Sábado, 12 de septiembre de 2015 | Hoy
El patrimonio distinguido en obras bien llevadas, las plazas a oscuras, el libro sobre el clan de los Palanti.
Por Sergio Kiernan
Ayer se entregaron, por primera vez en años, los premios a la mejor intervención en obras localizadas en el Casco Histórico. El escenario fue la Sociedad Central de Arquitectos, que los adjudicó con la dirección general del Casco Histórico, el Ministerio de Cultura porteño, la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, la dirección general de Interpretación Urbanística y la Comisión para la Preservación del Patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires. Pese a que esto significa que estaba representado el organismo porteño que siempre encuentra una excusa para dejar demoler el patrimonio y una persona perfectamente inocente de toda idea sobre qué es el patrimonio, como el titular de la Cppcba, este año no se premiaron barbaridades evidentes, como se hizo en otros años en que edificios completamente vandalizados en sus interiores fueron distinguidos.
El primer premio para la de Recuperación y Puesta en Valor fue para el edificio de nuestra reciente tapa, la sede de la Auditoría General de la Nación, dirigida por Pablo Martínez. El muy hermoso edificio, con su interior veneciano, fue muy bien tratado y con mucha cordura, con sectores a nuevo donde corresponde y un trabajo de restauración estupendo donde se podía salvar el original. Los colaboradores fueron Agustín Luis Rodríguez, Gabriela Pedrozo y Silvina Denard, los asesores Rubi Ballester (Dirección Nacional de Arquitectura), Jorge Fernández (Dirección Nacional de Arquitectura) y Jorge Pasman (Dirección Nacional de Arquitectura).
El segundo premio fue para un viejo amigo de este suplemento, Marcelo Magadán, por su restauración, rehabilitación y readecuación del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, las Mellizas de la avenida Paseo Colón. El trabajo que piloteó Magadán fue enorme, con un total de cuatro edificios –atrás de los palacios hay más– y varios miles de metros cuadrados maltratados por el tiempo, las reformas mal pensadas, la instalación a la bartola de equipos y una “modernización” en la dictadura. La movida de restaurar los edificios fue del entonces ministro Julián Domínguez, que ahora como presidente de la Cámara de Diputados está terminando la restauración de los interiores del Congreso y logró la al parecer imposible nacionalización del Molino. Colaboraron con Magadán el Departamento de Arquitectura y la Coordinación de Servicios Generales, de la Dirección Técnica Operativa de la Subsecretaría de Coordinación Técnica y Administrativa - MAGyP. La mención para la categoría fue para la restauración de la Iglesia Inmaculado Corazón de María de Matilde Frías Ayerza y Guillermo Jorge Butler.
La siguiente categoría es la de obra nueva o ampliaciones en edificios patrimoniales y el primer premio fue para la esquina de Defensa y México, una pieza catalogada que es la sede de Turner International. El interior, de un modernismo inmitigado, fue creado por Edgardo Minond, con Mathias Klotz, Rafael Hevia, Hernán Araujo, Mariano Albornoz, y Estudio Fainstein - Cora Burgin. El segundo premio fue para la obra del Palacio Raggio, en Bolívar y Moreno, de Alberto Fernandez Prieto con Rodrigo Fernández Prieto, Lilian Timisky, Lula Posternak, Guillermo Priario, César Higa, Sergio Mas Urrunaga, Walter Batista, Aldo Liberatori, Martín Rulli, Marcelo Rodríguez Acevedo, Daniel Paco y Carlos Pérez Prieto.
La tercera categoría es la de diseño y ambientación, y el ganador fue la renovada pero bien llevada confitería de los 36 Billares, en Avenida de Mayo. Los autores fueron Pablo M. Cardin, Hernán F. Díaz y Mariana Cardin, con Mariano Llaberia. El segundo premio es más desconcertante, el bar Pista Urbana en la calle Chacabuco, diseñado por Jorge Sábato, con Mónica Lacoste Canero, Florencia Firpo, Matías Bordon, Matías Amaya, Miguel Minond, Silvia Puy, Eugenia Peyregne, Sánchez Quintana, Gustavo Bazzo, Néstor Guitelman Eduardo García y Gabriel Nobile.
