Sáb 31.10.2015
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Ciudad de gráfica

Alumnos de la Cátedra Longinotti de Morfología, futuros diseñadores gráficos de la Universidad de Buenos Aires, salen a la calle para una intervención urbana. Diseño que resignifica competencia y docencia.

› Por Luján Cambariere

Nada más oportuno e interesante que la universidad abriéndose al mundo, saliendo a la calle. Formador indiscutido de legiones de diseñadores gráficos desde hace más de 20 años, Enrique Longinotti, Profesor Titular Regular de Morfología y Tipografía y creador del Dicom (Maestría en Teoría del Diseño Comunicacional) de la FADU-UBA, abre las puertas para que los alumnos de su cátedra experimenten proyectos de gráfica colaborativa en espacios públicos que ponen en relación el trabajo individual con el comunitario.

Más de 200 estudiantes y 16 docentes-diseñadores (Yanina Szalkowicz, jefa de trabajos prácticos, Agustina Huarte, Ana Wingeyer, Ariana Jenik, Cecilia Leone, Clari De Olano, Diego Martínez, Bela Elisa Strada, Gabriela Spinetto, Gaspar Iwaniura, Geraldine de San Bruno, Germán Profitos, Juan Manuel Puerto, Mariela Castilllo, Martín Carri, María Delia Lozupone y Nacha Canvas), quienes durante dos meses le pusieron cuerpo y alma a una intervención “Tramas urbanas” en la calle con el objetivo de convertirlo en un “lugar” a lo Auge, con una nueva identidad visual para sus vecinos y transeúntes.

El más reciente, inaugurado hace una semana, fue en la plazoleta del bajo autopista que se encuentra en las calles Herrera y Quinquela Martín en el barrio de Barracas. La propuesta se centró en el uso creativo de las tramas y las geometrías y su capacidad de variación casi infinita. Modificándose en forma, escalas, perceptivas y uso del color según la superficie (piso, banco, columna) y su ubicación en el contexto general de la puesta. Una inauguración que a nosotros nos da la siempre bienvenida excusa de hablar con Longinotti, un formador de formadores.

¿Cuándo surge esta idea de que los chicos salgan a la calle?

–La idea de un contacto “con” la calle y “en” la calle surgió hace mucho, cuando empecé a pensar en la posibilidad de “textualizar” los espacios públicos a través de intervenciones, en el marco de la materia Tipografía. Estoy hablando de mediados y fines de los 90 en adelante. Precisamente, la idea de rescatar lo público como alternativa a una polarización hacia lo privado (típica de aquellos años) se relacionaba con un campo de actuación e incidencia del diseño gráfico en la ciudad, que excediera las pautas del servicio comercial o publicitario para las empresas.

Hace unos tres años, en el taller, empezamos a intuir la idea de lo que ahora llamo “gráfica colaborativa”, bajo la metáfora de las “tramas sociales” que retoman cierta idea del compartir, típica de las redes sociales, pero en clave gráfica, concreta y material. Se empezó a delinear una lógica del contagio (la palabra es la misma que contacto...¡me gusta ese significado bueno!) como modalidad de trabajo proyectual para grandes grupos, unos 200 estudiantes promedio. Por otra parte, el encuentro con la ciudad es una experiencia rica en aprendizajes, tanto sociales como personales. Es también desarmar la dicotomía que desde la oposición privado-público, juzga toda expresión en el espacio urbano como vandálica. En nuestro caso, es claro que no hacemos grafitis ni un street art personal o artístico.

¿Es una necesidad académica?

–Sí, estoy seguro de que lo es. La formación actual de los diseñadores no puede seguir ensimismada en la idea de un perfil profesional unificado, en el que se reducen sus posibilidades de actuación a la media docena de tareas que el mercado tiene previstas para el diseño gráfico. No desprecio esa inserción, al contrario, me parece genial que los futuros diseñadores se inserten con éxito en él, pero a la vez pienso que diseñar es abrir horizontes, es proponer cosas que aún no existen del todo y no simplemente replicar las que ya sabemos que son aceptables y aceptadas.

