoreado por una barra de empleadas públicas del CGP local que llegaron en una van azul, y ataviado con lo que parece ser su uniforme de ver vecinos, el sobretodo de pelito de camello y el saco de tweed a cuadros. No era para menos, porque lo que Chaín fue a defender fue su idea de que las plazas y los parques no son espacios seminaturales –como los jardines–, sino lugares construidos. Dijo algunas cosas imperdibles y se retiró, como un símbolo, a bordo de un patrullero de la Federal.
El amparo fue presentado el 23 de junio por la diputada porteña María José Lubertino y por los vecinos del Parque Carlos Gullo, Ana Laura Fuentes y Juan Pablo Rosendo, todos muy activos en estos temas. El juez porteño Roberto Gallardo, que se ha mostrado varias veces como muy lúcido en temas urbanos y de patrimonio, le hizo lugar y tomó dos medidas. La primera fue determinar que los trabajos actuales –la Etapa 3 del plan de obras– pueden continuar, pero no se pueden iniciar nuevos trabajos. La segunda fue que se hiciera este miércoles a las once de la mañana una inspección ocular con las partes.
El gran día mostró algunas cosas peculiares. Los vecinos vieron de inmediato que la gran fuente del parque estaba conectada, cosa que hasta ahora nunca había ocurrido y que dejó de ocurrir en cuanto Gallardo se retiró. Otra es que había un pequeño ejército de mujeres pintando los bancos de verde –una barbaridad, ya que los bancos son los antiguos de cemento, que no pueden pintarse– y las hamacas, y que se habían colocado panes de césped por todos lados, pese al frío, y hasta florcitas en un cantero. La furia pintadora había sido tal que hasta habían pintado los monumentos, como se explica en el recuadro.
Chaín y su sobretodo estuvieron escoltados por un enviado de la Procuración General y por un señor alto que seguramente representaba al contratista, ya que cada vez que se hablaba de algo concreto el ministro giraba y lo consultaba, más otras personas que nunca se aclaró quiénes eran, pero que trabajaban para él. El juez Gallardo caminaba, preguntaba, escuchaba y ponía orden. Los amparistas estaban allí y en nombre de los vecinos terminó hablando la muy activa Cristina Sottile, que se sabe de memoria el parque.
Chaín tuvo algunas de sus frases imperdibles, como decir que el diseño original del parque, creado por Thays, era romántico. El ministro también estuvo algunos momentos en blanco, como cuando empezó a confundirse entre las escuelas que están en el parque o dijo que los pesados pavimentos de bloques de cemento eran “porosos”. Los vecinos le señalaron que los bloques tal vez sean porosos y dejen drenar la lluvia, pero están montados sobre una base de hormigón en nada porosa. Chaín hasta llegó a negar que tuvieran hormigón abajo y los vecinos le mostraron fotos de la obra a medio hacer al juez.
Pero el fondo de la cuestión es que Chaín piensa que el Chacabuco original ya no existe, que fue deformado y que por lo tanto no vale la pena seguir la idea de Thays, sino imponer la estética de... bueno, de Chaín. En algún rincón del parque todavía queda algún sendero de ladrillo molido, pero es porque el ministro no llegó con su estética cementicia: senderos de cemento, sillones de cemento, bancos de cemento, mesitas de picnic de cemento, explanadas de cemento y, por encima, farolitos literalmente chinos, importados por su bajo costo en reemplazo de las farolas del parque.
En este furor cementicio hay errores que dan risa. El auditorio del parque fue colocado justo al lado de la autopista, donde el ruido no permite ni pensar con claridad, con lo que el lugar servirá apenas para tocar rock pesado. Los patios de juegos están llenos de cemento peinado, que parece diseñado para raspar rodillitas y romper dientes de leche. La región norte del parque está tan construida que parece un laberinto urbano, una suerte de peatonal con muchos árboles donde ya habitan linyeras, se acumula la mugre y abundan las pintadas.
Otro problema grave es el mismo que se ve en toda obra firmada por Chaín, la notable berretez de todo. Así como la peatonal Reconquista ya parece una ruina, el Chacabuco será pronto otra. Los materiales son de ínfima categoría y las obras no están pensadas para un lugar público. Hay cosas inexplicables, como pintar los bancos de cemento tradicionales de verde o hacerle al formidable tigre de bronce que recibe al visitante por la explanada desde 1935 una base de adoquines (¿se acabó el cemento justo ese día?). El aspecto actual del parque es caótico visualmente, con una superposición de estéticas que sólo resultan desagradables y dan la impresión de improvisación de siempre.
Otra cosa que el ministro dijo y repitió para justificar su trabajo fue que los vecinos le habían pedido las obras. Esto es curioso, porque no se sabe de audiencias públicas ni reuniones de CGP para discutirlas, mientras que sí se sabe que Chaín es poco amigo de este tipo de ventilaciones. Los vecinos amparistas estaban acompañados por otros vecinos, mientras que el ministro estaba acompañado de empleadas del CGP local.
Por algo se retiró en patrullero, bajo la sorna de la diputada Lubertino que preguntaba por qué no le habían mandado uno a ella también.
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