Oscuridad
La Red de Interparques y Plazas acaba de hacer una observación muy interesante, de esas que se pueden hacer sólo mirando la ciudad de cerca. Como lo indica el nombre, el grupo se dedica a nuestros espacios verdes y, por lo tanto, a ver qué les anda haciendo el actual gobierno porteño, que muestra una verdadera saña hacia todo lo que ande vivo por Buenos Aires. En la Red comunicaron un fenómeno notable: las plazas y parques remodelados por el macrismo que no fueron enrejados tienen amplias zonas a oscuras. En algunos casos, es simple falta de mantenimiento por parte de los contratistas, que no son controlados, ellos tampoco, por el gobierno porteño. Pero en otros casos el fenómeno de las manchas oscuras se produce con el alumbrado LED recién instalado.
Para la Red, esto no se casual sino una manera de “disciplinar” a quienes usen los parques, para que se vayan apenas caiga el sol. La lógica es cementar, retacear, sacar gente, controlar. A la oscuridad se le suma la falta de los viejos guardias de plaza, que ejercían una autoridad “suave” y evitaban problemas mayores. El abandono de la idea de controlar el espacio público por las buenas crea el fenómeno que se puede ver y que la Red señala en el Parque Centenario, con chicos jugando en perímetros enrejados y custodiados por policías de chaleco antibalas y armados.
Los Palanti
Ramón Gutiérrez presentó el jueves su último libro, que se agrega a la biblioteca que ya lleva escrita y publicada. El fundador del Cedodal junto a Graciela Viñuales hizo un interesante show de imágenes, de la serie que sigue expuesta en el centro cultural italiano de la calle Marcelo T. de Alvear, de la obra de los Palanti. Y aquí viene el carozo del libro: que además del famoso Mario hubo otros dos de la familia creando y trabajando por este sur. El título del libro, no extraña, es Los Palanti, su trayectoria en Italia, Argentina, Uruguay y Brasil.
Como la obra más famosa que lleva esa firma es el Barolo, fue en uno de los salones de la planta baja donde se hizo el evento. La historia es así: Mario no fue el único Palanti en venir a la Argentina, porque su hermano algo mayor Giuseppe también probó di fare l’America. Pintor finísimo, diseñador de vestuarios y escenógrafo de primera agua, el mayor de los Palanti se metía en cosas de su hermano y andaba diseñando a cuatro manos barrios de vacaciones en la cosa cercana a Milán, con algunos de los renders de casas más lindos jamás hechos.
Mario, por su parte, nos dejó obras como el edificio de la esquina este de Santa Fe y Callao (el de la funeraria y la torre palantina), el de los atlantes de Rivadavia al 1900 y el primer cine Roca, entre otros. Pero su obra sigue en Italia, en edificios y sobre todo en bocetos e ideas para obras no realizadas, y en Uruguay con el impecable Salvo, una variante sobre el tema del Barolo, y varias residencias particulares de fuste. Mario es un precursor del marketing arquitectónico, montando en 1916 lo que debe ser la primera muestra de dibujos y proyectos individual, y un incansable escritor con fuerte vocación teórica. La investigación del libro permitió reconstruir mejor su vuelta a la Argentina después de la segunda guerra, que lo afectó como a todos los italianos, y rescatar sus proyectos de monumento para el Descamisado, monumentales. Hasta aparecieron sus úlimos trabajos, donde el gesto se transformó en grandilocuencia excesiva.
Pero resulta que hay un tercer Palanti en la historia, Giancarlo, hijo de Giuseppe y arquitecto él mismo. Este Palanti terzo participa del racionalismo y del primer modernismo, cuando era un estilo y no una manera de bajar costos, y emigra a Brasil. Allí trabaja con otros emigrados como Rino Levi y la hasta hace poco medio ignorada Lina Bo, deja obras interesantes en San Pablo pero no logra echar raíces. Vuelve a Italia.
Todo esto es contado con espléndidas ilustraciones, fuerte bibliografía y gran detalle, el standard del Cedodal que logró Julio Cacciatore.
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