Sáb 06.10.2012
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Para dejar de hablar de dinero

La irrupción del patrimonio a nivel nacional está mejorando el debate de ideas. Una charla con Daniel Filmus, que abrió las puertas del Senado a las ONG, permite apreciar el contraste.

› Por Sergio Kiernan

No es exactamente la Ley de Murphy pero parece ser la vieja, vieja regla que acecha a todo plan, la de las Consecuencias Inesperadas. En este caso, las que tuvo la ofensiva del macrismo para liquidar todo límite a la piqueta, desarmar la débil legislación que protege el patrimonio y sacarse de encima a los que molestan a su industria privilegiada, la del desarrollo inmobiliario en su expresión especulativa. El problema es que los encargados de todo esto –el ministro de Desarrollo Urbano Daniel Chaín, su secretario y socio Héctor Lostri, el diputado porteño Cristian Ritondo y un largo etcétera de figuras menores– mostraron la falta de política habitual en el PRO.

Con lo que la segunda consecuencia inesperada de la movida macrista fue simplemente subir el tema patrimonial al nivel nacional. En cosa de semanas, los patrimonialistas se empezaron a reunir en el Senado y el Ministerio Público de la Ciudad creó una fiscalía dedicada al tema, por pedido de los tres senadores porteños y a cargo de Andrés Gallardo. El anfitrión de estas reuniones, el que abrió las puertas a las ONG, fue Daniel Filmus (FpV). El cambio de escena permite contrastar, entre otras cosas, discursos: en lugar de la obsesiva y ramplona obsesión con el dinero que exhiben en el gobierno porteño, ONG y senadores hablan de ciudad, de gente y de maneras de vivir. El contraste es duro.

Para Filmus, por ejemplo, el patrimonio, el urbanismo y la ecología “son temas políticos” en el sentido de que sólo se pueden tratar y planear desde el diálogo de la política. “Hace mucho que no se piensa esta ciudad, que dejamos que el mercado haga cosas sin encauzarlo. El mercado hace bien algunas cosas, pero el Estado tiene que velar por el bien común, el equilibrio.”

Es en este marco y con información dura que Filmus piensa el tema del patrimonio como un aspecto del urbanismo, de la ciudad y su composición social. Lo primero que marca es que tanta construcción nueva en Buenos Aires –probablemente en varias ciudades del país– es especulativa. “Hay ciudades que fueron arrasadas por la presión urbanística, el crecimiento de la población, las migraciones internas. En esos casos fue difícil si no imposible preservar el patrimonio y la calidad urbana, porque fueron procesos aluvionales, rápidos. Pero Buenos Aires llega a tener tres millones de habitantes en 1947 y hoy tiene algo menos que eso. Las demoliciones, las torres, no son por presión demográfica.”

“El último censo mostró que hay 140.000 departamentos vacíos en la ciudad, número que es casi exactamente el del déficit poblacional porteño, un déficit que indica calidad de vivienda o su falta. El problema no es la falta de edificios, es su distribución social. Muchas de las obras nuevas son soja, inversiones que pueden estar generando una burbuja inmobiliaria.”

Entrar en detalles sobre estos fenómenos permite decir que el 80 por ciento de la obra nueva en la ciudad se concentra en sectores al norte, tanto en la costa como en Caballito hacia el norte. Siempre el norte, que llega a índices de densidad urbana realmente altos, saturados, otro síntoma claro de que lo único que guía el desarrollo del nuestro espacio urbano es la ganancia del desarrollador. El resto de la ciudad está como en éxtasis, esperando que la saturación sea completa, que literalmente no quede dónde construir y la especulación se mude a otros barrios.

Filmus tiene otro tipo de ciudad en la cabeza, donde las densidades varían y no hay tantos polos de uso especializado. “Si seguimos con una ciudad donde todo está en el Centro, donde todo el gobierno sigue sobre el Bajo y toda la actividad empresaria también, no habrá subte que alcance jamás, ni habrá soluciones para el tránsito”, explica. “Una ciudad donde cada barrio tiene usos mixtos es una ciudad donde hay empleo, vida política, cultura y entretenimiento en cada barrio, y sólo eso reduce el tránsito porque reduce la necesidad de viajar para trabajar, hacer un trámite o acceder a una actividad cultural.”

Como suele hacer, el senador ilustra el punto con una anécdota en la que fue a una reunión muy grande de jubilados en Flores. Ante la pregunta de qué necesitaban de inmediato, los jubilados contestaron sin duda: un colectivo. ¿Un colectivo? ¿Para qué? Para ir al teatro en el Centro... “¿Y por qué hay que ir al teatro en el Centro y sólo ahí?” El fenómeno es complejo y puede ilustrarse comparando ciudades y experiencias de transporte. Por ejemplo, en Nueva York es posible tomar el subte y saber en qué barrio se está sin mirar los carteles por el aspecto de la gente, su raza y clase social. Ese experimento es mucho más complicado en París, donde todo es más parejo, los usos de los barrios son menos especializados y donde todo el mundo parece ir a todas partes para hacer de todo, sin tanta concentración en un uso.

El senador insiste en que Buenos Aires necesita una serie de “políticas grandes” para cambiar de verdad. Una es mover ciertos desarrollos a zonas “nuevas”, como por ejemplo hacer un Centro de Convenciones –o por caso un Polo de Gobierno– en la región del Autódromo. “Es un lugar muy maltratado y olvidado, con poca infraestructura y transporte, que con un proyecto fuerte como ese empezaría a cambiar rápidamente. Un Centro de Convenciones, que no tenemos, implicaría hoteles, restaurantes y todo tipo de servicios, y un cambio en el esquema de transporte.” Y hablando de transporte, Filmus piensa en cuestiones como crear un Ente Metropolitano de Transporte que obligue a las jurisdicciones involucradas a dialogar, como se hizo con fuerza judicial respecto del Riachuelo. Así se podrían cambiar frecuencias y recorridos, y hasta terminar con las máquinas de echar humo con las que nos vemos obligados a convivir.

Pero para lograr estos desarrollos hay que entenderlos como política y participar, y aquí entran en juego las comunas. “Es que allí se decide qué es aceptable y qué no localmente, se marca el standard ambiental, se conoce la identidad barrial, se entiende el estilo de vida, se identifica el patrimonio. El PRO vació las comunas, y eso que las ganó electoralmente, para no compartir poder y fondos, pero tenemos que activar este espacio de debate natural. Una ciudad como la nuestra es demasiado compleja como para ser gobernada desde el Centro y listo.”

Un diálogo así se puede terminar expresando en cosas como una ley en Toronto por la cual los edificios de más de tres pisos se votan en el barrio. El gobierno municipal no tiene derecho a dar un permiso de obra sin la aprobación de los vecinos de la zona, y la única manera válida de que éstos se expresen es con una pequeña elección por sí o por no, con boletas y todo. En Barcelona hay un sistema similar, con audiencias públicas mandatorias antes de hacer la obra o dar permisos.

Y todo esto puede también servir para construir una ciudad con otras prioridades. “La ciudad se piensa siempre para varones adultos que trabajan y tienen automóvil”, explica Filmus, “y eso es muy negativo. Si uno piensa la ciudad para los que necesitan más cuidado, los chicos, los viejos, las mujeres, resulta en una ciudad mejor para todos, no queda nadie afuera. Pero para eso hay que hacerse preguntas como de quién es la calle, si de la gente o de los autos, y actuar en consecuencia. Y hay que tomar medidas fuertes para limitar abusos y dirigir el desarrollo hacia los sectores urbanos donde hay espacio y necesidad, aunque no sean negocios tan fáciles como los de ahora”.

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