Sáb 14.12.2013
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Más que talleres

› Por Jorge Tartarini

Barrio de Flores, avenida Varela 1835. Dentro de un gran predio de casi 133.000 metros cuadrados se destaca un edificio blanquecino y de formas racionalistas. Es el Salón Comedor del Establecimiento Flores, proyectado por Obras Sanitarias de la Nación en 1942. Allí, en lo que fuera un enorme comedor, cada mediodía almorzaban cientos de trabajadores. Sólo una parte de los 39.000 metros cubiertos de un conjunto industrial que comprendía casa de administración, fundición, talleres generales, casa de máquinas, galpones y demás dependencias, para más de 1000 empleados.

En estos espacios se atendía tanto las exigencias planteadas por las obras de saneamiento que se realizaban en todo el país como a las de la vida interna de aquella institución. Estaban conformados por naves de grandes luces, con estructuras de hormigón armado iluminadas por luz natural. En ellos había herrerías y carpinterías donde se fabricaba el mobiliario y equipamiento de sus oficinas, se reparaban artefactos, se realizaban refacciones y un sinfín de tareas.

Inicialmente, los talleres de Obras Sanitarias estaban en la Planta Potabilizadora de Recoleta, pero la paulatina desafectación de ese establecimiento a partir de 1928 hizo necesario su traslado al Establecimiento Flores, también llamado Talleres Varela. Todavía hoy pueden verse algunas de las máquinas traídas desde los talleres Recoleta, como un torno y una cepilladora inglesas de 1883, aún en uso, junto con una agujereadora y una roscadora estadounidenses, de los años ’20.

En ellos, durante los períodos de grandes guerras (1914-18 y 1939-45) se ensayaron, combinando pericia, ingenio y esfuerzo, nuevas soluciones técnicas para la elaboración de productos antes importados, llegándose a producir grandes volúmenes de piezas de hierro fundido, bronce, plomo e incluso medidores de agua que hasta entonces se adquirían en el exterior. Esta podría ser una de tantas historias del rico patrimonio industrial de las obras de salubridad que nos ha dejado la primera empresa estatal de saneamiento, OSN. Pero, aunque importante, la cita no concluye aquí.

Este legado, además de pervivir en testimonios físicos, como construcciones, equipamientos, herramientas, indumentaria, etc, se hace presente hoy a través de valores y tradiciones vivas.

Y en su honor, en junio de 2007 AySA, Agua y Saneamientos Argentinos, junto con Sgbatos, Sindicato Gran Buenos Aires de Trabajadores de Obras Sanitarias, inauguraron en los Talleres Varela la Escuela de Oficios Eva Perón, en la misma fecha en que se cumplía el 60 aniversario de la fundación de su antecesora, la Escuela de Aprendices de Obras Sanitarias, la que también abrió sus puertas un 4 de junio, pero de 1947. Hoy, en la escuela se forman jóvenes en oficios críticos e indispensables para la actividad sanitarista, aprovechando la experiencia y conocimientos de expertos que trabajan actualmente en AySA y otros que lo hicieron en OSN.

Hacia 1952, aquella escuela aún dictaba sus clases teóricas en Recoleta –en edificios donde luego estuvo el Ital Park–, mientras que la mayor parte de las prácticas se hacía en los Talleres de Flores, adonde se trasladaron totalmente a partir de 1956.

Con la segunda fundación de la escuela, AySA corporizó un sabio principio que da sentido al rescate patrimonial. El patrimonio deja de ser cosa del pasado y adopta un carácter vivo. Corporiza su misión fundamental de servir de sólida referencia a la acción del presente y la proyección del porvenir. Volviendo a nuestro gran comedor, una última curiosidad. Actualmente, colgado sobre su entrada, un gran cuadro llama la atención, no sólo por sus proporciones (3,20 x 3,20 m) sino por los vivos colores de sus bailadoras flamencas. El visitante desprevenido quizá se pregunte acerca de su rara presencia, en ese espacio casi ascético. Según cuentan antiguos empleados, en algunas ocasiones un intendente del establecimiento prestaba un sector de sus instalaciones al Centro Gallego, para los preparativos de la Falla. Un gesto de cooperación con la labor social, recreativa y cultural que entonces desplegaba aquella histórica entidad. Precisamente, el cuadro habría sido pintado para aquellos festejos y su destino era la quema segura. Pero, llegado el momento, gustó demasiado para ser destruido y quedó allí, casi en compensación al Establecimiento Flores por su gentil colaboración. Como puede verse, la obra se salvó del fuego y en su lugar asumió un protagonismo inesperado, de ribetes casi pantagruélicos. Historias menudas, historias del trabajo.

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