Un flamante informe del Consejo Económico y Social explica el rol de los comercios chicos en el tejido urbano y propone reconocerlo, potenciarlo y privilegiarlo frente a los shoppings.
› Por Sergio Kiernan
Una de las tantas contradicciones de nuestro frívolo gobierno porteño es la tendencia a copiar lo que sale en la foto de Nueva York, pero sólo lo que sale en la foto. Es lo que explica que ahora haya carteles colgados de los semáforos en las grandes avenidas porteñas con el nombre de la calle del cruce, manía tradicional de la Quinta Avenida de Manhattan. Y lo que explica que pintaran esos semáforos de gris, toque que probablemente quedará como el único saldo positivo de la gestión Macri.
Pero el ahora candidato a presidente y sus minions sólo copian lo de la foto y no otras cosas de la gran ciudad norteamericana, las que limitan el negocio y los negocios. Por ejemplo, la estricta y total prohibición de los shopping centers en los cinco “boroughs” neoyorquinos, que ni siquiera el multimillonario intendente saliente logró levantar. La idea es que el perfil urbano de la ciudad es alimentado y caracterizado por un zócalo de comercios minoristas, por galerías comerciales y por tiendas de departamentos que se especializan más que nada en ropa y maquillaje. Nueva York es la ciudad más caminable de Estados Unidos, por lejos, no sólo porque tiene un buen sistema de subtes sino porque hay mucho que ver y hacer, porque sus calles son foros públicos.
El macrismo en funciones descree de estas complicaciones porque tiene en mente un modelo de ciudad tipo country: privado, de auto, con derecho de admisión, lucrativo y con tarjeta de crédito. A esta gente le falta calle y por eso no sabe para qué sirve la calle, con lo que firma alegremente toda autorización para un shopping. De paso, alguna constructora amiga hace un buen negocio y todos reciben facilidades, como no pagar por el cambio de infraestructura necesaria, otra cosa que podrían copiar de Nueva York, meca del capitalismo donde para abrir un estadio, por ejemplo, hay que pagar por el asfaltado reforzado, las cloacas ampliadas y los semáforos extra para manejar el influjo puntual de público.
Como para terminar de ver las ventajas comparativas del modelo de muchos negocios pequeños distribuidos en toda la ciudad y concentrados en calles especializadas, el Consejo Económico y Social acaba de publicar una fuerte recomendación. Dirigida al Ejecutivo y al Legislativo porteños, la iniciativa es producto de un detallado estudio votado y firmado por el Consejo, una institución que parece reunir a todo el mundo, de tirios a troyanos, sindicalistas, banqueros, industriales, comerciantes, oposición, oficialismo, universidades privadas y públicas, Iglesia y más de una ONG. El paper puede leerse completo en www.consejo.gob.ar, lo que vale la pena porque es uno de esos compendios de información compleja que permiten pensar las cosas con más claridad.
Lo que proponen es reforzar estas zonas comerciales minoristas creando un programa de Centros Comerciales a Cielo Abierto, CCCA, que refuerce el rol e identidad de ejes que ya existen. Como sabe cualquiera que realmente se haya criado en esta ciudad, el mapa mental de cada uno incluye el “centrito” del barrio y un orden jerárquico de dónde se va a comprar ciertos insumos y dónde “se va de compras”. Por ejemplo, de Villa Luro se puede ir a Flores para ciertas cosas, al Centro para otras y a la avenida Santa Fe para otras. El informe identifica ocho ejes comerciales estables en la ciudad: Recoleta, Santa Fe del 1100 al 2500, Cabildo del 2000 al 2900, Triunvirato y Monroe, Cañitas, Colegiales a la altura de Cabildo y Lacroze, Palermo Viejo, Palermo Hollywood, Florida, el Microcentro, Libertad entre Rivadavia y Lavalle, Callao y Corrientes, Puerto Madero, Constitución, Montes de Oca hasta el 900, Defensa hasta San Juan, Flores, Alberdi, Parque Patricios y la avenida Patricios, Sáenz del 600 al 1500, Lugano, Mataderos y Boedo con varios de sus cruces y paralelas.
