Sáb 17.09.2011
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Pérdidas y ganancias

El premio de la SCA a la intervención en el Casco Histórico y la destrucción de un edificio patrimonial en la calle Uspallata muestran la diferencia de calidad entre zonas protegidas y zonas donde manda la piqueta.

› Por Sergio Kiernan

nTodavía hay gente que anda diciendo que proteger el patrimonio en serio es retrógrado, romántico y perjudicial para los porteños. Son los que aceptan la catalogación de algún edificio puntual, formato Monumento Histórico, pero tienen un rechazo visceral a la zonificación, sea baja de alturas o Area de Protección Histórica. Pero todo el que no haga Arquitectura de Contadores, pensando sólo en dinero, sabe que esto no es cierto y que el aparente realismo de los especuladores es cinismo monetario. Esta semana se pudo ver en fuerte contraste qué resultados urbanos da la protección patrimonial: a un lado de la pantalla, los premios a la Mejor Intervención en el Casco Histórico de la Sociedad Central de Arquitectos; en el otro, el anuncio de otra obra ramplona y aburrida en Barracas.

La SCA presentó el lunes los ganadores de su premio y nada casualmente todos los distinguidos son tratamientos de calidad en edificios de calidad. El primer premio en la Categoría 1 fue compartido por Ana María Carrió por su estupenda restauración del hotel de Salta y Avenida de Mayo que hoy ocupa la Fundación Cassará, y el Estudio Hampton-Rivoira por las obras en Alsina 771. El segundo premio fue para el hotel en Chacabuco 762, de Neumann y Kohn, que fue tapa de m2 este mismo mes. La Categoría 2 distinguió al Hotel NH Towers de Urgel-Penedo-Urgel y Armando Otero y la obra de Daniel Silberfaden en Defensa 267. La Categoría 3 distinguió nada menos que las obras de restauración de Alric y Galíndez en el Pasaje Barolo, ese objeto poético de nuestra ciudad. Y el Museo del Bicentenario de B4FS recibió un premio a la puesta en valor del patrimonio arqueológico.

¿Qué tienen en común estos trabajos distinguidos? Que fueron realizados por arquitectos impecablemente comerciales, ni románticos ni opuestos a la construcción, y que están todos en áreas protegidas por ley. La SCA simplemente distinguió un aumento en el stock de calidad de la ciudad.

Pero fuera de estas áreas, donde la ley impide el adocenamiento lucrativo, pasan otras cosas. Por ejemplo, lo que ocurre ahora con el garaje de Uspallata al 700, una pieza urbana que cualquier país civilizado cuidaría por sí misma y por la rara perfección de la cuadra en la que está.

Barracas es, como se sabe, el verdadero pulmón patrimonial de Buenos Aires, dueña de la mayor colección de edificios históricos de la Argentina. Es también el nuevo campo orégano de los especuladores inmobiliarios, que descubrieron que está cerca del centro y –efecto Palermo Viejo– pueden ponerla de moda. Con lo que empezaron a caer edificios y se organizó el ataque corporativo contra la idea de extender el APH1, bajar alturas y frenar la piqueta. Una pieza de esta batalla fue el garaje insertado en una cuadra de altura perfectamente pareja, una rareza porteña que parecía uno de esos trazados ideales italianos, un ejercicio de fuga.

Este edificio fue la típica inversión de inmigrante, con un espacio comercial –el garaje– y varias viviendas por encima, para habitar y para renta. Hace un siglo, la arquitectura comercial argentina merecía el nombre y el edificio nació con garbo y buena factura, cómodo entre sus vecinos y bonito sin pretensiones. El problema es que hoy resulta chico para una industria que piensa en miles de metros y diseña con dos Biblias, la planilla Excel del contador y el mínimo admisible del Código Urbano.

Estas Biblias son tan potentes que hasta el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales “desestimó” el garaje, con el capricho con que suelen hacerlo. El terrenazo se vendió y quienes comenzaron a demoler, de adentro para afuera, hasta les mintieron a los vecinos diciendo que se iba a conservar el garaje.

Ahora se sabe que no mentían del todo, ya que el especulador inmobiliario de turno va a preservar la fachada del edificio, con sus ojos vaciados y transformada en un decorado para una torre muy grande, cuadrada, olvidable. Irónicamente, el material de venta del edificiote habla de la “fachada histórica”, que le cae tan bien que las dos entradas del garaje le sirven para la calle interna de circulación de vehículos. El bodrio arruina para siempre la perspectiva de la cuadra, pero ofrece “vistas aéreas” del barrio. Esto es otro caso de vampirismo, en que un edificio enorme se vende porque desde el balcón se puede ver la bonita vista del barrio bajo que está estropeando.

Los vecinos de Proteger Barracas están tristes, por la pérdida y porque ellos tendrán que ver este feo y desgarbado edificio de ahora en más. Uno de ellos se hizo una pregunta atinada: ¿qué sentirán los arquitectos que destruyen un edificio bonito para reemplazarlo por algo tan obviamente mediocre?

LEGISLATIVAS

Esta semana se reunió la comisión de Planeamiento Urbano de la Legislatura porteña y aprobó el proyecto de crear el Area de Protección Histórica de la City porteña. Esta ley de Patricio Di Stefano ya tiene primera lectura y es muy probable que pase al recinto este jueves, con lo que Buenos Aires tendría una zona histórica entre la Plaza San Martín y el Parque Lezama. La comisión votó casi unánimemente, porque para variar el diputado Campos se puso en una minoría de un hombre solo y prometió un despacho propio. El diputado objeta que el nuevo APH tendrá una altura máxima de 32 metros, con límites de enrasamiento para abajo de acuerdo con los vecinos, sin posibilidades de planta baja despejada o semidespejada, y sin trucos contables como estacionamientos y halls abiertos para poder irse más para arriba. Campos afirma que esta altura es un regalo a los especuladores y prefiere mantener el sistema de FOT que rige en el resto de la ciudad.

Esto es muy cuestionable, ya que el FOT suele dar resultados inesperados para el tejido urbano y muy lucrativos para los especuladores. De hecho, todo proyecto contrata un “especialista en Código” para encontrarles la vuelta a los metros de más. El límite de 32 metros aclara las aguas y de hecho baja con mucho las alturas en las avenidas.

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