Sáb 27.07.2013
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Anche a Roma

› Por Sergio Kiernan

Como escribió el poeta, no alcanza una vida para conocer Roma. Pero como es una ciudad generosa y múltiple, la vieja capital imperial regala sorpresas y encantos. Uno es perderse por las callejas viejas del laberinto encajonado entre el Centro y el Tíber, evitando con cuidado repetir piazzas Navonas y Farneses, y viendo qué se esconde por atrás. Así se pudo descubrir que hasta en la metrópolis de los italianos hay que darle pelea a la especulación para cuidar el patrimonio vivo. Como para mostrarles a ciertos porteños descendientes de romanos que afirman que los patrimonialistas porteños exageran, el caso descubierto por este suplemento se refiere a un Café de la Paz, que aquí sería Café Notable, y que enfrenta exactamente la misma situación que tuvo que capear nuestro Gato Negro en la avenida Corrientes.

Según consta en actas, el Caffè della Pace se alza en la esquina de la foto desde 1750, época en que se puso de moda el brebaje negro llegado de Etiopía vía el Imperio Turco. El barcito toma la planta baja de un edificio del barroco, casi completamente tapado de hiedras, a menos de cien metros de la Navona. Basta seguir la Via della Pace hasta que se ensancha y forma la mínima Piazza della Pace para encontrarse el cafecito homónimo. El pasaje que forma el cruce termina en la ejemplar fachada neoclásica de una iglesia y por alrededor hay negocitos que mezclan la verdura, el diseño textil, las antigüedades y las tintorerías.

El café en sí es un sueño a escala menor. Equipado y redecorado hace algo más de un siglo, muestra su verdadera edad en una columna de piedra de perfecta sencillez que sigue sosteniendo el piso superior casi al medio del local. El pavimento es de época y los muros gruesos gritan que aquí no hay estructura, todo es autoportante. Sobre el irregular empedrado externo de este espacio sin vereda y calzada, como le gustaría imponernos al ministro Daniel Chaín, hay algunas mesas con sombrillas. Adentro reina una máquina express que parece un órgano y echa nubes de vapor.

Pero el Della Pace corre peligro porque sus dueños quieren desalojarlo, desguazar el lugar y realquilárselo a alguien más boutique, más turístico, más dispuesto a pagar más. El 11 de julio, el café reunió a cientos de amigos y de patrimonialistas romanos para juntar firmas, protestar de viva voz y buscar abogados. Van a necesitarlos, porque el dueño del local es el mismo que el dueño oculto y discreto de tanta Roma, la Iglesia Católica. En este caso, el edificio de departamentos de cuatro siglos pertenece a algo llamado el Instituto Pontificio Teutónico de Santa Maria del Anima, resumido por los indignados parroquianos como “los alemanes”. Será la recesión que se nota en Italia, pero “los alemanes” presentaron términos de renovación del alquiler que equivalen a un cierre.

Los italianos suelen decir con orgullo que oficialmente el 75 por ciento del patrimonio cultural de la humanidad está en su país. Esto es en parte porque son muy activos en clasificarlo y exhibirlo, y en parte porque efectivamente es una potencia cultural desde hace milenios. Pero los parroquianos del Della Pace se quedaron encantados y algo envidiosos cuando escucharon que en esta maltratada Buenos Aires hay una ley que protege, en algo, los cafés como el suyo. O que al menos dan algún marco institucional o legal a protestas como las que están armando.

El Della Pace es un faro de la cultura romana por portación de artistas: la lista de los que allí pararon parece un índice de materias a estudiar en historia del arte, del cine y la literatura, por no mencionar intelectuales, políticos y periodistas. Con este rol de nombres a mano y con muchos famosos firmando peticiones, el cafecito romano tiene chances de ganar la parada y cambiar un tanto la legislación patrimonial, muy efectiva a la hora de proteger edificios y arte añejos, pero algo olvidada del patrimonio más vivo y reciente. Es entendible que una ciudad que guarda el Panteón, el Coliseo y los templos de Vesta y de Portunis no se haya interesado por un bar, pero parece que esto va a cambiar.

Y la próxima vez que algún interesado o algún funcionario macrista acuse, como hacen, de “exagerados” a los que buscan parar el próximo cierre de un café para vender zapatillas, habrá que recordarles el caso del Caffè della Pace. Al final, como queda en Europa seguramente se quedarán impresionados.

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