El gobierno porteño dice que no tiene plata para restaurar monumentos, pero encuentra fondos más que suficientes para hacer esculturas de deportistas. Otra foto de campaña pagada con dineros públicos.
› Por Sergio Kiernan
Nuestra pobre ciudad sufre del síndrome del control remoto y es gobernada distraídamente desde hace muchos años. Cuando fue federalizada, en 1880, fue ampliada y reconstruida como la capital de un imperio que no existía, en la frase feliz de aquel francés, porque era el símbolo y vidriera de la República. El standard de calidad y de estética fue muy alto, lo que explica desde las piezas patrimoniales que ya son símbolos porteños a la comodidad constructiva de nuestros barrios de veredas anchas, arboledas y proporciones que fueron angelicales. Pero la condición de acabar con las guerras civiles fue que Buenos Aires fuera gobernada por el presidente a través de un intendente cuya tarea principal era hacer quedar bien a su jefe. Esto condenó a la ciudad a una serie de mo- das pasajeras que terminaron eternizadas. Un ejemplo que recordarán los lectores de cierta edad fue la “dictablanda” de Lanusse –lo de blanda sólo en comparación con los horrores posteriores–, que impuso el naranja como color municipal. Como ese color antipático daba bien en el acrílico y ese plástico insufrible estaba de moda, se pintaron de naranja los bancos de las plazas, los tachos de basura y hasta la línea San Martín del ferrocarril, como para dar una imagen moderna y relajada. Todavía se ven algunos de esos espantos por toda la ciudad. La reforma y la autonomía dieron lugar a la esperanza de que alguien se hiciera elegir como intendente/jefe de gobierno con ganas de realmente hacerse cargo de los porteños y su ciudad. Pero nada, porque enseguida caímos en el síndrome De la Rúa, por el que la Jefatura de Gobierno es una vidriera para ser presidente. Como demuestra la gestión entera de Mauricio Macri, la prioridad urbana es la foto, el declaracionismo, el gesto para la campaña. Por eso no hacen más subtes y se con- centran en los metrobuses, porque cavar es lento, sale mal en la foto y no se termina a tiempo para el folleto y el cartel. Otra cosa que queda en el tendal es la seriedad de las prioridades, como encontraron nuevamente los vecinos de Barracas al leer la Resolución 104 de algo llamado Unidad de Proyectos Especiales, Construcción de Ciudadanía y Cambio Cultural, publicada el 5 de este mes. La entidad porteña tiene un nombre engorroso y un objetivo difuso, lo que la torna ideal para gastar dinero para hacer campaña. Porque, ¿qué es construir ciudadanía? ¿Cómo se hace un cambio cultural? ¿Qué diferen- cia hay entre estos conceptos pomposos y la simple propaganda? No mucha, de hecho, y lo que anunció la Unidad Especial en esa resolución lo demuestra: una serie de esculturas en homenaje a ídolos deportivos, vivos y muertos. El boletín oficial publicó que la entidad propagandística aprobó la “Contratación Directa 2051-0121-CDI14” realizada al amparo del artículo 20 de la Ley 2095. El objetivo es “la adquisición de tres esculturas de los deportistas ar- gentinos Guillermo Vilas, Luciana Aymar y Emanuel Ginóbili” por un valor de seiscientos mil pesos en total. El objetivo es “homenajear y distinguir la trayectoria de aquellos argentinos que forman parte de la historia deportiva del país”. El beneficiario es “la firma” Carlos Benavídez. La estatua de Ginóbili, de hecho, ya fue inaugurada, las otras dos lo serán pronto y la segunda etapa del “paseo de la gloria” incluirá esculturas de Messi, Fangio y Maradona. Este tipo de tonterías despierta varias reflexiones, como la de dónde habrá quedado la sabia y republicana ley que impide homenajear en vida a nadie y de hecho manda esperar diez años después de la muerte del personaje para nombrar algo en su honor. Hasta Perón tuvo que esperar un año largo de democracia para tener su calle porteña. Otra reflexión es la que indignó a los vecinos de Barracas, todavía privados de los bellos bronces de su mástil en la plaza Colombia. Hace cuatro años, e inexplicablemente, el gobierno porteño se llevó los motivos del monumento, dejando el mástil demudado. Como siempre, no avisaron a nadie, con lo que hasta se pensó que algún ladrón los tenía. Finalmente, admitieron que sí, que los tenía el MOA para restaurar. Pasaron los años, no volvieron y, como muestra la foto, siguen en el barro y la intemperie de la entidad municipal de Palermo. Ante los reclamos, el MOA dejó trascender que no tiene presupuesto para la obra. Pero parece que la Unidad Especial, que de- pende directamente del jefe de Gabinete porteño, sí tiene plata para esculturas.