En otras ramas del diseño, a veces sorprende la poca empatía o investigación que realizan (o justamente no realizan) los estudiantes de su entorno ¿sucede eso con los gráficos?

–El tema de la investigación es un punto débil de los diseñadores, que rara vez son formados en una lógica investigativa. Muchas veces no se les ofrecen las herramientas para ello y al final, los diseñadores piensan o creen que esa tarea la tiene que hacer otros más capacitados. En el caso de los diseñadores gráficos se agrega una particularidad y es la de que su trabajo es visto como el más efímero y opinable de todas la ramas del diseño. Pensemos en la “consistencia” de un edificio o un vagón de tren, comparados con una cenefa backlight de un banco que va a cambiar de dueño al día siguiente de la renovación de su identidad. De todos modos, el trabajo sobre los soportes digitales de hoy en día le ha dado al diseño gráfico nuevas materialidades para su desarrollo y, quizás, una nueva consistencia comunicacional, equivalente a la del mundo material y sus objetos. Sin embargo, retomar lo espacial y material en estado puro (trabajar un diseño en un lugar concreto, con superficies grandes y a mano, con frío o lluvia) es algo que creo esencial para alimentar otras expectativas, incluidas las de investigar lo real con herramientas reales.

¿Cómo es la mecánica?

–La mecánica comienza en realidad en el taller de la Facultad. Allí se pone en marcha el germen conceptual del proyecto en un desarrollo gráfico individual y personal, a partir de una implementación creativa de lo geométrico y de las lógicas ancestrales de las tramas, como base para la creación de la forma. En Morfología, los problemas de la forma gráfica son esenciales para nosotros, y en este proyecto enfatizamos los aspectos regulables y precisos de los lenguajes visuales. Luego, a partir de los resultados de los proyectos individuales, re propusimos el trabajo en clave grupal. Ahí comenzó la ardua tarea de pensar un “master plan” para el proyecto final en el bajo autopista, en el que el equipo docente generó unas pautas generales, que incluyen la paleta cromática, la zonificación del lugar en áreas a intervenir y la organización de equipos de trabajo de los estudiantes para cada subzona de la intervención. El trabajo in situ fue muy demandante, ya que hubo que explorar las condiciones concretas de producción, y adaptar los esquemas e ideas desarrolladas en el taller al espacio real y sus componentes. Temas como la escala y la percepción urbana fueron determinantes de esta etapa del trabajo, que necesitó de constantes ajustes y negociaciones entre los distintos equipos. Es importante tener en cuenta que esta intervención no es la obra de un autor único, sino el resultado de ese diálogo de gráficas y formas, con todos sus problemas, conflictos y acuerdos que implica. Esto es lo que nos gusta más de esta experiencia: desmontar la idea de un diseñador individual y autor exclusivo, para pasar a la de una tarea comunitaria y orgánica.

¿Qué les aporta a los estudiantes la experiencia?

–Para los estudiantes la experiencia es ante todo la de un reconocimiento de sus propias capacidades. Hubo momentos, como en todo proceso proyectual, en los que cundió la incertidumbre, las dudas, las consultas. Lo que pudo parecer un poco desmedido o riesgoso demostró lo contrario: que enfrentada a una propuesta realmente problemática, la capacidad de proyectar y resolver crece y encuentra soluciones muy buenas.

Otro aspecto interesante fue el de la simultaneidad y visibilidad del trabajo de todos. Los estudiantes están acostumbrados a resolver sus proyectos en su casa, en la intimidad y en cierta aura de misterio o “caja negra”, que para muchos es una especie de esperanza de éxito. Aquí todo estaba a la vista, y el proceso se convirtió naturalmente en resultado. Eso es todo un aprendizaje didáctico y proyectual, tanto para los alumnos como para los docentes.

Aprovecho para preguntarte ya que sos un gran formador de diseñadores, ¿qué creés que se esta necesitando hoy de este tipo de profesionales?

