› Por Jorge Tartarini
Nuestro continente está regado de valiosos testimonios de su pasado industrial. Y particularmente en el campo de la historia militar.
Desde la Maestranza de La Habana, la primera fundición de cañones de Iberoamérica (1588), la fundición de cañones para la campaña del cruce de los Andes, o bien la creación en Paraguay de los talleres de fundición de Ibicuy, junto con fábricas de pólvora, loza, azufre y tintas. Un temprano desarrollo abortado drásticamente por la Guerra de la Triple Alianza.
Desde los restos de la flota española del almirante Cervera, hundida en el Caribe en aquel desigual combate con la flota estadounidense (1898), pasando por la batalla del Río de la Plata entre buques ingleses y alemanes (1942), hasta los vestigios del crucero General Belgrano en las gélidas aguas del sur.
Desde una base de submarinos atómicos desactivada de los años de la Guerra Fría en Cuba, hasta testimonios de nuestros sueños de juventud de mediados del siglo XX, cuando en la Fábrica Militar de Aviones –creada en 1927– se construían modelos a reacción como los Pulqui I, II y III, a la vez que también motocicletas, automóviles y utilitarios.
Como se ve, el relato combina un patrimonio bélico con desarrollos locales y elementos adquiridos a países industrializados. Unos y otros testimonian un pasado militar que difícilmente encuentre una lectura integrada y esclarecedora en nuestros museos, casi invariablemente preocupados por exaltar gestas impares y no tanto por explicar el contexto donde no sólo se desarrollaron los sucesos bélicos sino las razones políticas, económicas y sociales que los desencadenaron. Dentro de este discurso, los emergentes de la industria bélica rara vez desempeñan en los museos militares un papel más que anecdótico.
Del pasado militar iberoamericano también son reflejo las construcciones militares levantadas desde la Florida hasta la Patagonia, que evidencian la envergadura del vasto sistema defensivo que la Corona proyectó para proteger sus principales rutas económicas y vías de comunicación entre la metrópoli y el continente, y ante las necesidades que planteaba el control y resguardo de territorios “infinitos”. Ejemplos como el temprano alcázar levantado por Diego Colón en Santo Domingo, considerada la primera construcción militar del continente, y los puertos fortificados del Caribe y el Pacífico Sur, son muestra del duelo durante los siglos XVI y XVII entre los sistemas de defensa y ataque de las flotas, y los adelantos en el diseño de fortalezas y artillería.
Otras tipologías son los cuarteles y las academias, surgidas en la etapa final de la dominación hispánica y el nacimiento de las repúblicas latinoamericanas, a partir de la modernización de sus ejércitos, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX. Mientras que algunas de estas edificaciones se destinaron a albergar museos que rememoran momentos de gloria de una nación, otras, como es el caso de la ESMA, fueron convertidos en espacios de la memoria que testimonian el horror y las atrocidades que las dictaduras militares practicaron en ellas, y que los actos terribles en ella cometidos no se instalen en el terreno del olvido. Teniendo en cuenta estas premisas, el predio de este conjunto fue declarado Lugar Histórico Nacional y su Casino de Oficiales, Monumento (2008).
También pertenecen a este patrimonio grandes obras de ingeniería, como puertos militares y baterías, destinados a garantizar la defensa del litoral marítimo, como el puerto militar de Bahía Blanca (1898/1901), con veinte cañones Krupp hechos especialmente para esta obra.
Reflejo de conflictos económicos y territoriales, de oscuras –y no tanto– pujas de intereses locales e internacionales, con frecuencia estos testimonios nos introducen en pormenores de guerras como la del Salitre, entre Chile, Bolivia y Perú (1879/1883), o bien la del Chaco, entre Bolivia y Paraguay (1932/35), de terribles contrastes, con soldados mal vestidos y alimentados –aun peor que en Malvinas– con un enorme despliegue de material bélico y hombres sin antecedentes en la región. Por rara paradoja, en años recientes Paraguay, cumpliendo disposiciones sobre desarme de las Naciones Unidas, debió destruir armas utilizadas en esta guerra, de dudosa utilidad.
En nuestro país, testimonios de la historia militar y de episodios bélicos en general hoy se encuentran en museos con discursos anquilosados y sesgados. Espacios con guiones que sería preciso actualizar. Y de especial manera vincular con otras expresiones de nuestro patrimonio cultural, enriqueciendo de este modo su función didáctica esencial. Aun a pesar de que muchos de ellos pertenezcan a momentos de un pasado que desearíamos dejar definitivamente atrás.
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