Sáb 24.01.2015
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De Buenos Aires a Nueva York

› Por Sergio Kiernan

Es verano y en apariencia nada debería pasar. Pero resulta que así como el Caso Nisman no deja distraerse, el macrismo en funciones no deja descansar a los vecinos de Buenos Aires. Es año electoral, hay que “lucirse” y demostrar matemáticamente que el líder Mauricio no tiene ni tuvo jamás un interés real en gobernar la ciudad, sólo en montar una vidriera presidencial. Esto genera actividades esdrújulas, anuncios inopinados y más casos de la habitual improvisación del gobierno porteño. La mayor ciudad del Cono Sur es un bicho complejo y bravo que necesita pensamiento y planeamiento para gobernarla, líneas ausentes en la gestión del PRO. Ellos van por el premio mayor y los porteños son apenas la oportunidad de generar fotos de campaña.

Lo que explica, por ejemplo, que se esté repitiendo en Caballito el error sistemático de podar los árboles en pleno verano. Como sabe cualquier jardinero en el grado más amateur posible, en verano no se poda ni se corta, no se trasplanta y casi ni se planta, actividades reservadas para el frío curador. En invierno, los árboles bajan su actividad y no resienten el corte, que por mera cuestión de temperaturas raramente enferma al cortado. En verano la ecuación se invierte y, como en los seres humanos, el calor favorece los problemas. Nada de esto parece saber el concesionario de la poda en el barrio justo al centro geográfico de la ciudad, que le da duro a las copas con sus sierras. Varios vecinos trataron de parar el error y recibieron explicaciones absurdas, como que el follaje tapaba las luces y por tanto aumentaba la inseguridad (la luz cegadora, exagerada, es un amuleto del macrismo, que cree que así hay menos crimen). Cuando se les señaló que estaban podando también árboles jóvenes, incapaces de tapar cualquier farol, se encogieron de hombros y siguieron, con la obediencia debida del sonso.

Lo que ocurre en realidad es que las concesionarias cobran por cuadra podada y no tienen ningún reparo en matar los árboles o dejarlos deformados contratando personal que no tiene ni idea de lo que está haciendo. La prueba la difundió SOS Caballito al rebotar una carta de una vecina que explicó que logró que no le chuzaran su árbol al firmar un formulario. Este absurdo permite cobrar la cuadra mostrando que alguien se resistió pero firmó, con lo que queda salvado de alguna inspección que haya un árbol intacto. Al macrismo no le interesa en absoluto estar haciendo bien o mal las cosas, apenas decir que las está haciendo para mostrar listas de gestión. Las podas en verano simplemente agregan una línea a la lista.

Menos tonto pero más preocupante aún es el anuncio de las obras en la plaza Houssay, ese no-lugar alienado y vandalizado sobre la avenida Córdoba frente a la facultad y al Clínicas. En dictadura se hizo ahí un estacionamiento subterráneo con la técnica berreta de pozo abierto, la que tantos costos le ahorra al amigo concesionario y se usó ahora en Las Heras y Pueyrredón, con el costo de talar tanta arboleda añeja y dejar cementos por donde hubo tierra y pasto. La Houssay es un techo de hormigón, con estúpidos macetones de cemento, alguno que otro árbol y la capilla vieja sostenida por un talud. Feo y alienante, el espacio se resiste a cualquier mantenimiento porque no puede despertar el menor apego entre los vecinos y usuarios. De hecho, parece diseñado especialmente para fumar porros, tomar actitudes amenazantes y portarse como un pesado.

El macrismo acaba de presentar en sus diarios amigos un plan de reformas que en rigor es un cambio de usos. Como no quieren cambiar la fisonomía de la plaza –eso toma tiempo y las elecciones son en nueve meses– se inventan nuevos usos del espacio para adaptarlo a tanto hormigón. La Hou-ssay se va a transformar en una especie de centro deportivo a cielo abierto, con canchas de fútbol y de básquet, y un “skate park”. Como se ve, es otra imitación despistada, fuera de contexto, de lo que se usa tradicionalmente y funciona en Nueva York, otro caso de turismo como política urbana.

La tontera implica, por supuesto, cercas y alambrados, espacios cerrados y cerrables, y aumenta el potencial de peleas por el uso de las canchas. Según los renders, habrá una cancha de cada cosa y lo del skate es simplemente blanquear lo que ya se hace entre tanto cantero y rampa de hormigón. Lo fundamental sigue igual, con canteros de pastito alienado tratando de disimular tanto cemento y algunos árboles plantados en lugares que sólo crecen en los render.

Nueva York de verdad

Estas obras se anuncian y se realizan para la foto electoral y para dar contratos a los amigos, que las realizarán con la habitual calidad falópica, mediana, poniendo hormigón al precio de la piedra dura. Lo que sigue y seguirá pendiente es la inversión real que necesita Buenos Aires, que tiene el problema de no salir en la foto por ser tan subterránea y de necesitar planeamiento inteligente, algo a lo que el PRO le tiene alergia. El contraste puede verse al comparar un estudio de la ciudad de Nueva York, urbe que cuando no se la ve con ojos de turista es similar a la nuestra en algunos problemones y fuente de lecciones de peso. El macrismo imita los carteles con los nombres colgados en los cruces de avenidas y las ciclovías, pero haría bien en imitar las alarmas sobre la infraestructura de la ciudad.

