› Por Jorge Tartarini
Sobre la avenida Entre Ríos, en una manzana del barrio de Constitución, duerme un gigante. Algunos se detienen a contemplarlo, pero no llama especialmente la atención. Y no es para menos, su arquitectura, de un racionalismo neoacadémico sobrio y grandilocuente, resulta tan gélida que, más allá de su monumentalidad, no inspira elogios ni adherentes. Por lo menos entre la gente común que a diario transita por la zona. Durante muchos años ignoradas, estas y otras expresiones de la arquitectura oficial de las décadas de 1940 y 1950 recién recibieron la atención que merecen en la historiografía arquitectónica local durante el último tercio del siglo XX. La labor desplegada por los equipos profesionales estatales de aquel período fue investigada y revalorizada a la luz de múltiples visiones y aportes, por investigadores como Ramón Gutiérrez, Federico Ortiz, Francisco Liernur, Pedro C. Sonderéguer, Adriana Collado, Adrián Gorelik y Anahí Ballent, entre otros.
Estamos hablando del Depósito Ingeniero Paitoví, o Depósito Constitución, como suele conocerse. Proyectado por Obras Sanitarias de la Nación, sus obras se iniciaron en 1948, durante el primer gobierno del general Perón, cuando se colocó su piedra fundamental. Pero será inaugurado nueve años después, por el gobierno de facto que lo derrocó, en 1957. Se trata del último eslabón de un largo camino. El iniciado con la construcción de los grandes depósitos de gravitación para abastecer de agua la ciudad, a fines del siglo XIX.
Al igual que las grandes terminales ferroviarias como Constitución, Once, Retiro y Federico Lacroze, testimonian la evolución del arte y la técnica de fines del siglo XIX y de la primera mitad del XX en materia de estaciones de cabecera; los monumentales depósitos distribuidores de agua potable en Buenos Aires reflejan la evolución en la técnicas de almacenamiento y distribución de agua potable a lo largo de prácticamente 70 años. En efecto, el periplo se inicia en el Gran Depósito del Palacio de Aguas Corrientes de avenida Córdoba (1887-1894), continúa luego con los Depósitos de Caballito (1915) y de Villa Devoto (1917) y culmina con el Depósito Constitución, ya en la segunda mitad del siglo pasado.
Externamente, al dispositivo multicolor de piezas esmaltadas que revisten al primero, sucedieron los sobrios revoques símil piedra París de Caballito y Devoto, dentro de la arquitectura de composición de su antecesor. Ya en la segunda posguerra, la arquitectura oficial presentaba otras vertientes estilísticas y, dentro de ellas, la de un neoacademicismo lavado, que tiene en el Depósito Constitución una exponente de valor. Su arquitectura no alcanza la magnitud de ejemplos como el Banco Hipotecario Nacional ni la Facultad de Medicina, pero comparte con éstos lo que Federico Ortiz llamó “arquitectura monumental y aburrimiento formal”. En obvia alusión a sus modestos atributos creativos. No puede decirse lo mismo de su fuerte carga simbólica. Estaba claro que estas manifestaciones de empaque monumentalista, con sus formas recias, frías, solemnes, expresaban claramente la voluntad de un Estado fuerte y omnipresente, realizador protagónico de una vasta obra en todo el territorio nacional.
Yendo a su interior, este gran depósito posee una estructura de hormigón armado en la que están ubicados seis tanques del mismo material dispuestos en tres niveles distintos, a razón de dos por piso. Cada tanque tiene 12.000 metros cúbicos de capacidad. La parte más baja, que da sobre Entre Ríos, está ocupada por la Estación Elevadora de Agua. El líquido llega a los tanques por gravitación, desde el Establecimiento Potabilizador de Palermo, mediante un conducto de hormigón armado de 3,80 metros de diámetro, que tiene en ese lugar 40 de profundidad aproximadamente. La Estación Elevadora consta de seis grupos de electrobombas con bombas para pozo profundo y todo el equipo auxiliar. Para el desplazamiento de piezas, en la sala de bombas se cuenta con un puente grúa de 30 toneladas de capacidad, de accionamiento eléctrico. La estructura del depósito se divide en dos cuerpos separados por una junta de dilatación, que se extendió a la platea de fundación. Separadamente de ésta, se funda la estructura portante de los muros perimetrales del depósito, para evitar el influjo de la carga y descarga de los tanques, articulándose los entrepisos con el objeto de permitir posibles oscilaciones. La Casa de Bombas tiene su estructura independiente del depósito, pero común con la estructura exterior del mismo. Posee fundaciones independientes, y se halla separada del depósito por pasillos cuyo ancho permiten establecer una doble articulación entre las dos estructuras.
Como se ve, ni dormido ni inerte se encuentra este megadepósito. Su funcionamiento es pleno y hoy constituye una pieza vital dentro del sistema histórico y actual de provisión de agua de la ciudad. Y, desde luego, un testimonio clave de su magnífico patrimonio industrial.
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