Sáb 01.02.2014
m2

El negocio no descansa

En pleno verano, se ajusta el mecanismo para que progrese la especulación inmobiliaria, se prepara el camino para demoler La Cuadra y La Imprenta, y hasta se intrusa la casa de Carriego.

› Por Sergio Kiernan

Será verano, será el enero en que todos se distraen, se van o sueñan con irse, pero el negocio inmobiliario no se toma vacaciones y sus socios en el gobierno porteño tampoco. El macrismo en funciones parece estar acelerando sus contratos y preparando nuevas maneras de habilitar fortunas, con movidas y “filosofías” que siempre empujan para el mismo lado. El endurecimiento se nota en disposiciones poco conocidas y en el hachazo a una funcionaria que hasta ahora era un modelo de blandura y asentimiento, pero resultó demasiado principista para estos dos años finales de Mauricio Macri como jefe de Gobierno porteño.

Como se sabe, la arquitecta Susana Mesquida no es santa de la devoción de ningún patrimonialista, después de una larga carrera municipal donde parece haberse acostumbrado a perder todas las perdibles y ganar alguna que otra, si acaso. Pero a fines de año y comienzos del verano, la encargada del área de Patrimonio de la Dirección de Interpretación Urbanística del Ministerio de Desarrollo Urbano fue efectivamente mutilada en sus funciones por oponerse a un negocio inmobiliario. Por orden directa del secretario Héctor Lostri y con la resolución 29 publicada en el Boletín Oficial del 22 de enero, Mesquida perdió hasta la firma en el CAAP, donde presidía plácidamente la destrucción de miles de edificios patrimoniales, y le sacaron una función específica, la de revisar las autorizaciones de obra dentro de las áreas de Protección Histórica.

Las razones fueron realmente notables: Mesquida resultaba demasiado estricta en sus fundamentos técnicos. Que Lostri diga esto de una funcionaria con la carrera de Mesquida exhibe nada más que su avidez por liberar la piqueta, habilitar negocios y dejar hacer. Según parece, el disparador fue el bodrio del edificio Roccatagliata, autorizado por el director general Antonio Ledesma que, con la insutileza habitual, citó en su resolución el análisis de Mesquida sobre el proyecto. Los amparistas citaron también ese análisis y consiguieron que la Justicia frenara el desastre, lo que enojó a Lostri.

El Roccatagliata es un absurdo que sólo en esta ciudad desgobernada, un proyecto sencillamente horrible que es defendido con algo de desesperación por gente que sabe que es un atentado a toda estética urbana pero ya pagó por el terreno y quiere ganarse lo suyo. La quinta italianizada queda como una maqueta de club house –ya saben que no la podrán demoler– con cosas como pastito en la terraza y luces dicroicas en la galería. A ambos lados se levantan dos mediocridades vidriadas, enormes como murallones, que mandan al carámbano más lejano la escala del barrio, pero suman muchos metros a vender. Es de libro ver la solidaridad con que el ministerio de Daniel Chaín y su socio comercial Lostri atienden a sus colegas en dificultades, levantando funcionarias que opinan, por una vez, con alguna cordura.

Con lo que, vueltas de la vida, el apoyo de m2 a Susana Mesquida...

La imprenta y la Cuadra

Mientras se despejaba el negocio de molestos y molestas, se avanzaba con empezar a abrir camino para un emprendimiento insano pero sumamente rentable, el que quiere terminar de polisaturar la zona de Palermo cercana al Hipódromo con otra megasupertorrezota. Nuevamente se trata de Ledesma y su Dgiur –¿el arquitecto se da cuenta de que Lostri lo tiene firmando cosas que pueden terminar feamente en tribunales?, ¿tanto le pagan?– y el caso es el memorable artefacto que se quiere comer al restaurante La Cuadra y al minishopping La Imprenta, y levantó en armas a un barrio de los más paquetes y bienpensantes.