Estos ejes, a transformar en CCCAs, tienen identidad social y cultural –un lugar en el imaginario que puede comprobarse científicamente cualquier domingo a la mañana, diciendo “y si vamos a...”– y una oferta mixta de servicios, de un café a un tapado. La idea es dotarlos de infraestructura y señalética, reforzar su identidad, limpiarlos y cuidarlos, con un comité que se encargue de la interacción entre las partes. Resulta que nada de esto es particularmente nuevo, como destaca el mismo informe, porque hace décadas que se hace en otras latitudes y hasta se hizo, de arriba y a los manotazos, en esta Buenos Aires. La calle Florida, por ejemplo, es uno de los ejes comerciales ya existentes y es la tela de innumerables intervenciones, tantas que es un clásico de la política chica porteña.
Pero Warnes tuvo un arreglo parcial, Caseros recibió alguna luz, veredas y bicicleteros y Aguirre, en Villa Crespo, un tratamiento parcial parecido. En la gestión Ibarra-Telerman hasta se hicieron trabajos un poco más deliberados en la Avenida Jonte entre el 4500 y el 5200. Fue entre 2002 y 2005, y lo hizo el Ministerio de Espacio Público, que trató las veredas, puso unos feos bancos de madera, unos faroles peores, una cartelería enorme anche no amarilla, y una serie de banderolas con la marca Monte Castro. Más allá de las críticas a la estética, la idea funcionó por un tiempo, el que tomó que todo fuera vandalizado o se rompiera y los vecinos entendieran que nunca más los iban a reparar. De esta experiencia surge el pedido de que haya comités para hablar con la Ciudad.
La idea de estos Centros suena cuerda porque arranca de reconocer algo que ya existe y fue creado espontáneamente por los vecinos de la ciudad. Si se traza un mapa marcando los ejes comerciales identificados por el Consejo Económico y Social, se ve que se reparten parejito por toda Buenos Aires y, excepto cuando se llega a la General Paz, bien al Oeste, están aproximadamente a la misma distancia unos de otros. Otra cosa es que el comercio así distribuido genera un nivel de empleo muy superior a cualquier otro formato. Según la CAME, citada en el paper, cuando un supermercado vendió 1.200.000 $ en 2012, creó o necesitó un empleado. Un shopping es alguito más benéfico, porque esa facturación significó 1,6 empleado. Pero el comercio minorista, por definición de pymes, generó 3,4 empleos por el mismo monto.
Al mismo tiempo, este tipo de comercio muestra una capacidad de reacción y flexibilidad que no tienen los formatos grandes. Hasta 2002 había once ejes comerciales estables, que tomaban 220 cuadras (o frentes de manzana). En la década siguiente se consolidaron otros 28, hasta llegar a los 39 actuales, que cubren 714 cuadras con más de 8600 locales. Esta característica hace que el paper proponga formalizar un poco estos agrupamientos, definiéndolos como polirrubro o monorrubro, de modo de crear paseos genéricos o lugares muy especializados donde se concentre la oferta de ciertos rubros. Nuevamente, es como ir a ver joyas a la calle Libertad o vajillas a la avenida Jujuy, comparado a ir a ver vidrieras a Santa Fe o Palermo Viejo.
Los shoppings, en comparación, son criaturas potencialmente dañinas. Hay algunos, como el Patio Bullrich, que se instalaron en zonas de muy bajo comercio –alguno que otro anticuario, un bar o dos–, con lo que se integraron al barrio como una suerte de “final de la avenida Alvear”. Otros, como el Alto Palermo, se abrieron en zonas de tal densidad urbana que no mataron su entorno, o no tienen el tamaño para hacerlo, como el que reemplazó el viejo Hogar Obrero en Caballito. Pero también está el aterrizaje lunar de un Dot o un Paseo Alcorta, o de los mega-súper-híper mercados, que buscan lugares que parezcan estar en el campo pero con el colectivo a mano... ¿Quién va a abrir un almacén por ahí cerca?
Este tipo de temas está levantando su perfil cada vez más. Un botón de muestra fue la idea del Consejo Económico y Social de presentar este informe en la Feria del Libro hace dos semanas. Fue en la sala Bioy Casares, tal vez la más inaccesible del evento, pero cuando el presidente del Consejo –y ahora precandidato a jefe de Gobierno porteño–, Sergio Abrevaya, abrió la presentación, tenía sala llena. Le siguieron Vicente Lourenzo, vicepresidente primero de Fecoba, y Fabián Tarrio, presidente de la Federación de Centros Comerciales a Cielo Abierto. Entre los presentes hasta había legisladores macristas que se bancaron dignamente las fuertes críticas a la políticas de favorecer los megashoppings.
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