Para estudiar el caso basta visitar la página web de la ONG Center for an Urban Future –Centro por un Futuro Urbano–, que se dedica a compilar información y publicarla en forma razonada y pensada. A fines de año, el Centro publicó “Caution Ahead”, un reporte de 67 páginas sobre el retraso en la inversión pública, las prioridades equivocadas y los sobrecostos en las cuestiones de infraestructura de la capital financiera de Estados Unidos. Al contrario del discurso habitual en nuestros funcionarios municipales de rango (y no sólo los macristas), el reporte abunda en cifras, en lógica e información. Ya quisiera uno saber estas cosas de Buenos Aires.

Lo primero que hace el informe es aclarar que deja de lado los daños causados por la supertormenta Sandy, de 2012, por ser un caso especial, una crisis puntual que reveló problemas de fondo de un tipo muy particular. El reporte del Centro se concentra en las cosas básicas y aburridas de una ciudad, como el agua, el gas, los baches, las escuelas y los edificios públicos. El contexto es explicar que Nueva York no está en el estado de crisis de la década de los ochenta, cuando se cerraban puentes por peligro de derrumbe. La ciudad no es la mugre peligrosa que tantos recordamos de esa época.

Pero sí es una ciudad emparchada y mal arreglada, con más de 1600 kilómetros de cañerías de agua con cien o más años ya cumplidos, un subte con sistemas de señalización tan anticuados que sus talleres tienen que fabricar repuestos porque ya se dejaron de hacer, y un verdadero record de pérdida de agua por filtraciones en las cañerías maestras. Como Buenos Aires, Nueva York fue trazada y equipada hace un siglo o más, con lo que buena parte de sus infraestructuras llevan trabajando más de medio siglo en promedio. Un ejemplo nuestro son las barreras, donde pueden verse tan campantes luces y sistemas británicos de antes de la guerra, todavía en uso. En el norte, la edad promedio de los 10.000 kilómetros de caños maestros es de 84 años y está hecho de materiales como el hierro dulce, que no envejece precisamente bien. Una consecuencia es que se pierde el 24 por ciento del agua que entra al sistema, muy por encima del generoso 15 por ciento que se acepta como normal en otras ciudades.

El mismo departamento de Transporte de Nueva York, responsable también del mantenimiento de las autopistas urbanas y las calles, considera que al menos un tercio de todas las calles están en un estado apenas aceptable o malo, experiencia fácil de comprobar para quien maneje en esa ciudad. En el informe citan una frase de Elliot Sander, que fue director de la Autoridad Metropolitana de Transporte y ahora dirige una empresa constructora, que se adapta bien a la realidad porteña. Sander explica que se recaparon o repavimentaron muchas calles neoyorquinas, pero que “lo que se necesita es reconstruir calles en gran escala, no sólo picarlas y pasarles asfalto por encima como un parche. Recapar es útil, pero es básicamente una curita que se le pone a la calle, y se nota”. En Buenos Aires las curitas se apilan hasta tal altura que muchas calles tienen su centro bien por encima de las veredas. Pero nadie quiere reconstruir las calles cada tanto, porque eso fastidia a los taxistas, tarda mucho y no sale en la foto.

Un tema que también existe en la gran ciudad norteamericana es la manía de lucirse inaugurando y no reparando. Hasta el intendente Michael Bloomberg, que no quería ser presidente, se dedicó a inventar inauguraciones y prefirió abrir parques a mantenerlos. Con lo que el informe del Centro subraya la vejez de los edificios públicos y de las escuelas, muchas de ochenta años o más, y la necesidad de ir más allá del mantenimiento en estos casos. Es que no se puede considerar que algo “ya está hecho” cuando está por cumplir un siglo, tema que se agrava cuando se trata de la construcción de los años sesenta en adelante, cada vez más pobre en lo material. En Nueva York, los hospitales tienen una edad promedio de 57 años, 61 por ciento de las cortes municipales son anteriores a 1940 y los refugios para los sin techo tienen setenta años o más. Bloomberg, como Macri, priorizó quedar bien abriendo parques nuevos y, algo que Macri podría imitar, creó 126.000 puestos para alumnos en el sistema educativo municipal pero ni remotamente reparó las escuelas ya existentes.

Una de las recomendaciones del informe del Centro es que se bajen los costos absurdos de construir cualquier cosa en Nueva York. Como sabe quien haya visto Los Soprano, la construcción en esa ciudad pasa por el peaje municipal y por el de la mafia, con lo que los sobrecostos son agudos. El informe afirma que reformar una escuela en Nueva York cuesta un 67 por ciento más que en Denver, Colorado, 46 por ciento más que en Seattle, Washington, y 18 por ciento más que en Chicago, Illinois. Que esta última ciudad, la de Al Capone, se acerque tanto a los precios neoyorquinos dice mucho sobre las razones. Pero hasta en cosas más complejas los costos son alelados. Mil seiscientos metros de subte cuestan más de 2000 millones de dólares en Nueva York, 448 millones en Tokio y apenas 368 en París, un disparate que haría soñar a la secretaría de Atención Ciudadana que maneja directamente el precandidato Horacio Rodríguez Larreta.

Este resumen da una idea del violento contraste entre planificación real y seria en materia urbana y el constante ir y venir del macrismo en funciones. Pese a los sonados planes, a la creación de Consejos Ambientales y a tener un Ministerio de Planeamiento Urbano, nadie sabe que exista un plan coherente a largo plazo, un diagnóstico de problemas y un cálculo de costos. De hecho, todo el tiempo se generan distracciones caras como los metrobuses. Uno de los problemas es tener jefes de Gobierno que quieren imitar a Fernando de la Rúa y llegar a presidentes, sin importarles demasiado lo que pase con la ciudad que gobiernen. La falta de interés con el futuro de Buenos Aires es un síntoma de esta situación y subproducto es la falta de información, de consulta y de planes.

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