Sábado, 1 de febrero de 2014 | Hoy
Randa, Tradición y Diseño, Tucumanos en diálogo es un trabajo colectivo de investigación, registro y experimentación en diseño y artesanía, que acaba de materializarse en formato de libro.
Por Luján Cambariere
La randa es básicamente un tejido pero también tradición y poética de un lugar como Tucumán, y un entramado de voluntades unidas para rescatar, revalorizar y reposicionar una acervo material e inmaterial desde una mirada contemporánea. Algo así como “beber de los orígenes para respirar contemporaneidad” como dicen los que saben.
En eso están, entre otros y hace un largo tiempo, Silvina Fenik, directora del Centro Cultural Virla, dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán, que entre algunas de sus metas 2013 cumplidas logró editar junto al IDEP, Instituto de Desarrollo Productivo de Tucumán, y Edunt, la editorial de la universidad, el libro Randa, Tradición y Diseño, Tucumanos en diálogo. Un tomo que, según explican, logró unir por primera vez en la provincia una experiencia colectiva de diseño y artesanía.
Con la antesala de un marco histórico, el diálogo fructífero entre randeras y diseñadores tucumanos, bellos nuevos escenarios para la disciplina, que devinieron piezas de indumentaria, accesorios y objetos. Y una guía con el paso a paso de la técnica (importante rescate) y el detalle de los puntos más importantes por otra diseñadora tucumana, Alejandra Mizrahi, con el objetivo de “recuperar y propiciar nuevos horizontes de creación textil para este refinado encaje tucumano”, detallan.
¿El centro de operaciones de este rescate? El Cercado, epicentro de la movida randera, al sur de la capital de la provincia.
El compromiso del Virla, entre otras muchísimas temáticas culturales que atienden rescatando su más genuina identidad, fue siempre el de promover la circulación de este bien representativo de la provincia y estimular a las randeras a no abandonar su oficio, para lo que durante los últimos años organizaron talleres, exposiciones y hasta un documental. “Otra institución tucumana, el IDEP, se sumó a nuestra iniciativa. Así como la randa va uniéndose con sus nudos, ellos daban firmeza al proyecto acercando herramientas para fortalecer su producción y asegurar un espacio en el mercado actual. Así como la randa se teje con hebras, donde no hay un único círculo sino la construcción a partir de diferentes fragmentos, así entrelazamos asociativamente estas instituciones, randeras, diseñadores, escritores, historiadores, dibujantes y un sinfín de colaboradores”, resume Fenik.
Teresita Garabana es la que se ocupa en el libro de indagar sobre los rastros de esta artesanía en diversos autores, desde tucumanos a santiagueños como, según cuenta en el libro, Nicandro Pereyra, quien dedica varios poemas a los “bastidores de luna”.
“Otra producción literaria, en este caso un cuento del escritor monterizo Julio Ardiles Gray, evoca la randa haciendo notar la delicadeza del producto, más fino que el ñandutí, los encajes de Bruselas o los de bolillo”. Y hasta cita otro más reciente y específico de la materia –Randa, una artesanía tucumana– del historiador Tulio Ottonello.
Además de echar luz sobre su contexto y orígenes. Así cuenta que el vocablo “randa” viene del alemán (rand significaría tramado) y se supone que llegó a España justamente desde Alemania u Holanda y luego desde allí, a América, más precisamente a Tucumán, de la mano de las damas castellanas durante el siglo XVII.
¿Sus usos? Todo tipo de apliques en la indumentaria colonial. Desde bordes de enaguas hasta cuellos, escotes y tocados. Aunque también se aplicaban a las almohadas, extremos de las toallas y pañuelos. Una actividad fuerte sobre todo para las mujeres de zonas rurales que tiene su auge hasta la llegada del ferrocarril, donde la actividad artesanal en general comienza a decaer. “Con el paso del tiempo –suma Garabana–, la randa dejó de ser un accesorio o adorno para convertirse en piezas autónomas: carpetas, tapetes, centros de mesa e incluso enmarcadas y expuestas a modo de cuadros.”
Ciento por ciento algodón es la base de la randa junto al trabajo de mujeres artesanas aprendido de generación en generación.
¿Qué puede ser la randa hoy? Sueño compartido por muchos tucumanos que intentan un diálogo con la tradición desde lo contemporáneo.
Con este fin, el proyecto convocó a tres diseñadores tucumanos –indumentaria, mobiliario y accesorios– para trabajar de modo conjunto con tres randeras de El Cercado resignificándola y dándole nuevos usos. Durante dos meses, el grupo se abocó a experimentar, usando otros materiales, animándose a nuevas tipologías y abriéndose a nuevos objetos.
Así, la primera dupla –la randera Elba Aybar y la diseñadora de indumentaria y accesorios Jessica Morillo, creadora de Ansiosa Hormona– empezó por forzar la técnica a nuevos materiales –denim, caucho, hilos encerados–. El resultado, cuentan sinceras, es que no se adaptó (se cortaba el caucho o no fijaban los nudos con los hilos encerados), lo que las condujo, a seguir, renunciar jamás, pero optando por otras fibras, como las naturales –yute, lana de oveja o llama– lo que mutó el resultado a mallas más rústicas y voluminosas. ¿Los prototipos? Bellísimos collares con randas tejidas en lana y yute unidas con crochet.
Mientras que otra Aybar, esta vez Claudia, junto al diseñador de indumentaria Gonzalo Villa Max (responsable de las marcas tucumanas Maximilian y Malissia Rivero) trabajaron sobre un tapete pero desplazándolo de los bordes de la prenda (su ubicación histórica) al centro. Y pasando de la mesa al cuerpo logrando unos vestidos de ensueño, sutiles, exquisitos y etéreos.
Por último, la dupla formada por la artesana Margarita Ariza y la arquitecta Florencia Vivas se concentró en el desafío de llevar la randa al 3D. Fue así como trabajaron con los alambrados de las casas de la zona fomentando la analogía de la malla base. Una tela de alambre que en poco tiempo dio vida a separadores de ambientes y una luminaria esta vez realizada con cable. Además de una simbólica casita.
“Este libro –retoma Fenik– es un hecho contundente que da cuenta de un proyecto colectivo. Instituciones como el IDEP, la Universidad Nacional de Tucumán a través de su Centro Cultural Virla, Edunt, diseñadores, coordinadores, historiadores, fotógrafos, colaboradores, pusimos la mirada en la randa y sus hacedoras, las randeras. Revalorizar, resignificar, proponer estrategias para que esta artesanía se afiance en un mercado que hoy tiene nuevos lenguajes nos llevó a transitar por un camino donde los hechos se transforman hoy por medio de este texto en palabras e imágenes. Así como las randas perduraron en el tiempo, este libro las acompañará dándoles mayor visibilidad y compartiendo esta experiencia que une el pasado con el presente y logre proyectarse al futuro con nuevas generaciones de randeras”, remata.
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