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Sábado, 1 de marzo de 2014

Sobre el conflicto en Once

 Por Gerardo Gómez Coronado *

En las últimas semanas, el barrio de Once volvió a ocupar espacio en los diarios por el conflicto por el uso de su espacio público, particularmente veredas y calzadas, en tanto que los noticieros de TV se solazaron mostrando la represión, peleas y escaramuzas entre los efectivos de la Policía Metropolitana con los puesteros de las avenidas Pueyrredón y Corrientes. Más allá de algunas imágenes bizarras, como las de los vendedores de baratijas senegaleses y de otras etnias africanas cortando Corrientes debido a que el GCBA les había incautado su mercadería por creerlos integrantes de una red mafiosa, para quienes seguimos con atención el desarrollo de este tipo de conflictos fue la triste sensación de estar viendo repetidas veces la misma película.

Es el mismo guión: aparatosos operativos policiales, con idénticos factores desencadenantes de ocupación abusiva del espacio público por parte de redes (en algunos casos cuasi mafiosas) de reventa de mercadería (en muchos casos ilegal) cuyas caras visibles no son cuentapropistas, sino empleados en negro a los cuales sus empleadores los proveen de viandas y comidas para que no abandonen sus puestos de venta. La película tiene también las mismas víctimas, los propios empleados/vendedores explotados, los minoritarios vendedores autonómos y obviamente los vecinos y transeúntes que se ven privados de utilizar las veredas y calzadas. Un párrafo aparte merecen los pequeños comerciantes perjudicados tanto por la competencia desleal como por la ocupación del frente de sus locales, aunque en el barrio de Once algunos son cómplices del descontrol, acogiéndose a la ley de la selva y usurpando ellos también las veredas y calzadas y/o regenteando los puestos cuestionados. En una película que cuenta con los mismos guionistas y mismos actores cumpliendo idénticos roles, uno no puede esperar más que el mismo final: que a los pocos días o semanas de los aparatosos y mediáticos operativos, las aceras vuelvan a ocuparse por los mismos puestos u otros similares.

El primer paso para no repetir la historia es no homogeneizar los diagnósticos más allá de las evidentes similitudes. Aunque se parezcan, los casos de la Terminal de Retiro y de la zona de Once se desarrollan en geografías urbanas –y hablo de geografía y no de simple paisaje urbano para incluir al componente humano que en el caso de Once aflora como “vecino”– distintas. En Once ya no son necesariamente los comerciantes afectados, sino sus habitantes, hombres, mujeres, familias que acudieron en reclamo a distintas instancias del Estado para reclamar por el degrado que sufre el barrio y consecuentemente la calidad de vida de quienes allí residen. Esto es por distintas problemáticas que atentan contra el uso residencial, como actividades irregulares en los comercios, proliferación de puestos de venta invadiendo aceras y calzadas, incumplimiento de las normativas de carga y descarga de mercaderías e innumerables etcéteras.

Once, como el Abasto, no son barrios declarados como tales. Ambos, junto a Congreso, están comprendidos por el barrio de Balvanera, pero los ciudadanos los reconocen como barrios independientes y rara vez se utiliza la denominación oficial. Cada una de estas zonas tiene su propio carácter más allá de cuestiones formales como la determinación de límites. Balvanera conforma la Comuna 3 junto con San Cristóbal, pero esto no implica que cada uno de estos barrios haya perdido su propia identidad.

