Méndez Mosquera, Shakespear y Castiglione miran y enseñan a pensar la mirada.
› Por Sergio Kiernan
Una pregunta importante es qué sería de la disciplina del diseño –y de la arquitectura también– si no existiese Ediciones Infinito, la notable editorial especializada que está celebrando su cumpleaños. Infinito es, hace rato, un recurso intelectual argentino, una de esas cosas que nos destacan en el panorama de la creación y fijación de ideas. Dos de los libros que marcan el festejo son prueba de esto.
Uno es La mano de Alan, el último de Raúl Shakespear y un homenaje a Alan Fletcher subtitulado largamente como “la idea de los estímulos adicionales en cada solución de diseño”. El pequeño y claro libro es primeramente un recuerdo de la amistad con el diseñador inglés muerto en 2006, luego un recorrido de sus ideas y obras, y en todo momento una meditación sobre la disciplina. Es un libro muy visual, que muestra y cuenta los trabajos de la agencia Pentagram –Fletcher y cuatro socios—, los premios y los trabajos paradigmáticos.
El otro libro es del arquitecto, diseñador, publicitario y muy, pero muy docente Carlos Méndez Mosquera, muerto en 2009. El volumen reúne ensayos bajo el título Diseño gráfico argentino en el siglo XX, y se anima a una breve historia de la disciplina entre nosotros. Hay textos introductorios de Pablo Rossi y Guillermo González Ruiz y los textos de la cronología creada para la muestra de los quince años de la cátedra de Méndez Mosquera.
El tercer libro de esta nota es de Antefixa y producto de la Ley de Mecenazgo porteña, lo que cierra perfecto porque es Espejos Urbanos, otra forma de mirar Buenos Aires, del fotógrafo y arquitecto Sergio Castiglione. En principio, el libro –tapa dura, buen papel y una sorpresa al final– reúne la muestra de 2012 en la Legislatura porteña, aquella que tuvo su lado de instalación por la presencia de espejo al pie de algunas de las tomas, de modo de introducir una segunda mirada. El libro sorprende repitiendo el efecto: en su contratapa hay un espejito plegado que, con un poco de paciencia, permite reproducir el efecto parando el tomo sobre una mesa.
Este intento es más que lúdico, porque las imágenes porteñas no son directas sino reflejadas en agua, en charcos y piletones donde se alza el Abasto, un remate de la Quinta Olivera, una torre de iglesia. El efecto puede ser realmente de extrañamiento, como el recorte de tapa que cuesta reconocer como foto o como acuarela de gran exactitud. El final del libro es un catálogo de los lugares elegidos, todos patrimoniales, con una breve ficha técnica en castellano e inglés, y tomas esta vez directas. Hay edificios conocidísimos, como La Inmobiliaria, y amigos que hace tiempo que uno no ve, como La Floresta de la avenida Avellaneda, o el café El Banderín, en Almagro.
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