Sáb 11.01.2014
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Los cien del Vera

El teatro oficial de la capital correntina festejó un siglo en uso y en perfecto estado. Una de esas historias que levantan el ánimo y muestran que sí se puede.

› Por Sergio Kiernan

En la frase más distorsionada de la historia argentina, Sarmiento dijo –y escribió y repitió– que nuestro mal es la extensión. Como tantas cosas sacadas de contexto, la frase quiere decir lo contrario de lo que se propone, tantas veces con alevosía. El diagnóstico venía de analizar el entramado de pueblitos entre las ciudades de los países desarrollados de mediados del siglo XIX, donde no se pasaba más que algunas horas a caballo entre poblado y poblado. Sarmiento explicaba que eso beneficiaba la actividad económica, bajaba costos, mejoraba la seguridad y creaba un mercado sólido. El sanjuanino no proponía achicar el país sino adensarlo fundando pueblos y colonias entre las ciudades tradicionales.

Por hacerle caso o por la explosión económica que arrancó con Roca, este país se llenó efectivamente de pueblos y pueblitos, de un modo que nos parece natural pero hubiera mareado a los criollos viejos, los que pensaban las pampas como un océano solitario de días de viaje entre comunidad y comunidad. Lo que también ocurrió es que los pueblos viejos, las ciudades fundacionales, se renovaron y cómo. Cada una tuvo sus escuelas del nuevo estilo, palacios cívicos, municipalidades, bancos, agua corriente y toda la panoplia de esa Argentina de gloria. Y cada una tuvo que tener su teatro.

La ciudad vieja de Corrientes es, entre nosotros, de las viejas en serio, base fundacional de otras ciudades, lugar de desbravadores y exploradores. Es también dueña de un teatro de extraordinaria belleza, el Juan de Vera, que acaba de festejar su centenario perfectamente restaurado y en funcionamiento. Fue una inversión pública simbólica y bien llevada, un ejemplo a seguir en la misma provincia y en otras cuantas.

Para cuando se construye el actual teatro, que reemplaza uno muy anterior, la capital correntina está viviendo un boom inmobiliario. Hasta el Cabildo es reemplazado por un departamento central de policía, que se junta a la Legislatura provincial frente a la plaza, a varios bancos privados y públicos, la Bolsa, residencias y oficinas flamantes y europeizadas. A los arquitectos locales se agregaba la costumbre, muy difundida, de encargar proyectos a figuras nacionales como el noruego Alejandro Christophersen, que diseñó el Banco Nacional. Y a los edificios de negocios se agregaban hoteles, como el Buenos Aires, diseñado por el correntino Pedro Coni.

El primer teatro de Corrientes capital fue construido en 1860 con proyecto de Nicolás Grosso y fue usado como hospital durante la Guerra del Paraguay. El teatro mostraba la ceñuda simplicidad de la época, con un frente de cinco bahías muy verticales por sus ventanales superpuestos a sus puertas, y un remate pedimentado triangular. El teatro ganaba en realce por el retiro de la línea municipal, pero como la fachada nunca fue ornamentada, muchos se quejaban de que no tenía la dignidad de una sala oficial.

Para 1907 –no extraña– ya se discutía el proyecto de una nueva sala y hasta se llegó a aprobar el gasto de un nuevo terreno. Pero en 1909 la provincia le cedió el viejo, en desuso, y una escuela pegada por medianeras a la municipalidad, con lo que se decidió gastar los fondos en un nuevo edificio. Tras más idas y venidas, se termina dando la sala en concesión al empresario Carlos Dodero, a cambio de que la termine a tiempo y banque los sobreprecios por encima de los fondos aprobados. La sala se inauguró a tiempo y la familia contratista la tuvo hasta 1944, cuando el Vera pasa a la provincia como “Teatro Oficial”.

El teatro fue pensado como un hito urbano y como un edificio de alta tecnología, con estructura metálica, ornamento moderno e instalaciones eléctricas completas. Lo que no queda muy claro es quién fue el pensador, porque la documentación original muestra un proyecto enviado desde Buenos Aires por Atilio Locatti, pero sucesivas carpetas muestran modificaciones del arquitecto y constructor local Carlos Milanese, a quien le atribuyen el proyecto final y la dirección de obra.

La fachada sigue siendo un punto focal de la zona, con su retiro a los lados que deja proyectada la entrada, a la que se accede por una escalinata no muy grande pero que logra un efecto de ascenso. El estilo es muy italiano, como todo en el teatro, pero con una clara sensibilidad art nouveau y un remate de esculturas en las esquinas. El retiro de la fachada crea una plazoleta urbana donde se puede comparar la calidad de hace un siglo con la pobreza material de hoy al ver las patéticas lámparas del alumbrado público, globitos made in China que sufren frente a la elegancia del teatro. El interior es ambicioso, con una sala claramente de planteo italiano, con platea y cuatro niveles elevados. La decoración es controlada, con capiteles corintios y palcos que alternan liras con máscaras teatrales, siempre sostenidas por laureles.

Al Vera le cayeron encima las generales de la ley de tantos edificios propiedad del Estado: la falta de mantenimiento, la dejadez y decadencia. Recién en los ochenta se lo reequipa y restaura parcialmente, y sólo porque el Estado provincial vende un cine y destina el dinero a la obra. A partir de 2004 se hacen trabajos más completos de restauración y se cambian las butacas, se reemplazan los textiles por ignífugos y se cambia el entablado del escenario. Como ya no hay pinotea canadiense, se utilizan pinos patagónicos, que mantienen la acústica.

Algo que no pudo recuperarse fue el fresco original del cielorraso de la sala. En una guapeada muy criolla, el edificio exhibía una copia de Apolo en su carro precedido por Aurora, de Guido Reni. Por la documentación que sobrevive, el mural era algo digno de verse, masivo y perfecto. Como cayó víctima de la humedad, fue reemplazado por uno nuevo de un artista local contando la historia de las artes escénicas y de la provincia, en una paleta y una disposición que muestra la influencia, ya ejemplar, del cielorraso de Soldi en el Colón de Buenos Aires.

La cuestión es que el Vera de la ciudad de Corrientes llegó a sus cien años en pleno uso, restaurado y sin la humillación que sufre, por ejemplo, su colega y vecino de Goya. Y tantas otras cosas buenas de nuestro país.

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