El macrismo avanza con planes en la Legislatura y hasta quiere legalizar el retiro de adoquines. Los precios de Macchiavelli y el contraste con Goya.
› Por Sergio Kiernan
No es un fin de fiesta, que para eso falta al menos un par de años, pero definitivamente el PRO está acelerando sus negocios inmobiliarios y de obra pública antes de perder la mayoría en la Legislatura. Lo hacen con descaro, con empresarios y contratistas sentados abiertamente a la mesa en las reuniones de comisiones entre asesores y diputados, como se pudo ver esta semana. El ataque es múltiple y rentable y la pieza más cara es la multiplicación de metrobuses.
Esta semana se anunciaron nada menos que cuatro. El más siniestro es el de la avenida Paseo Colón, que va a tomar 25 cuadras desde la Plaza de Mayo hasta la calle Villafañe, ya en La Boca, y promete un caos de tránsito comparable al de la Nueve de Julio. El arranque ya está hecho, porque desde la bajada de la Plaza hasta pasar Independencia hay plazoletas que materialmente dividen los carriles centrales de los laterales. De ahí en más, la cosa se agrava, en particular en la llegada a San Juan, donde la avenida se estrecha. Para peor, Paseo Colón es, junto a la misma Nueve de Julio, la salida efectiva al sur de la ciudad: ambas vías quedarán estrechadas por el metrobús de Macri.
Luego está el tendido en avenida San Martín, de Juan B. Justo hasta el final en General Paz. En estas 58 cuadras el tránsito no es tan temible como en el Centro, con lo que la obra puede ser no muy útil, como el de la avenida Juan B. Justo, pero no necesariamente un tapón. Como el macrismo no entiende que un metrobús se optimiza y rinde realmente cuando se ajusta el sistema de transporte, por ejemplo cambiando las frecuencias, se gasta dinero en nada. Lo mismo puede ocurrir con las 75 cuadras de carriles en la autopista 25 de Mayo.
La palma, sin embargo, se la llevarán las 21 cuadras de Cabildo entre Congreso y la General Paz. Además de ser un sector sin problemas graves de tránsito, esta faja de la avenida acaba de estrenar un bulevar de una fealdad notable, pero pagado por bueno. Ni lo inauguraron y ya anuncian su demolición, que no será lamentada por su estúpida idea de pavimentarlo con adoquines y ponerle farolitos modernosos. Como este metrobús arranca donde termina el subte D, el anuncio se puede leer como una certeza de que la línea no será estirada.
El jefe de Gobierno dijo en su anuncio que el metrobús en la Nueve de Julio le da “enormes satisfacciones”. ¿Qué va a pasar cuando saque a los metropolitanos de amarillo paraditos todo el día en cada esquina donde está prohibido girar a la izquierda?
Los millones que se gastarán en estas obras harán felices a los amigos del PRO que se sientan a las mesas de la Legislatura, departiendo como si fueran vecinos o especialistas desinteresados. Tienen mucho que hablar, como de las obras de la Comuna 8 que ya pasaron por las comisiones de asesores, en una muestra de eficiencia, y están listas para que las discutan los diputados. La idea es abrir “a la iniciativa privada” buena parte de la zona sur, Soldati y aledaños, para crear atracciones como una ciudad del rock.
Pero no todo es tan grande. Esta semana se vieron escenas patéticas en los salones del palacio de la calle Perú mientras se discutía la ley 65, la que protege los adoquines de nuestra ciudad. Cansados de amparos y al fin percibiendo la airada reacción de los vecinos, los macristas intentan modificarla. Básicamente, buscan imponer una interpretación restrictiva de la prohibición de levantar adoquines en calles que tengan la mitad o más de sus piedras en su lugar. Según los amantes del contrato, esto se aplica sólo a zonas históricas, definidas como las Areas de Protección Histórica y lugares simbólicos como el Pasaje Bollini. Hasta presentaron un largo listado compilado con la ineptitud de siempre, donde faltan cuadras que también tienen adoquines de calles todavía intactas.
En total, los macristas ofrecen preservar 1200 cuadras de adoquinado. Esto suena a mucho, pero en esta Buenos Aires hay por lo menos 5000 cuadras empedradas. Los vecinos de toda la ciudad están realizando un relevamiento convocado por el Observatorio de Políticas Urbanas y Patrimonio, por Internet.
