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Sábado, 9 de febrero de 2002

Elogio de la mayólica

Es uno de los revestimientos más duraderos y bonitos que se hayan creado. El glaceado les da una particular luminosidad a sus colores. Una historia que comienza en el Renacimiento, culmina en la segunda mitad del siglo XIX y termina con el modernismo y las demoliciones descontroladas.

 Por Sergio Kiernan

Desde que se inventó eso de construir con ladrillos y piedras cortadas, se inventó algún tipo de cerámica cocida para revestimiento. Y en el largo proceso de cocciones y glaceados, apareció, hace apenas un siglo y medio, esa cerámica que llamamos caprichosamente mayólica. Producto de una larga serie de evoluciones tecnológicas que culminan con el glaceado de estaño, la impresión mecánica y el premoldeado en relieve, la mayólica cubrió obras estupendas, decoró zaguanes de clase media, locales y estaciones de ferrocarril, antes de desaparecer arrasada por esa inseguridad llamada modernización.
La técnica contemporánea nació en Italia en el siglo XVI y se expandió a España, Portugal y Francia. Más tardíamente, y por influencia del comercio holandés, se extendieron a Inglaterra, Francia, Alemania y Dinamarca. De esta época data la curiosa similitud del azulejo lusitano con las cerámicas de Delft, el histórico centro de producción holandés: ambos estilos fueron dominados por el azul brillante sobre fondo blanco, por los motivos repetidos y por el uso en frentes de edificios, formando verdaderos murales.
La Revolución Industrial generó el segundo gran momento de la cerámica, con eje en el norte de Europa y con técnicas nuevas. En la segunda mitad del siglo XIX, Gran Bretaña lidera la producción mundial de azulejos premoldeados realizados con técnicas de transferencia de motivos, de cuño de relieves, de policromía y glaceados nunca vistos. Como la producción es a escala, la cerámica –que ya podemos llamar propiamente mayólica– es más barata y abundante que nunca. Por eso todo tipo de edificios públicos y privados –de iglesias a ministerios, de residencias particulares a lecherías de La Martona, de zaguanes de clase media a baños turcos– son recubiertos de mayólicas. Las nuevas tecnologías permiten además la producción de juegos de ensamblado de alta complejidad, como los que pasan a recubrir escaleras.
Las técnicas de impresión de mayólicas fueron evolucionando a la par de las de impresión de papel, con adaptaciones entre materiales. Lo que resultó quizás hasta más importante fue la adaptación de técnicas de producción de vajillas a la producción de estos materiales de construcción. Una en particular se destaca: el uso de arcillas en polvo moldeadas a presión, lo que permitió por primera vez en la historia darles relieve a las mayólicas. Pintadas en uno o más colores y luego glaceadas, estas mayólicas no presentan motivos impresos sino que crean un lenguaje propio, más afín a las molduras que al azulejo.
Estas arcillas prensadas le dan a la mayólica su aspecto final, diferente al de los mosaicos y azulejos que la precedieron. Es un material de extrema dureza y quebradizo, blanco –por su mezcla parecida con la loza bone China– y perfectamente inalterable. A quienes coleccionan mayólicas no los asombra encontrar las minúsculas marcas de fábrica y estriados de adhesión intactos después de un siglo en una pared: basta lavar con cuidado el cemento para que la pieza recupere su aspecto original hasta el último detalle.
Un estupendo ejemplo todavía existente del uso comercial de la mayólica es la delikatessen de la tienda Harrods, en Londres. El amplio ambiente subterráneo decorado en 1902 está completamente recubierto de mayólicas con un tono dominante casi blanco combinado con amarillo. Las únicas excepciones son los mostradores y el piso, de mármol blanco con motivos negros. Las columnas tienen remates florales en amarillos, mientras que las mayólicas cuadradas de arcos y cielos rasos están combinadas en fajas con otras más delgadas y amarillas. En el centro del cielo raso se abre una bóveda abombada decorada por William Neatby con árboles estilizados coronando medallones con escenas de caza. El conjunto es vibrante y complejo, pero a la vez simple de absorber. Otro ejemplo de uso de la mayólica es el estupendo frente del Palacio de Aguas construido en 1888 en Córdoba y Pasteur. Inglés él también, es uno de los pocos edificios porteños a los que no se les nota el paso del tiempo: excepto a martillazos, la mayólica es indestructible y no envejece. Como el Palacio está casi completamente recubierto de ellas, parece recién estrenado. Todavía brillan como el primer día los escudos de las provincias argentinas y los faience y molduras de sus remates y superficies. Hasta las boleterías de la estación Mitre en Retiro, que fueron maltratadas por décadas y décadas de golpes y martillazos, todavía son ejemplos de la notable dureza y durabilidad de la mayólica como revestimiento.
Barcelona debe ser la única ciudad del mundo que se ocupó de preservar amorosamente su patrimonio –ciertamente único, gracias a Gaudí– constructivo en mayólicas. Mientras que en Estados Unidos nunca fueron demasiado populares y en Europa mucho se perdió gracias a los bombardeos de dos guerras mundiales –y al modernismo, como en Holanda que no sufrió la artillería, pero sí la remodelación–; en Buenos Aires están por desaparecer definitivamente. Para ilustrar esta nota, se intentaron buscar ejemplos de decoración locales con mayólicas: costó como nunca, casi no quedan zaguanes y donde algunas viejas casas guardaban sus paños, ahora hay departamentos o, en varios casos, machimbres de pino. Berretas pero modernos.

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