Resulta que en su disposición 1694, emitida en octubre, Ledesma le da seis meses a los especuladores para que presenten planos porque considera “factible” la ampliación de “los edificios sitos en Jorge Newbery 1651, Migueletes 858/60/62 y 868/70/80” respectivamente conocidos como La Cuadra y La Imprenta. Legalmente hablando, se trata de las parcelas 16, 25 y 26 de la misma manzana porteña, con pedido de englobar para hacer un emprendimiento de alto caletre. Según arranca la resolución, la vieja caballeriza –la última de la ciudad– tiene protección estructural por ley y La Imprenta la tiene cautelar. Esto significa que en el primer caso no se puede ampliar el edificio de ninguna manera y en el segundo sólo se puede si resulta invisible desde la vereda.

Pero el proyecto presentado en su momento simplemente se cargaba todo y dejaba como maquetas las fachadas existentes. Como el obrador iba a tener acceso sobre Newbery, La Cuadra se iba a demoler completamente para hacer entrar los camiones y maquinarias, y luego se iba a construir una maqueta con materiales nuevos para calmar las aguas. Este proyecto se tuvo que descartar cuando la Legislatura catalogó ambas propiedades, pero evidentemente los especuladores presentaron otro. Ledesma, para que se entienda que en el fondo puede hacer lo que le diga Lostri, recuerda que “el capítulo 5.4.12” del Código, dedicado a “Distritos áreas de protección histórica APH, en su ítem 8) Casos Especiales, establece: que ... El PE podrá autorizar flexibilizaciones a las disposiciones de este Código, de la Edificación y de Habilitaciones y Verificaciones cuando la exigencia de su cumplimiento implique obstaculizar el logro de los objetivos de rehabilitación perseguidos en las normas para los distritos APH. El Organo de Aplicación será el encargado de proponer, fundamentándolas debidamente, las flexibilizaciones a las que se hace referencia en el párrafo anterior...”

Con el paraguas bien abierto, el funcionario se dedica a marear con tecnicismos sobre la zonificación del barrio y no da mayores detalles de lo que traman los emprendedores. Lo único que se dice es que “surge que se pretende ampliar los edificios existentes de carácter patrimonial con un volumen con frente sobre la calle Migueletes que igualará el perfil de los edificios linderos existentes”, o sea que llegará a los 22 pisos de altura. Como el proyecto “respeta las alturas y el perfil edificable de los edificios existentes”, “el Area Técnica competente entiende que no existirían inconvenientes desde el punto de vista urbanístico y patrimonial en acceder a lo solicitado”.

El defensor adjunto del Pueblo porteño, Gerardo Gómez Coronado, que ya aprendió largamente a ver entrelíneas en estas resoluciones, subrayó algo muy llamativo: en ninguna parte del texto de Ledesma se dice qué altura tendrá el edificio futuro ni cuántos metros de superficie final. Como lo que se deduce de la oscuridad del texto es, de todos modos, que traman algo grandote, la pregunta final es tan obvia como ensordecedora: ¿cómo van a hacer para construir algo así respetando las catalogaciones? A mediados de marzo vence el plazo para presentar una propuesta formal.

La Carriego

La casa del poeta que fascinaba al niño Borges sigue medio destruida por el gobierno porteño, que debería cuidarla y no se resigna al amparo que paró la demolición. La idea pavota era destruir por completo la casita de fines del siglo 19, dejar la fachada y hacerla toda a nuevo, en hormigón y con un piso más asomando por encima de la fachada. Para furia personal de la directora de Bibliotecas de la Ciudad, esta pavada fue frenada por los vecinos ante la Justicia. Es que aunque a los macristas les cueste creerlo, la gente no es tan zonza y distingue entre una maqueta y una casa de verdad.

Pues en medio de estos calores, la Carriego fue brevemente intrusada por un grupo que tenía toda la pinta de ser “squaters por encargo”. Una vecina escuchó ruidos y vio movimientos, y llamó a la policía y a los amparistas. Los supuestos ocupas se esfumaron pero la que apareció, curiosamente, fue la directora de Bibliotecas, que empezó a explicarles a los vecinos que estas cosas pasan porque no la dejan terminar su obra. La funcionaria, persona al parecer impulsiva y espontánea, no se dio cuenta de que estaba hablando con algunos de los amparistas...

