El descontrol urbano llega al extremo de que los ómnibus de los tours de compras en Floresta, que circulan ilegalmente, chocan contra las casas gracias a un obrador de un puente absurdo.
› Por Sergio Kiernan
Buenos Aires es una ciudad saturada, con una densidad excesiva y un coro de interesados predicando que “todavía puede crecer más”. Estos arquitectos, urbanistas, “expertos” e inmobiliarios cuidan el negocio, sin importarles que con estas ideas tan simples se construyeron pesadillas como San Pablo, Brasil. El carácter meramente especulativo de tanto que se construye entre nosotros queda probado por la curiosa paradoja de que esta ciudad muestre un fuerte déficit de vivienda y un paisaje de torres con las ventanas cerradas, casi desocupadas. Los edificios son lugares donde estacionar dólares.
Por lo que no extraña que el parate a la circulación ilegal de esos dólares haya creado una recesión en el mercado inmobiliario. Como sabe cualquiera, Argentina es el país asombroso donde se compran departamentos al contado, llevando portafolios llenos de dinero a bancos o escribanías. Este proceso, que en otras latitudes se usa para la cocaína, se puso mucho más difícil en estos meses. Por suerte para el sector, el Gobierno de la Ciudad Autónoma está en manos de un “propia tropa”, Mauricio Macri, cuya única profesión conocida fue la de constructor especulativo.
Con lo que el gobierno porteño está en pleno frenesí de obras públicas bastante absurdas, en parte para la foto electoral pero en el fondo para dar contratos a los amigos y colegas. Héctor Lostri, actual secretario de Planeamiento y segundo de su socio comercial, el ministro Daniel Chain, lo explicó clarito en la Sociedad Central de Arquitectos poco antes de asumir, en 2007: toda la cadena de mando de obras y permisos, del jefe al último director general, está en manos de “gente del sector”. Peatonales, la reforma de la calle Florida, el metrobús de la Nueve de Julio, los sapitos, la anunciada inversión en el Rock in Rio porteño, son ejemplos de “la foto” y el contrato aunados agradablemente. No importa la pésima calidad de todo –las bolas de cemento de Chain siguen rodando en Recoleta– sino que circulen los cheques.
La nueva, en este contexto, son los extraños puentes zigzagueantes sobre las vías del ferrocarril Sarmiento, licitados a velocidad sorprendente. Son adefesios que superan hasta el pobre standard macrista, miniautopistas que no toman en cuenta el ruido y que seguramente darán que hablar en el futuro con accidentes y otras peripecias. Ya se están construyendo dos, uno en Caballito sobre la calle García Lorca y otro en Flores sobre Argerich, siempre cruzando hacia Yerbal. El segundo causó indignación entre los vecinos, porque les desaparece una plazuela sobre las vías que disfrutaban hace años y porque ya quedó en claro la desvalorización de sus propiedades por la futura presencia del puente enrulado.
Cuando se les señalan estas cosas, los funcionarios macristas suelen ponerse rigidones y, tal vez copiando al ministro Chain, altaneros. Esta actitud de “expertos” se cae a pedazos muy rápidamente, porque la calidad de gestión no es el fuerte del gobierno porteño, que termina tapando pozos de estaciones de subte o inventando la “semipeatonal” por no consultar abogados o leer los contratos en detalle. Con el puente de la calle Argerich, la comedia empezó antes de la obra.
Resulta que el contratista inmediatamente armó un obrador sobre la calle Venancio Flores, tapando la mitad de la calzada y la plazoleta informal, de cien metros de largo. Como la Flores es una calle de barrio, común y corriente, quedaron libres un par de metros largos, suficientes para un auto. Como es habitual, el gobierno porteño no controló ni pensó en los detalles o el contexto, y así empezaron los problemas. Es que el obrador está en plena zona del nuevo “polo de outlets” que está degradando el barrio a toda velocidad, con centro en la avenida Avellaneda. Este fenómeno significa un intenso tránsito y también la presencia de tours de compras. O sea, de micros.
Seguramente es mucho pedir que los funcionarios macristas piensen en estas cosas cuando no ven los talleres clandestinos, los locales ilegales y las demoliciones a escondidas del lugar. Pero las fotos muestran lo que pasa cuando una firma cierra a medias una calle por la que pasan micros. Los muy pesados vehículos se suben a la vereda para pasar, con lo que ya hay metros de baldosas rotas en la cuadra del obrador. Y los colectivos más grandes pasan raspando y raspando las casas, hasta que no las raspan más sino que las rompen. Es lo que le pasó a la de Flores 3165 que, como se ve en la foto, fue golpeada en la ménsula tan coqueta de su balcón. Cuentan los testigos que el chofer puso primera y se retiró del lugar a toda velocidad, sin esperar a recibir su diploma por ser el que logró tener un accidente con un edificio.
Los de la zona llegaron a la conclusión de que las cosas no pasan a mayores en Flores/Floresta porque el Buen Señor es del barrio. También bromean que sus denuncias al gobierno porteño ya se pesan por kilo y que los “zorros amarillos” de tránsito no aparecen porque están todos ocupados educando al automovilista sobre los nuevos giros de la Nueve de Julio. No parece importar que hasta en las fotos aéreas de la propia página municipal se vean los micros estacionados por todas partes, en calles donde vehículos de ese porte tienen expresamente prohibido aparecer.
Lo único bueno que resultó del insólito choque es que la concesionaria de la obra corrió un poco la empalizada. Los dueños de la casa chocada se preguntan quién les arreglará su frente.
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