En fortísimo contraste con estas actitudes favorables al Plan Jefas y Jefes de Empresas Constructoras, en Goya ya se habla de otra manera. Como se sabe, el intendente radical afín al macrismo Ignacio Osella acaba de perder las elecciones, cosa que él mismo adjudicó a su amor por las obras que arrasaban el casco histórico de la ciudad correntina. Osella perdió por trece puntos ante Gerardo Bassi, kirchnerista, que asume en diciembre y arrancó bien en esta temática. Un periodista del diario El Litoral le preguntó sobre el debate sobre el patrimonio, y Bassi contestó: “Alguien que no aprende de su pasado deja de lado su identidad. Considerando que vivimos en una provincia que ha dado sus mejores hombres a lo largo y ancho de su historia, es necesario establecer una protección y para ello debemos definir cuáles son esos lugares o construcciones. Y en ese sentido, creo que es interesante entablar un diálogo con el grupo denominado Proyecto Goya, que tiene muchas ganas de participar. Vamos a canalizar todo el entusiasmo que ellos tienen, basándonos en el entendimiento que nos permita superar antinomias y básicamente trabajar todos juntos. Valoro mucho el esfuerzo que hacen ellos”.
Esta buena señal de Bassi contrasta con la complacencia de Osella, que tiene un par de meses de mandato para terminar de arreglar sus cosas. Por ejemplo, se demolió un cuerpo entero de los Altos de Fernández, la primera casa con primer piso de Goya y una frecuentada por Camilla O’Gorman. La casa queda justo enfrente de la oficina municipal de Osella, que no pareció inmutarse por el estruendo de la destrucción. Como el futuro ex intendente bloquea desde hace meses que se reúna o funcione la Comisión de Patrimonio municipal, la obra infringe la ordenanza 1663, que impide cualquier obra en edificios anteriores a 1930 sin dictamen de ese grupo.
Para darse cuenta del nivel de impunidad que creó el radical-macrista en su gestión, esta casa es la misma que en su otra ala sufrió la mutilación de su frente para abrir, a martillazos y a la que te criaste, un par de vidrieras. Proyecto Goya frenó este vandalismo con un amparo, con lo que ahora directamente demolieron la otra ala para construir un edificio a nuevo. La parte destruida tenía sus pavimentos, ventanas, puertas, herrerías y hasta algunos frescos originales de época, pero todo fue a parar a la pila de escombros. Proyecto Goya ya presentó un amparo para frenar este nuevo acto de barbarie.
La Secretaría de Gestión Comunal y Atención Ciudadana tiene ahora, por decreto macrista, 37 parques, plazas, bulevares y otros espacios públicos para hacer sus obritas. Además de hacer feliz a su titular, Eduardo Macchiavelli, la movida anuncia la creación de una caja de las buenas, de las que te financian una campaña electoral. Es que la secretaría en general y Macchiavelli en particular tienen un muy alto standard de precios, muy superior a sus colegas de gabinete.
La última muestra surge de comparar dos obras que dieron que hablar. Macchiavelli defendió como pudo el mal gusto de su reforma del bulevar Lidoro Quinteros, que lleva de la esquina de Monroe y Libertador hasta la cancha de River. La secretaría consideró simpático embaldosar el lugar en blanco y rojo, sin pensar que ésa es la ruta de los visitantes. Los vecinos, que se lo saben hasta el hartazgo, se quejaron de viva voz. También lo hicieron cuando se enteraron de que el precio de la obra era de cinco millones de pesos por cuadra.
Para percibir la barbaridad que es esto, el metrobús de la avenida Nueve de Julio, la obra mimada de Macri, costó un promedio de 6,5 millones de pesos por cuadra. De hecho, con los grotescos sobreprecios de 200 millones de pesos y todo, cada cuadra de obra en el corredor sur costó apenas un millón: remoción de árboles, movimiento de tierra, asfaltado, etc, por una quinta parte de lo que gasta Macchiavelli en cambiar unas baldosas en una vereda ancha.
¿No es mucho?
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