El Anchorena

Uno de los edificios más bonitos de esta maltratada ciudad se alza en la calle Castex, con portón justo en la bocacalle donde surge todavía estrecha la avenida Coronel Díaz. El viejo Palacio Anchorena es de una delicadeza particular y completa una cuadra hermosa, arruinada en sus extremos por tonterías muy feas que le llenaron los bolsillos a algún vivo. El edificio tiene vida pública por un malentendido deliberado, el de alojar el Museo Metropolitano, que no es museo sino galería de exhibiciones privada y alquilable, pese al nombre institucional.

La residencia fue creada como una vivienda multigeneracional, que no multifamiliar, para que padres e hijos de diversas edades convivieran sin pisarse, una idea bastante común –el Palacio Duhau, en avenida Alvear, era idéntico en este sentido– que terminaba en departamentos individuales y salones comunes. El Anchorena tiene una impactante entrada en port cochère realmente francesa, un volumen central y varias alas más pequeñas rodeando y definiendo un añoso jardín. Los salones comunes de planta baja son las salas del supuesto museo, mientras que los departamentos alojaron por años estudios de arquitectos y otros profesionales, una sala de arte para chicos, un anticuario y decorador, y un restaurante ocupando el garage. Todo esto permitía la experiencia de utilizar una de estas residencias ya rarísimas en la Capital de las Demoliciones.

Pues ahora todo esto está cerrado a cal y canto, con un anuncio no oficial de proyecto hotelero de lujo, que en el barrio exageran a “de los de tres mil dólares la noche”. El primer problema es la catalogación estructural del edificio, que limita enormemente lo que se puede hacer y excluye por completo cualquier ampliación (aunque Ledesma puede siempres hacer lo que anda haciendo con La Cuadra). El segundo problema es que Barrio Parque tiene una zonificación especial que sólo permite abrir farmacias, anticuariados, galerías de arte y hoteles de apenas una estrella.

La experiencia demuestra que es posible hacer un hotel en un edificio patrimonial sin necesariamente hacer el daño que hicieron en el Duhau de Alvear, donde el mal gusto y el mal proyecto desconcharon un palacio de primera agua. A la vuelta del Anchorena, sobre Alcorta, está la vieja casa de Tradición, Familia y Propiedad, que sigue intacta en su estilo tudoresco y funciona como un muy pequeño hotel de gran discreción. También está La Maison de Carlos Pellegrini, impecable, elegante y rentable como rostro de un hotel internacional. Habrá que ir mirando de cerca qué ocurre con esta residencia de 1928 de alto valor cultural.

El CAAP y los empedrados

Este martes el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales tiene una agenda enorme, con cien edificios a tratar. Esta exageración es alarmante, porque el ente no tiene ni remotamente la capacidad técnica de estudiar a fondo tantos casos, lo que no es ningún accidente. Como se sabe, el CAAP decide la vida y la muerte de nuestras piezas patrimoniales que cometieron el pecado de no tener cuarenta metros de altura, con lo que son compradas por especuladores que quieren “maximizar la carga constructiva” apilando hormigón. La presencia de Jaime Sorín, el flamante presidente de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, está poniendo algún límite a la piqueta, pero esto de ver los edificios de a resmas es simplemente una chantada...

Como la de vender que se restauran los empedrados del casco histórico porteño cuando se hace un negocio repavimentando calles y poniendo los adoquines encima. Las fotos muestran el tramo de la calle Bolívar de Hipólito Yrigoyen hacia el sur, sector recontrahistórico del Centro, donde se está haciendo esta frivolidad rentable de levantar todo, echar una cama de hormigón y volver a poner las piedras. Así se impermeabiliza la superficie, lo que ayuda a las inundaciones, y las piedras quedan todas desparejas porque no pueden asentarse sobre una superficie blanda. Todo esto lo saben en el macrismo, encabezado por un ingeniero, pero lo hacen igual porque los contratos ayudan. De paso, lo que se ve en primer plano de la foto son durmientes de algún ferrocarril histórico, tirados a la buena de Dios por los contratistas, sin intervención de arqueólogos y sin que se guarde aunque sea unito como muestra.

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