Realizado en la avenida de mayor tránsito de la ciudad y con la pobreza material que caracteriza al macrismo, el metrobús sólo funciona rodeado de policías.
› Por Sergio Kiernan
El flamante metrobús sólo funciona a fuerza de represión: sin policías de amarillo dirigiendo frenéticamente el tránsito el sistema entra en caos. La confusión del diseño, la pobre realización de la obra y su ubicación en el lugar de mayor tránsito de la ciudad condenan a los carriles exclusivos a un funcionamiento peligroso para los demás. Es que la condición sine qua non del diseño es que los que usan la Nueve de Julio en auto la recorran entera, de punta a punta, o salgan sólo hacia la derecha. Y esto contradice toda idea normal de tránsito.
Todavía cubierto de los globitos y banderines que muestran su oportunismo electoral, y con carteles “amarillo-PRO” marcando sus estaciones, el sistema debutó esta semana cubierto de metropolitanos a ambos lados. Fue una oportunidad de ver cuántos que ya son, porque nunca se vio semejante concentración. Los agentes, también de amarillo pero fosforescente, seguían evitando que los autos doblaran a la izquierda desde los carriles centrales. Como los carriles exclusivos se comieron las plazoletas, doblar a la izquierda significa bloquear a los colectivos.
Pero con el estreno aparecieron otras anomalías, todavía peores. Al norte, sobre Arenales y sobre Marcelo T. de Alvear, aparecen las salidas y entradas de los colectivos, que abandonan la Nueve de Julio rumbo a Retiro o toman la avenida yendo al sur. Ahí aparecen los “moños”, que tampoco funcionan excepto bloqueando todo aún más con semáforos múltiples: para los colectivos en un sentido, para los colectivos en el otro, para los coches sobre Carlos Pellegrini, para los coches en las pistas centrales.
Pasada esta espera, se puede circular hacia el sur más o menos recto si se acepta no doblar hacia la izquierda. Esto es, hasta llegar a Corrientes: algún genio hizo una isla de tránsito para los dos carriles de la izquierda, pero no puso ni cartel ni aviso de que quien se encuentre en ellos debe doblar a la izquierda, sin opción ni apelación. La isla no es una barrera completa, con seguir unos metros es físicamente posible tirarse a la derecha y seguir por la Nueve de Julio. Esta semana, tres metropolitanos lo evitaban moviendo los brazos frenéticamente. Una agente, jovencita, estaba pálida y con cara de miedo: algún automovilista le habría dado un buen susto siguiendo de largo.
El tercer absurdo aparece en el extremo sur del sistema, pasando San Juan. Primero hay que pasar el moño de esa punta, que recuesta a los colectivos contra el terraplén de subida a la autopista a Ezeiza. La sorpresa viene al tratar de entrar a Constitución, porque otro genio –¿o el mismo genio del Obelisco?– hizo otra división física de los dos carriles de la izquierda, que esta vez obligan a subir ¡a la autopista a La Plata! Como esta vez no se trata de una isla de tránsito sino apenas de un serruchito, los coches que no vieron el cartel que no estaba ni está simplemente frenaron, encendieron las balizas y esperaron un hueco en el tránsito para pasar por encima del serruchito y seguir a Constitución. Casi la mitad del tránsito lo hizo, para malhumor de los que sí querían subir a la autopista y para peligro de todos.
Con lo que se abre la pregunta grandota sobre qué ocurrirá cuando retiren a los metropolitanos, que alguna que otra cosa tienen que hacer en otros puntos de esta ciudad. Con que un uno por ciento de los automovilistas gire a la izquierda desde los carriles centrales, será un caos y un albur de choques. La isla del Obelisco será una verdadera fábrica de choques. Y el serruchito de Constitución, ubicado en un bajoautopista oscuro... puede ser trágico.
Mientras los automovilistas corren o correrán estos riesgos apenas se retiren los amarillos, los peatones correrán los suyos. Los más evidentes se verán a pie, cruzando la siempre brava avenida más ancha. Antiguamente, cruzar la Nueve de Julio significaba cruzar cuatro calles discernibles. Por ejemplo, se iba de Lima a la plazoleta lateral, de ésta a la plazoleta central –con suerte en una carrerita– y de ahí a la otra plazoleta lateral y a Bernardo de Irigoyen. Con semáforos y todo, se tardaba más o menos como caminar la cuadra que significaba el conjunto y no se corrían mayores albures.
Quien intenta esto con la reforma macrista se encuentra con que la plazoleta central desapareció, reemplazada por los carriles exclusivos. En concreto, se llega a un separador de unos tres metros de ancho que permite mirar si vienen los colectivos. Como éstos pueden estar tomando velocidad, el cruce se pone francamente peliagudo, en particular para los porteños menos veloces –mayores, mujeres con niños– que, como señala Mónica Capano, del Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas, es la población que debería cuidarse más. Una vecina de ojo avizor agregó el detalle de que estos veloces colectivos no tienen ningún obstáculo real entre la pista y los peatones que esperan cruzar, apenas un cordoncito de vereda común.
Los usuarios del colectivo vieron, en estos días con policía y sin giros a la izquierda, reducidos sus tiempos de viaje en algunos minutos, algo así como el veinte por ciento del recorrido habitual de la avenida. Con el tiempo se acostumbrarán a encontrar sus paradas en el galimatías de andenes, que en algunos casos tienen tres cuadras de largo, tal la cantidad de líneas desviadas al sistema. También se tendrán que habituar a caminar más que antes, porque los bondis ahora paran cada cuatro o cinco cuadras y los cambios de recorrido afectan las distancias. Hasta los choferes tendrán tiempo de aprender sus recorridos antes de que se borren las complejas indicaciones pintadas en las calzadas para ordenarles acercarse a los andenes o seguir de largo, pintadas con una pintura berreta, común y corriente. Quién te dice, hasta quizá terminen la obra y planten los árboles y las plantas que faltan, dejadas para otro día.
Pero nada de esto salva una obra que le da un mal nombre a una buena idea. Como resumió con su habitual amabilidad el defensor adjunto del Pueblo porteño, Gerardo Gómez Coronado, “este metrobús es una buena idea mal ejecutada y colocada en el lugar equivocado”.
Un vecino de la avenida, espantado con lo que vio, ya obtuvo una cautelar previa de la Justicia porteña para evitar males mayores. El juez Marcelo López Alfonsín habilitó la feria judicial para atender el pedido y velar “por la seguridad vial, la integridad física y la circulación”. López Alfonsín explica que el amparista tiene razón al señalar “el peligro de la demora” en actuar, “respecto de la eventuales e hipotéticas complicaciones de tránsito que podrían producirse como consecuencia del cambio de sentido de los carriles” exclusivos.
La precautelar le ordena al Ministerio de Justicia y Seguridad porteño “que extreme los recaudos que corresponden a fin de reforzar la seguridad vial, tanto del tránsito vehicular como peatonal, del tramo del recorrido del metrobús-Corredor 9 de Julio que se encuentre en funcionamiento, debiendo informar a este tribunal en el plazo de dos días de las medidas tomadas a tal efecto”.
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