Sábado, 25 de julio de 2015 | Hoy
El macrismo llevó a la Legislatura su poco serio Plan Buenos Aires Verde, mientras pavimenta plazoletas, corta árboles y levanta empedrados.
Por Sergio Kiernan
Uno de los puntos fuertes de la propagando macrista que tan flojos resultados le rindió al PRO el domingo pasado, es el tema de la ecología. En junio del año pasado, el gobierno porteño lanzó su Buenos Aires Verde, un plan que prometía plantar 400.000 árboles y crear 78 nuevos parques y plazas. De hecho, se prometía que prácticamente ningún porteño iba a tener que caminar más de cuatro cuadras para llegar a una plaza. Como todo lo que hace el macrismo, el plan se diseñó en un “consejo”, esta vez el Consejo de Plan Estratégico, COPE. Quienes siguieron el devenir de esa sinecura falluta que es el COPUA, el Consejo del Plan Urbano Ambiental, supieron que esto no iba a andar.
Esta semana, el gobierno anunció que mandaba a la Legislatura el Plan con una gacetilla entusiasta que fue publicada sin observaciones por sus diarios amigos. Ahí se cuenta que fue el ministerio de Desarrollo Urbano, el de Daniel Chain y Héctor Lostri, el que creó el Plan para los próximos veinte años de gestión pública para “mitigar los efectos del cambio climático, reducir la temperatura de la ciudad, moderar las inundaciones, disminuir el consumo energético y limitar la emisión de gases”. Esta lista de buenas intenciones resulta casi cómica cuando surge de labios macristas: es casi una acusación a todo lo que ellos hacen.
Por ejemplo, seguir autorizando torres y más torres por toda la ciudad. Para moderar la temperatura en la ciudad hay que la cantidad de edificios que se recalientan, reflejan el calor y lo liberan de noche. Es la misma idea de los jardines verticales que tanto seduce a Horacio Rodríguez Larreta, pero al revés y con el efecto contrario. Resulta simplemente increíble que Chain y Lostri le pongan límites a su industria mimada –ellos mismos, que son socios comerciales, participan de ella– y resulta increíble que el próximo gabinete contenga un ministro de Desarrollo que le acorte la correa a los especuladores.
Esos mismos enormes edificios consumen energía a lo tonto, en invierno para calentarse y en verano para refrescarse, por lo hablar de bombas y ascensores. Esto ocurre por su mismo tamaño pero sobre todo por la patética pobreza con que fueron pensados y construidos: cielorrasos bajísimos, ladrillos huecos, paredes finitas, cero consideración a la orientación. Quien viva o visite un edificio antiguo, de esos de paredes de ladrillo sólido y muros gruesos, notará enseguida que son estables y la temperatura no varía tanto como en un edificio moderno. Un vecino de esta ciudad puso hace unos años un termómetro en un pasillo interno de su departamento y descubrió que la temperatura no varía más allá de 23 a 26 grados, sin calefacción ni refrigeración. Los techos altísimos y los muros aislantes se encargan...
La densidad excesiva que ya muestra Buenos Aires en tantos barrios también desborda todo intento de ordenar el tránsito y limpiar el aire. El macrismo en funciones renunció notoriamente a invertir en que funcionen hasta sus propias ideas respecto al tránsito. Un ejemplo que todos pueden ver es el fastidio de las calles con bicisenda en pleno centro, donde un carril está ocupado por la senda y otro por los autos mal estacionados que nadie remueve o multa, con lo que queda libre apenas uno. Es un milagro que cuando pasa alguno de los raros ciclistas que usan esos carriles no sea linchado por los automovilistas.
Tampoco se toman medidas de fondo para hacer que los automovilistas simplemente no usen sus autos. Un ejemplo que les puede encantar a los macristas es el de Nueva York, ciudad que copian en todo lo que sea “lindo” y para la foto, pero no en las cosas de fondo. En esa megaciudad, más o menos tan grande como la nuestra incluyendo sus áreas metropolitanas, nadie en su sano juicio usa un auto y muchísima gente ni siquiera tiene uno. ¿Por qué? Porque lo lógico es tomar el magnífico subte, la verdadera clave para descongestionar el tránsito. Recientemente se puso de moda entre los funcionarios macristas afirmar que no hay que hacer subtes, que es “la última tendencia” abandonar ese medio de transporte y hasta citar ejemplos berlineses. Es una de las tantas verdades fuera de contexto que se transforman en sanata para disimular otras cosas. En Berlín dijeron basta al subte cuando se encontraron cavando estaciones en zonas de barrios cerrados, chalets en medio del campo. En Nueva York pararon cuando se acabó la ciudad, el equivalente a nuestro subte llegando a La Plata y al Tigre, con el gobierno diciendo que no va a hacer estaciones en las islas. Estamos tan lejos de ese problema, que usar el ejemplo berlinés es de mala fe. De hecho, los neoyorquinos cobran peaje para entrar en auto a la ciudad si se vive fuera de ella, que para algo hay subte.