Hace un tiempito, el Incaa creó un concurso/movida/idea para que cineastas amateurs o semiprofesionales hicieran cortos sobre sus rincones en el mundo. El resultado fue “Un barrio de pelícu- la” y una serie de creaciones que, con más o menos méritos propios, muestran la vitalidad del amor al barrio y la fuerte creencia de que el ambiente construido es identidad. Este martes, la diputada nacional Liliana Mazure –que tuvo mucho que ver con la creación del proyecto– y el Instituto del Cine invitan al estreno de Mañana de sol, el corto de Marcelo Rossi que homenajea al Abasto. La película es de hecho un uni- personal de Fernando Noy y la presentación incluye música en vivo con la orquesta típica Fernández Fierro, que juega de local en el Club Atlético donde es la fiesta. Es a las 19 en Sánchez de Bustamante 764. También vale la pena ver la revista Habitat que, con veinte años cumplidos, está en kioscos con su edición 79. El tema de tapa es la restauración de las fachadas del edificio Sud América en la Diagonal Norte, que rescató en buena medida un edificio muy maltratado por el tiempo y por la “modernización” de su formidable planta baja durante la dictadura. La modernización consistió en tirar sus puertas originales, de las mejores que vio esta ciudad, para reemplazarlas por vidrios, un vandalismo que no tiene ya remedio. La nota permite apreciar las esculturas y la enorme elegancia de su coronamiento. También hay una nota de nuestro columnista Matías Gigli sobre su diseño de la plaza Vaticano, justo al lado del Colón, que la rescató del triste rol de estacionamiento del teatro. Los renders muestran la limpieza del diseño original, muy respetuoso en su bajo perfil del vecino ilustre. No se puede evitar comparaciones entre lo que diseñó Gigli y lo que se ve afeado por una enorme pantalla de video dedicada a la propaganda constante del macrismo. En la edición hay también una sesuda historia del Cabildo que vemos hoy y una nota sobre los Hoteles de Inmigrantes de las capitales de provincia, algo poco conocido.
No es para contener la respiración, pero es inminente la votación de la Cámara de Diputados para nacionalizar el hermoso edificio de Francisco Gianotti en la esquina de Callao y Rivadavia. Como se sabe, el presidente de la Cámara, Julián Domínguez, logró una reunión de comisiones que votó por unanimidad el despacho de la ley que ya tenía media sanción del Senado. Tomar El Molino y restaurarlo es un viejo sueño de Domínguez, el político más sensible a estos temas y el que ya restauró la sede histórica del Ministerio de Agricultura –las Mellizas de la avenida Paseo Colón– y está restaurando el mismo palacio legislativo con gran rigor. Todas las fuentes coinciden en que antes de fin de mes habrá voto positivo para que el abandonado edificio, cerrado desde hace casi veinte años, vuelva a la vida. Sus seis mil metros cuadrados están en estado grave, pero no catastrófico, con lo que la aventura de restaurarlo y volverlo a su esplendor no es un sueño. En julio de 2016 cumple un siglo de su inauguración, que el dueño de El Molino, Gaetano Brenna, quiso fuera su festejo del primer centenario de la Independencia de su país adoptivo. Brenna y Gianotti, de paso sea dicho, eran ambos oriundi y el edificio que nos deja- ron es también un verdadero canto a la inmigración.
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