La ciudad santafesina parece haber entrado en un cono de desgracias en cuanto a su patrimonio. Por un lado, esta semana se incendió el maravilloso edificio que aloja a la Facultad de Derecho local y al irreemplazable Museo de Ciencias Naturales. Casi todo el edificio se quemó, se perdieron colecciones únicas, se perdió la inversión de una restauración reciente. Lo más indignante es cómo se perdió: una lluvia de bengalas, caso típico de gente común que cree que el patrimonio no es cosa suya y que ni siquiera siente el compromiso de, no ya cuidarlo, sino aunque sea no ponerse a detonar pirotecnia justo al lado.
Por otro lado, el párroco Livio Gorza, que tiene a su cargo la histórica iglesia de Fisherton, ha vuelto a la carga con su ya sorprendente obsesión por destruir su templo. La capilla de Fisherton es monumento histórico de la provincia y un fallo judicial ordena mantenerla intacta, sin reformas ni cambios, dos decisiones producto de los tres intentos de Gorza para demoler, refaccionar o cambiar su iglesia. El primero fue en 1998, cuando el cura anunció que la iba a demoler para crear un megatemplo. La cosa no funcionó por la vehemente oposición de parroquianos y vecinos. En el 2000, con cambios cosméticos, Gorza volvió a la carga y se tuvo que aguantar una tormenta mediática y abrazos simbólicos a la iglesia histórica. A fines del 2001, el cura se moderó y propuso “apenas” demoler la pared posterior y prolongar la nave hasta el final del terreno. Esta vez los vecinos le hicieron juicio, la Legislatura declaró el lugar como monumento y todos los entes técnicos desaprobaron la idea.
El párroco ahora vuelve a la carga, por cuarta vez: quiere aprovechar los 19.000 pesos del gobierno provincial para restaurar el templo, para “ampliar desde los fondos”. Es la misma idea que en 2001 generó tanto escándalo, la de estirar la nave, y ya se generó otra batalla entre vecinos, párroco, Arzobispado y funcionarios. ¿Habrá alguna manera de que Gorza deje en paz la iglesia que debería cuidar?