Pero esperar que el macrismo, que es un fenómeno de superficies, piense a fondo los problemas urbanos es perder el tiempo. Lo que no evita el asombro de que no sean capaces aunque sea de disimular un poco. La nota del arquitecto Marcelo Magadán que aquí se publica es un ejemplo de desperdicio criminal de agua para quedar bien para la foto. La ofensiva contra las arboledas de Buenos Aires es otro, con una suerte de blitzkrieg en la que se destrozan ejemplares añosos, se les corta metros y metros de tronco, y se los pela hasta la pena. En Belgrano andan directamente arrancando ejemplares de buen tamaño, al parecer molestos para el comercio. Y en Colegiales sigue como un baldón el caso de la placita Biro, asfaltada este mes con un toque especial que fue cortar hasta los árboles de la vereda. La foto muestra la última novedad, que es la reja que termina de vedar el espacio, que parece será un estacionamiento o un lugar para puestos al aire libre del Mercado Dorrego.
Cortar árboles, pavimentar lo que iba a ser una placita y cementar hasta el absurdo las plazas es la real coherencia de un gobierno que también le pasa asfalto al empedrado, en lugar de crear superficies porosas para que no nos inundemos tan fácil, otro objetivo del Plan. Pero en lugar de esto se proponen soluciones complicadas y bastante falsas, como las de crear “conectores ambientales”, calles de tránsito limitado con árboles. El macrismo propone plantar 200.000 árboles en plazas que ya existen, de paso alterando por completo su diseño. Luego se propone plantar otros 200.000 en calles. Lo que no aparece por ninguna parte del Plan es dónde y cómo van a crear plazas, por no hablar de parques.
En ocho años de gestión porteña, el macrismo no puso un vintén en comprar terrenos, y raramente utilizó terrenos propios o demolió edificios sin uso. No es casual que, después de la tala y destrucción de la Nueve de Julio para hacer el metrobus, nuestra ciudad tenga menos espacios verdes por habitante, según números de la propia Ciudad. Tampoco hubo el menor indicio de que algún macrista pensara siquiera en comprar la manzana de Jujuy y Belgrano, donde se iba a hacer un microestadio –ahora anuncian apenas canchitas de Fútbol 5– y se podría hacer una regia plaza para un barrio muy ahogado. Ni siquiera dejan en paz las plazas existentes sino que le asfaltan o cementan los senderos, cosa de reducir la absorción de agua y de crear otra superficie que refleje el calor.
De hecho, la pasión antiecológica del macrismo llega a extremos bizantinos, como el de levantar un empedrado montado sobre tierra, como son todos los originales, para hacer una dura e impermeable cama de hormigón y luego reponer los adoquines. Como bailan, pobrecitos, hay que pegarlos con cemento, con lo que la calle queda perfectamente impermeabilizada, más metros que ayuden a las inundaciones. Que se siga haciendo esto como rutina de trabajo público mientras se proponen autopistas “verdes”, jardines verticales y “macromanzanas” arboladas es casi un subrayado de la incoherencia.
Lo que une las propuestas “ecológicas” del macrismo es lo complicadas y caras que son. Esto realmente no asombra, porque todo confluye en lo mismo, la creación de negocios inmobiliarios y contratos para la industria amiga, la de la construcción.
Barrios por la Memoria y la Justicia creó un nuevo elemento urbano con sus baldosas que recuerdan y explican a desaparecidos. Hoy a las 15, el grupo del barrio de Balvanera va a colocar una más en memoria de Darío Bedne, secuestrado el 20 de julio de 1976 cuando tenía apenas veinte años. Bedne era miembro de Hebraica, estudiaba Psicología, militaba en la JUP y estaba haciendo la colimba en el Regimiento de Patricios. Su secuestro fue especialmente sórdido, porque fue dentro del regimiento donde prestaba servicio. Los oficiales hasta negaron que se hubiera presentado, aunque un soldado de guardia testimonió que sí se presentó ese día. La ceremonia es en Tucumán casi Pasteur.
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