Sáb 02.07.2011
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Tandil, Salta y La Plata, tres oportunidades perdidas

› Por Patricio Di Stefano *

Pedro Ballesteros, responsable por la Unión Europea del Pacto de Ciudades Sustentables, afirmó en su última visita a Buenos Aires que diferentes urbes del mundo están tratando de “inventar” centros históricos, aun en los casos en que el material existente sea muy poco. Los motivos son múltiples. Los centros históricos constituyen un motor sustentable de desarrollo económico, fomentan el turismo, el comercio y el empleo. Sin embargo para Ballesteros el principal beneficio es el de constituir un factor de identidad para los habitantes. Los vecinos ven en su centro histórico aquello que diferencia su ciudad de las otras y esto los moviliza a sentirse parte de una comunidad. Las personas que aman sus ciudades, las cuidan. G. K. Chesterton escribió en Ortodoxia que si los hombres amaran su ciudad, como las madres aman a sus hijos, arbitrariamente, porque son suyos, en un año o dos ese lugar sería más bello que Florencia...

Las ciudades que tienen la suerte de tener una historia que contar, cuidan su patrimonio con el mayor celo y orgullo. No solo les reporta grandes beneficios económicos sino que las hace ser quienes son. Los centros históricos permiten entonces que las ciudades gocen de un desarrollo sustentable. Esto es un desarrollo económico posible de mantenerse en el tiempo, sin merma de los recursos existentes. Donde existe un centro histórico de importancia tienen una parte del trabajo hecho.

Argentina, por desgracia, sigue el camino inverso. Una extrema falta de planificación y visión hace que los centros históricos sean demolidos para construir edificios en ese mismo lugar, matando a la gallina de los huevos de oro. A las ciudades citadas en el título se pueden agregar otras cuyo patrimonio fue o está siendo demolido, como Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Bariloche.

El caso de Tandil es emblemático. Cuenta con paisaje natural envidiable y un centro histórico bellísimo que las autoridades se empeñan en destruir, sustituyéndolo con edificios de ocho pisos que lo transforman poco a poco a algo parecido al barrio de Belgrano. La construcción es algo positivo, en eso todos concuerdan, pero ¿no podían construir los edificios, digamos, a 10 cuadras del centro histórico? ¿Es posible que a nadie se le haya ocurrido?

La Plata fue fundada en 1882 y en poco tiempo se transformó en una de las ciudades más bellas del país. De ella decía Sarmiento: “Siéntese el visitante de Buenos Aires en el mundo que ha soñado...”. Ese mundo que los visitantes han soñado ya no existe, y lo que queda continúa siendo demolido.

Salta fue sin duda una de las ciudades coloniales más hermosas de América. ¿Por qué entonces demoler su bello casco histórico para construir edificios en ese mismo lugar? Hace poco tiempo tuve la oportunidad de conocer Villa de Leiva, una pequeña ciudad colonial de Colombia, rebosante de turismo nacional e internacional. En ese lugar, no solo todos los edificios históricos están protegidos sino que se ocuparon de volver a empedrar las calles que habían sido asfaltadas. El equivalente colombiano a nuestra Comisión Nacional de Monumentos Históricos ordenó que todas las nuevas construcciones, que son muchísimas, sigan estrictas normas para no desentonar con el resto del pueblo. En Argentina las ciudades son arrasadas y nuestra Comisión Nacional de Monumentos no hace absolutamente nada para evitarlo.

Algunas pocas ciudades argentinas sí han decidido seguir el camino del planeamiento y el desarrollo sustentable, y hoy ven sus resultados. El mejor ejemplo es quizás el de San Antonio de Areco, en la provincia de Buenos Aires. En este pueblo no hay edificios en altura y prácticamente todo su casco histórico (mucho más pequeño que el de Tandil) ha sido conservado. No hay ningún paisaje natural que la ayude pero hoy cuenta con 43 hoteles, 69 locales de talabartería, platería y artesanías, 41 restaurantes y decenas de comercios que viven del turismo. Todo, en un pueblo de 27.000 habitantes que es exactamente igual al resto de los pueblos de la zona. Los vecinos de Areco aman a su pueblo y se esfuerzan por mantener sus fachadas históricas en perfecto estado. Sin que haya una ley que los obligue, las nuevas construcciones son similares a las antiguas, ya que nadie quiere afear el pueblo del que todos están orgullosos. El resultado: trabajo, desarrollo, calidad de vida y progreso para sus vecinos. Cuatro factores que son bien escasos en nuestro país.

* Diputado porteño, presidente de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura porteña.

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