El barrio de Once debe su nombre a la estación Once de Septiembre del ex FF.CC. Sarmiento y desde la primera mitad del siglo XX se caracteriza por la presencia de comercios mayoristas y minoristas del rubro textil y afines, con fuerte presencia de la colectividad judía. Luego se sumaron coreanos dedicados a la misma actividad y en los últimos años siguió acogiendo colectividades de diverso origen, especialmente latinoamericanas. A pesar de la importante actividad comercial, Once es también un barrio residencial donde predominan los edificios de vivienda colectiva. En esta zona se encuentran excelentes ejemplos con algunos edificios de singular valor patrimonial como el Pasaje Colombo, de Rivadavia y Azcuénaga, el Pasaje Sarmiento, de estilo andaluz, en Bartolomé Mitre 2660, la Casa Grimoldi de Virgilio Colombo en Av. Corrientes 2558, o el magnífico edificio de Corrientes y Pueyrredón al que popularmente se relaciona con el poema “Setenta balcones y ninguna flor”, de Baldomero Fernández Moreno. A esto debe agregarse la prolífica agenda cultural que brindaron sus instituciones comunitarias (Hebraica, Macabi, IFT) que esparcieron su impronta cultural a toda la zona.

Pero el barrio de Once pareciera haber entrado en un proceso de ruptura de ese “contrato urbanístico social implícito” entre los protagonistas de cada una de esas actividades. Frente a este cuadro de situación, desde la Defensoría del Pueblo propusimos infructuosamente al GCBA que arbitre los medios para crear un ámbito interdisciplinario e interinstitucional con participación comunal para garantizar la participación de distintos organismos del gobierno local y nacional, y de la sociedad civil, para lograr el mejoramiento urbano y ambiental del área. En definitiva, para recuperar a Once como barrio de la ciudad donde sus actuales jóvenes habitantes puedan y quieran planificar su futuro.

Desde el punto de vista normativo, el GCBA ya cuenta con pautas legales de acción en la sección 8 del Código de Planeamiento Urbano: “Planificación de la Renovación Urbana”, que entre otros puntos establece: “La recuperación, restauración, saneamiento y salvaguarda de áreas conservables por razones históricas, estéticas o paisajísticas” y “La corrección de deficiencias en la estructura funcional de determinadas áreas, provocadas por el inadecuado uso del suelo, la congestión del tránsito, saturación de densidad poblacional, alto grado de cohabitación, deterioro ambiental y de condiciones de habitabilidad o la falta de servicios o equipamiento...”.

Y un sostén y fundamento no menor lo puede encontrar el Gobierno de la Ciudad (como gobierno y como Estado) en el reciente documento aprobado para los Centros Comerciales a Cielo Abierto por el Consejo Económico y Social de la Ciudad, que recomienda “promover la mejora de la infraestructura del entorno de cada CCCA (calzadas, aceras, luminarias, seguridad, limpieza, etc.), por intermedio de un Plan de mantenimiento, con el fin de hacer sostenible en el tiempo las inversiones que se realizan; ... velar por el cumplimiento de los códigos de edificación y habilitación, emitiendo un dictamen obligatorio pero no vinculante, para la habilitación de nuevas superficies o espacios comerciales, con vistas a no quebrar el equilibrio residencial, la naturaleza cultural y cuidando el impacto medioambiental en torno del CCCA; desarrollar obras de embellecimiento, iluminación, ornamentación y veredas”.

Vale reproducir lo señalado por el presidente del Consejo, Sergio Abrevaya, al prologar la recomendación: “Estamos perdiendo el placer del transeúnte que se apropia de cada vereda, que aprecia fachadas y que de pronto se deja seducir por un escaparate azaroso. Al retroceder el comercio barrial por el auge de arquitecturas cerradas, se pierden sitios simbólicos de igualación social. Nos replegamos desde el espacio integrador de convivencia hacia otro de perfil más exclusivo, que con su uniformidad se divorcia de la fisonomía barrial que lo circunda”.

Hasta el momento, el Gobierno de la Ciudad no supo, no quiso o no le interesa dejar de lado el “decisionismo” para encontrar mecanismos participativos y consensuados de intervención, y para la resolución de conflictos entre grupos de vecinos con posturas antagónicas. Sería una buena oportunidad de cambiar el guión y obtener un final distinto.

* Defensor Adjunto del Pueblo CABA.

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