El Corralón del barrio tiene un siglo de uso público y memorias trágicas que justifican su declaración como sitio histórico.
› Por Sergio Kiernan
Hay lugares que se van cargando de significado por decisión de sus habitantes, por el azar de la vida y por la costumbre de no dejar escapar el pasado. Son rincones dispares –Barranca Yaco, Lo de Hansen, Plumerillo– que nunca tuvieron la culpa de ser memorables, como sí la tienen las cataratas del Iguazú. La Legislatura de esta ciudad está tratando ahora de declarar sitio histórico a un cuadrado parejo de lo que fue campo y basural, y que sigue conocido como el Corralón de Floresta. La idea surge por pedido de los vecinos y reconoce dos necesidades, la de conservar un espacio abierto, si no verde, en un barrio reticente en esto, y la de cuidar la memoria dolorosa de desaparecidos y asesinados.
Floresta deja de ser ese campo entre San José de Flores y Belgrano recién con la capitalización de una Buenos Aires que apenas pasaba Callao, hacia 1879. La ciudad empieza a crecer, el oeste va ganando loteos sobre las chacras y los tambos, y se transforma en una gran barriada inmigrante, criolla, más vale humilde. Para fines de siglo, un chacarero local, Leopoldo Rígoli, dona una manzana pareja sobre la avenida Gaona para hacer una plaza. La municipalidad de entonces ya era remisa a ciertas cosas y el terreno que toca Sanabria, Morón y Gualeguaychú era en rigor un depósito de materiales para esa aventura que era adoquinar una avenida.
Rígoli muere en 1911 y sus herederos exigen que la intendencia haga la plaza o les compre el terreno, con lo que terminan recibiendo un cheque. Es que ya existía una nueva prioridad, la de hacer algo con la basura que se acumulaba en las nuevas urbanizaciones. El terreno pasa a ser una caballeriza, talleres, veterinaria y maestranza para la flamante flota de carros de basura. Ahora oficialmente el Corralón de Villa gana los muros y varias de las instalaciones que siguen ahí.
Curiosamente, tener un basural fue un impulso para el barrio, por los tantos “musolinos” –barrenderos– que se instalaron cerca del trabajo. Para los tiempos de Perón ya se oían las protestas por los olores y la gorda población de ratas, pero recién en 1965 el intendente Francisco Rabanal dispuso su traslado a Mataderos. La idea quedó trunca por el golpe de Onganía, con lo que camiones y chatas a caballo –las últimas siguieron trabajando hasta 1968– siguieron ahí hasta 1977.
El fin del basural fue también una tragedia. En 1976, los trabajadores del Corralón protestaron por la precariedad laboral, la mugre en la que trabajaban y la inminente privatización de la recolección. La respuesta militar fue durísima: un grupo de tareas secuestró el 5 de mayo al delegado general Néstor Sammartino, que sigue desaparecido. A la mañana siguiente, el también delegado Julio Gotía llegó al trabajo y ya en el vestuario le ordenaron presentarse al despacho del interventor. Nadie volvió a verlo, excepto algunos trabajadores que declararon que se lo llevaron en un Falcon verde. Algo más de un mes después, el 14 de junio, los militares se llevaron a un tercer sindicalista, Mauricio Silva, que era cura de la hermandad de Carlos De Foucauld y había hecho su opción por los pobres tomando un trabajo realmente humilde. A Silva se lo chuparon en la calle, mientras barría, y el 14 de junio es el Día del Barrendero en recuerdo suyo.
En democracia, el Corralón dejó de ser basural, pasó a ser garaje y hoy tiene una plazoleta y una secundaria. Entre sus puntos conocidos está el recordatorio a Maximiliano Tasca, Cristian Gómez y Adrián Matassa, fusilados por el policía Juan de Dios Velaztiqui a fines de diciembre de 2001. El caso de gatillo fácil ocurrió en la estación de servicio de Gaona y Bahía Blanca y un monumento lo recuerda en la esquina de Gualeguaychú del cercano Corralón.
La Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad, que preside Mónica Capano, acaba de emitir un informe respaldando plenamente que se declare sitio histórico el Corralón.
El actual gobierno porteño tiene cegueras francamente incomprensibles, como la de poner en venta una placita en la esquina de Holmberg y Monroe para que un inversor haga dos edificios. La subasta fue parte de la venta de terrenos de lo que iba a ser la Autopista Urbana 3, otro sueño atroz del intendente-dictador Osvaldo Cacciatore. Ese proyecto dejó un tendal de demoliciones antes de ser abandonado, un tajo urbano que duró treinta años hasta ser oficialmente descartado como proyecto. La restauración del tejido en ese lugar implica naturalmente vender esos terrenos expropiados para que se reconstruya el barrio.
Pero como siempre que se trata de vender lotes y apilar cemento, el macrismo se pasa. El terreno de Holmberg y Monroe es hace años el Paseo de la Paz, una plazoleta creada por los vecinos en 1986 y reconocida por ordenanza en 1988. Más allá de los papeles, el Paseo es una plaza porteña con bancos, canteros, luces, cartel y hasta mástil, el mobiliario de esos lugares. Los vecinos están en armas y hacen una actividad con música y juegos hoy a partir de las doce. Más informes en http://cartaabiertacomuna12.blogspot.com.
Fue un miércoles interesante en la Legislatura. Se habló de la zona de amortiguación del Area de Protección Histórica 1, que permitirá cuando se vote su segunda lectura catalogar 200 edificios y limitar la especulación alrededor de nuestra principal colección patrimonial. La audiencia tuvo a Proteger Barracas y al ombudsman adjunto Gerardo Gómez Coronado. El mismo día se debatió también el muy cuestionado –que lo fue– proyecto de crear un polo comercial bajo la autopista en pleno San Telmo, criticado por mamarracho y por explotar la zona sin aportar nada. Y también se habló del Corralón de Floresta.
Este viernes se realiza una jornada en la Legislatura sobre un tema importante, el del transporte. Reflejando la complejidad de los problemas y de las soluciones, participan funcionarios nacionales y porteños, las cámaras empresarias, los sindicatos, asociaciones de usuarios y los órganos de control federal y porteño. A partir de las 11 de la mañana y hasta las cuatro de la tarde habrá tres paneles, el primero dedicado al servicio en el sentido de frecuencias, recorridos, tarifas y horarios. Luego se hablará de los temas ambientales y de seguridad, como accidentes, ruidos y emisiones. La mesa final tratará del acceso de pasajeros con necesidades especiales. El contexto de todas las discusiones es, por supuesto, la cuestión del área metropolitana como conjunto y el traspaso de líneas a la Ciudad. La organiza la Defensoría del Pueblo de la Ciudad y es en el Salón San Martín.
Con la agenda patrimonial en crecimiento, no extraña que haya surgido ya una carrera específica. La UCES y el IEIA presentan la primera Diplomatura en Perito Verificador del Patrimonio Cultural, Urbanístico, Ambiental y el Paisaje Urbano, dirigida por la arquitecta Lidia Weisman. Esta opción laboral está abierta a profesionales de la construcción, arquitectos, historiadores, artistas plásticos y antropólogos, entre otras actividades, y tiene una carga horaria de 240 horas, ocho por semana. La idea es preparar profesionales para evaluar el estado, preservación y futuro de piezas y ambientes patrimoniales, el marco legal y el planeamiento de acciones. Los docentes incluyen al defensor adjunto del pueblo porteño Gerardo Gómez Coronado, a la arquitecta Laura Weber y al abogado Diego Hicketier. Informes en www.uces.edu.ar/posgrado, en Paraguay 1338 o en el 4814-9200.
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