Sábado, 20 de septiembre de 2014 | Hoy
Por Juan Cabandié *
Reapareció la esperanza para la Confitería El Molino: hoy hay una nueva oportunidad ya que el Congreso de la Nación tratará proyectos que la declaran de utilidad pública para que se rescate el uso como un valor patrimonial que debe ser preservado. La confitería fue testigo y víctima del neoliberalismo en el país. Corría 1997 cuando anunciaba el cierre de sus puertas en el país neoliberal. Entonces, ni el peor agorero hubiera podido imaginar que pasarían 17 años sin que el pan dulce de El Molino estuviera presente en las fiestas.
Es que, al compás de la crisis económica de los ’90, las fábricas de pan que convivían en Rivadavia y Callao fueron incapaces de seguir dando batalla en un mundo que se globalizaba sin que la presencia del Estado limitara una creciente y engañosa competitividad, y en la que la “mano invisible del mercado” daba por tierra con la calidad de vida. En esos días El Molino, paradójicamente, era declarado monumento histórico nacional al tiempo que clausuraba un ciclo vital de ochenta años. Así, un espacio relacional de encuentro pasaba a ser una reliquia muda de la opulencia perdida. Una opulencia gestada en torno de los fastos del Centenario, cuando un inmigrante italiano, Gaetano Brenna, decidió elevar la apuesta y transformar su floreciente negocio y llamarlo Antigua Confitería del Molino, contratando al joven arquitecto Francisco Gianotti para dar paso a un monumental edificio.
El edificio, un magnífico exponente del Art Nouveau y la vanguardia de la Belle Epoque, se impuso como referente dentro de un paisaje cultural urbano muy característico. En 1916, la Nueva Confitería del Molino entró a dialogar con el –entonces– flamante Palacio Legislativo y con la Plaza del Congreso. Luego de revertir una quiebra en 1978, El Molino debió cerrar sus puertas cuando ni el trabajo ni la producción parecían ser, en la Argentina de los ’90, apuestas redituables. Es que El Molino fue una víctima más de la sumisión ante los mecanismos financieros que dominaron la escena de la producción y de la reproducción social en una Argentina reciente.
La expropiación de El Molino es una muestra más del interés de nuestro gobierno por el patrimonio, pero no por un patrimonio cosificado, cristalizado en el tiempo cual pieza olvidada de museo. Las intervenciones de política patrimonial que propicia el Estado nacional se centran en un patrimonio vivo, históricamente situado, que interpela a las distintas comunidades de diferentes maneras, las que, al relacionarse con los objetos, pueden entablar un diálogo desde el cual apropiarse de los bienes culturales que representan sus prácticas y vivencias. Con la aprobación de esta ley nacional se dará término a años de olvido y deterioro de la que fuera una importante fuente de trabajo, además de un icono patrimonial.
* Diputado nacional, ex diputado porteño y jefe del bloque del FpV en la Legislatura.
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