CON NOMBRE PROPIO
Malí, la nueva línea de luminarias y objetos en cerámica de la diseñadora industrial chilena Paola Silvestre, evidencia una vez más su pasión, y apuesta por los cruces entre artesanía y diseño.
› Por Luján Cambariere
Paola Silvestre tiene la conjunción perfecta del conocimiento que le aportara su formación en diseño y el amor por la naturaleza, los materiales de su tierra y el trabajo de manos artesanas que mamó de pequeña en el interior de su país. Una sensibilidad que plasma en bellísimas piezas que primero concibiera en mimbre –acervo de la región– y ahora bajo la línea Malí en greda, rescatando un saber muy típico de una región que se estaba perdiendo.
–Crecí en el sur de Chile, en un escenario natural abundante, en contacto permanente con los recursos de mi entorno. Luego me formé como diseñadora industrial en la Universidad del Bío-Bío, carrera con una malla que apuntaba prioritariamente a la observación del hacer en la localidad rural, a través de caminatas semestrales, en cuyas estadías fuimos testigos presenciales del manejo de los recursos naturales que abastecen de trabajo a familias de artesanos y finalmente a la localidad completa.
–El mimbre y mi cercanía con su artesanado fue la respuesta a mi intuición de diseñadora, en la cual me ocupé por definir los procesos de un estilo de mobiliario rural que me recordaba mucho a mi infancia. Había un estado emocional presente muy fuerte desde el cual quería trabajar. Un gesto de nostalgia al imaginario nacional. En Chile, todos tuvimos una pieza de mimbre en nuestro hogar. Por lo tanto, el trabajo nace primero de reconocer los beneficios del material como una hebra dócil, de fácil manejo, muy abundante, y que se encuentra en siete regiones del país, por lo tanto muy económica y fácil de conseguir. Y luego, de los beneficios que se fueron sumando. Es un material muy presente en Chile, por lo que hay un artesanado bastante amplio y experto en el manejo de la siembra, cosecha y posterior tejido. Y finalmente la vuelta de mirada fue a través de un cuestionamiento: de qué manera logro que el público objetivo al cual quiero llegar logre marcar su atención a una línea de diseño fabricada en un material tan olvidado, asociado mayormente, hasta ese entonces, al mobiliario de campo, de bajo costo, sin un valor estético muy actual. Así nace mi línea de diseño Paola Silvestre Mimbre, a través de la que me inserto en el proceso de fabricación. A través de ella, calculé también la posibilidad de disminuir las medidas de la hebra haciendo más delicado el tejido y con mayores posibilidades de curvas. Luego evalué las tonalidades y finalmente la inspiración es orgánica, con libros fotográficos de cabecera, como el de Karl Bloosfeldt.
–Mi necesidad particular de conocer diversas localidades de mi país cada año y evaluar el estado artesanal que sucumbe ante la migración de los jóvenes a las ciudades me puso en conflicto. Sobre todo, entendiendo que la artesanía es la cara de un país. La identidad que se plasma por generaciones en un material específico, que también habla de la condición geográfica muy rica y extensa de Chile y que no tiene el apoyo suficiente de un Estado que entrega los recursos económicos, ni crea proyectos sociales de integración y trabajo mutuo con el artesanado para levantar el abandono de los pueblos, y como consecuencia la desaparición de nuestras tradiciones. Este discurso ha sido mi fundamento y motor desde la universidad como estudiante. Así es como conozco, en uno de los tantos viajes al interior de las regiones, un pequeño pueblo artesanal: Quinchamalí, en la 8ª región de Chile. Ellos tienen una clásica y centenaria artesanía en greda. Artesanía que todos conocemos además por una pieza infaltable de nuestra niñez: el chanchito alcancía. Con una particularidad inconfundible: el color negro brillante pulido, las tres patas, y una gráfica basada en la naturaleza de la flor del cerezo, árbol de cuyo fruto se abastece económicamente el pueblo. Esta gráfica es impresa bajo relieve a través de un proceso de incisión con una aguja de vitrola, luego el color blanco se lo da una pasta de tierra blanca denominada “colo” que queda en las hendiduras del dibujo. La producción se divide en dos líneas: la figurativa y la funcional. De la figurativa resaltan piezas inconfundibles como “la cantora” y el chanchito, además de cántaros y ollas. Aquí claramente se repite el panorama de migración de la juventud a las grandes ciudades en busca de trabajo y quedan las madres y abuelas manteniendo la artesanía con venta directa a través de puestos en donde muestran sus productos a la calle y en donde además elaboran las piezas. Esta artesanía es reconocida a nivel mundial a través de exponentes de nuestro país que la llevan a museos y que la reconocen en sus poemas y pinturas, como Nemesio Antúnez, que tiene una serie de cuadros con esta artesanía, o Pablo Neruda, que la plasmó en sus poemas y regalaba piezas en cada uno de sus viajes a personajes como Pablo Picasso.
–Lo que hice fue sintetizar las curvas predominantes de la cantora, el cántaro y las curvas que inspiran a Neruda en sus obras y las trasladé formalmente a mi última línea de diseño llamada Malí, en honor al nombre del pueblo. Rescato en un guiño formal las curvas de las piezas características, además el color negro opaco, y hago un análisis de la flor del cerezo elaborando un patrón con la ayuda de un diseñador gráfico (mi marido, que además es ilustrador). Como finalidad el proyecto se crea con tres modelos de lámparas colgantes en cerámica y led, y cuya venta y exposición han tenido muy buena acogida.
–Lo más difícil de estos proyectos de rescate formal es la necesidad de viajar constantemente, los traslados. Pero sobre todo la parte más complicada es tener que inmiscuirme en el artesanado local, la limitación con que frena un artesano a un forastero, aún más a un diseñador que quiere entender su manera de trabajar, su forma de vivir o cómo es su cotidianidad para entender los procesos de transferencia de las técnicas. Es un rubro familiar, por lo tanto celoso y muy cerrado. La transferencia es netamente familiar y sólo entregan sus conocimientos a un tercero si esto les genera un resultado económico. Una vez traspasada esta barrera, todo fluye hasta absorber lo necesario y poder trasladarlo a mis diseños en mis talleres. Finalmente la gratificación es efectivamente comprobada en cada usuario que encuentra el guiño emocional o la nostalgia de ver mis diseños y recordar algún objeto que tenían en la casa de sus abuelos o en su infancia. Sólo y básicamente con esa respuesta de quien compra mis productos me siento absolutamente pagada.
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