Sábado, 12 de julio de 2014 | Hoy
EL PATRIMONIO Y LA BATALLA CULTURAL
Por Jaime Sorín *
La historia que se escribió al final de las guerras civiles y que ha sido el pensamiento único desde Pavón hasta hoy, o sea, la versión que ha bautizado calles, avenidas y parques, que ha decidido qué próceres deben ser honrados y cuáles deben ser ocultados, tiene un esquema de historización que fragmenta los países americanos. En la escuela aprendemos mucho más acerca de la historia de España o Francia que sobre cómo se independizaron México o Brasil o Nicaragua, porque coincide con ese criterio vencedor de que luego de las guerras vendría la organización nacional, sobre la base de civilización o barbarie, en la que civilización era Europa y los de acá que querían ser europeos. En cambio, barbarie era lo nuestro, los sectores populares, las tradiciones criollas, los caudillos federales, el federalismo, los gauchos, los mulatos, los pueblos originarios; todo eso más específicamente nuestro era la barbarie. La historia oficial se ha ocupado de reproducir la balcanización de los países americanos.
El Bicentenario habilitó otra Historia, otro relato, en consonancia con un giro de época que permitió recuperar la idea de Patria Grande, leer lo que no se había leído. Como decía Benjamin, pasarle el cepillo a contrapelo.
En la historia contada desde los sectores populares, nacionales y federales se impone una visión iberoamericana que recupera la idea de la patria grande, que está en Manuel Ugarte, Jorge Abelardo Ramos, José Vasconcelos, Lezama Lima, Ingenieros, Manuel Gálvez (Amerindia), José Martí (Nuestra América).
Los gobiernos progresistas de la región se están valiendo del Estado para regular la economía, pero sobre todo para desarrollar políticas sociales. Hoy lo que se plantea es la superación del neoliberalismo. En la medida en que se logre con desmercantilización, con creación de espacios para recuperar los derechos sociales, se estará avanzando en ese proceso de recuperación de lo público, de unión de los derechos políticos con los sociales que los ‘90 separaron.
¿Qué tiene el patrimonio que decir respecto a esta batalla cultural, a esta confrontación entre modelos no sólo económicos sino, fundamentalmente, de pensamiento? Cada uno de los puntos de la convocatoria gira alrededor de la relación patrimonio-identidad-comunidad, de la dimensión social que en estos tiempos latinoamericanos se expresa a través de lo que podemos definir como “el litigio por la igualdad” que recorre nuestras sociedades. El gran desafío de este tiempo es el de la igualdad y la justicia, la redistribución de la riqueza, que no sólo tenemos que interpretar en sentido económico sino también como la recuperación de nuestras historias colectivas, amenazadas por el avance de una globalización, que más que traernos beneficios ha dejado afuera de la sociedad a millones de personas (y continúa hoy con los fondos buitre).
Globalización que no democratizó la educación sino que difundió una cultura única a través de los medios de comunicación concentrados.
Globalización que difundió un sistema de mercado que destruyó el trabajo y privilegió la especulación generando exclusión y expulsión.
Y en lo que a nuestra actividad atañe, globalización que ha constituido también un factor de espectacularización y banalización de muchas producciones turísticas homogeneizando las particularidades culturales y coincidiendo en poner en el mercado un territorio. Como señalaba Llorenç Prats, con la espectacularización de la realidad y la masificación del turismo nacen nuevos tipos de activaciones patrimoniales, cuya motivación no es ya de carácter identitario, sino abiertamente turística y comercial, la cual responde a la imagen externa y a menudo estereotipada que se tiene de nuestra identidad desde los centros emisores de turismo.
Frente a esta globalización es que deben surgir las propuestas locales, desde el seno mismo de las comunidades involucradas en la presentación de sus valores culturales y evitando que el mayor beneficio económico del consumo turístico sea principalmente para los grandes inversionistas. Deben impulsarse –si realmente queremos hablar de inclusión– formas de participación en la toma de decisiones en el proceso productivo de los bienes y el servicio turístico de las poblaciones involucradas.
El modelo de actividad turística cultural no debe privilegiar a un solo tipo de turista, constituyendo un mecanismo de polarización social. Se requieren, por tanto, políticas de Estado que regulen los usos del patrimonio con criterios de participación de las poblaciones involucradas, tanto en la gestión y apropiación de beneficios como en la interpretación de los bienes culturales, haciendo posible la valoración positiva de la cultura del otro.
Debemos defender el concepto de “itinerario cultural” como integrador de culturas en nuestra América, con sus particularidades regionales, lejos de la interpretación de “recorrido turístico” que generalmente construye narrativas y significados de los lugares ajenos a las poblaciones que los habitan y utilizándolas sólo como vehículo folclórico ad hoc y utilizando la tradición y a la naturaleza de modo que no se corresponden necesariamente con la dinámica sociocultural interna del territorio.
Esto tiene importancia cuando estamos a días de la declaratoria como Patrimonio de la Humanidad del Qhapaq Ñan o Camino del Inca.
Por último, algo sobre el desarrollo sustentable, concepto que sobrevuela siempre y que necesita ser precisado a la luz de los procesos latinoamericanos (el buen vivir, la revolución ciudadana, la política de derechos humanos). El desarrollo debe ser un proceso integral que incluya dimensiones culturales, éticas, políticas, sociales y ambientales, y no sólo económicas. (No se trata sólo de producir más sino de distribuir más y mejor.) Es preciso encontrar un espacio de suma entre el mercado y el objetivo de todo inversor de obtener el máximo de lucro –que es un objetivo individual– y la finalidad colectiva de carácter social, que hace primar el respeto al ambiente como patrimonio a preservar para el disfrute actual y el de las futuras generaciones, tarea a cargo de quien nos representa a todos: el Estado.
Y cuando hablamos de ambiente allí está el patrimonio cultural, los paisajes culturales, ya que ambos constituyen el sostén identitario de nuestra sociedad, que al fin y al cabo es por lo que estamos acá.
* Presidente de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos. Este texto fue parte de su ponencia en el reciente encuentro de Icomos en Posadas, Misiones.
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