–Agradezco la confianza implícita en la pregunta. Creo que, como mencioné antes, es necesario que la formación de los diseñadores gráficos vuelva a encontrar riesgos, desafíos y novedad. No me refiero tanto a la idea un poco anticuada de una simple creatividad personal, en la que al diseñador se le ocurren ideas “geniales” para problemas obvios y pre determinados, sino en que sean los diseñadores los que estén capacitados para encontrar áreas de proyectación menos evidentes. Y esto incluye, como mínimo, una mirada multidisciplinar: el diseño es una red de sentidos y no una línea de montaje, en la que los gráficos “empaquetan” en una estación lo que algunos pensaron en otra. Los diseñadores gráficos tienen que saber de arquitectura, de objetos, de audiovisual, de indumentaria. La separación en carreras es sólo una táctica organizativa, pero no debe ser la matriz del diseño para este presente y sus futuros posibles. Pero también se tiene que intensificar, y mucho, la formación teórica y conceptual. Hay que dejar atrás aquella otra división del trabajo, la que separa a los que piensan de los que hacen. El diseño es también una “cosa mental” como dijo Leonardo de la pintura; también algo material y técnico, y por supuesto, un hecho social y cultural. Tener estas tres dimensiones a la vista es clave para pensar una formación de profesionales pensantes y actuantes, reemplazando definitivamente el modelo de un diseñador gráfico “servicial” sin capacidad de problematizar la realidad.

¿Cómo es ser docente hoy de gráfica ligado al mundo que vivimos, las nuevas tecnologías?

–Vivimos en una era tecnológica en la que las cosas (casi todas) se “calculan”, se computan más rápido que lo que toda la historia previa podía imaginar. En este escenario es fácil confundir los procesos computacionales, que ofrecen infinitas alternativas de algo en breve tiempo, con aquellos de ideación y propuesta, en los que interviene el criterio y la capacidad de juzgar calidades y valores. El desafío no se resuelve poniendo entre paréntesis a los medios digitales, como meras “herramientas”, pero tampoco sumergiéndose en ellos como si no hubiese alternativa más interesante que la de convertirse en un usuario competente. Precisamente, hay que incentivar la idea de producción frente a la de consumo. La generación actual es cada vez más una experta consumidora y una muy inexperta productora. No tengo mucha fe en la idea del “prosumer”: la veo más como una táctica de marketing que como una verdadera manera de crear mientras te entretenés... Estamos cada vez más “distraídos” en la inmersión digital, y hay que retomar la iniciativa, ponerse en otro lugar con respecto a lo tecnológico: salir de la fascinación para hacer algo realmente interesante con esto. Lo gráfico está frente a este desafío desde la primera hora. El tema es cómo proyectar (o pensar, que es lo mismo) con y a través de los medios técnicos, recuperando el control. Esto implica una actitud conocedora y crítica a la vez. Ni el operador ni el outsider lírico... ¡En eso estamos!

Y además, querría insistir en la distinción entre una intervención de diseño y una artística. Antes que nada, hay que retomar la presencia del diseño gráfico en el aspecto de la ciudad. De alguna manera, el espacio público parece ser asunto de arquitectos y urbanistas (en el mejor de los casos, claro) en aquello importante, en aquello estructural, para luego ser “cedido” (sobre todo cuando hay algo que no quedó bien, o que simplemente fracasó) al arte mural o al street art transgresor, pero que muchas veces cotiza en el mercado. Hay mucho para hacer desde el diseño gráfico en nuestras ciudades contemporáneas, incluso a través de medios muy distintos a los artesanales. La gráfica tiene que exceder las pantallas y la papelería para dialogar con el espacio múltiple, complejo y cambiante de las urbes actuales. Y debe hacerlo desde la perspectiva proyectual, que no es la de la expresión individual y personal (que es muy encomiable, por supuesto) sino la de una propuesta de conjunto, sinérgica con el entorno y consciente de los muchos niveles de sentido que se debaten en nuestros espacios comunes.

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