Sábado, 16 de enero de 2016 | Hoy
Por Jorge Tartarini
Conocemos más a nuestros grandes arquitectos por un conjunto de obras singulares que por las perlas que regaron junto con ellas. Pero, también es cierto que los avances de la historiografía arquitectónica local, sobre todo en el último tercio del siglo XX, han contribuido grandemente a conocerlas mejor y comprender la complejidad y diversidad de factores que –entrelazados– a menudo definen las características esenciales de un autor. A las obras impares se sumaron entonces decenas de eslabones –perlas para nosotros– que fueron enhebrando su producción arquitectónica, mostrándonos sus contradicciones, obsesiones, variantes e invariantes.
Y de esto, además, nos han enseñado mucho los inventarios. Sí, los aborrecidos y relativizados inventarios. Esos que exigen una tarea silenciosa, paciente y continua en el tiempo. Una consulta vía web a ellos, puede hacer de una caminata por las calles de la ciudad una promenade arquitectónica grata a los sentidos. Sensaciones de placer y también mezcla de resignación y bronca, por lo que se va perdiendo.
En la Capital, por ejemplo, desperdigadas del centro a los barrios se encuentran las residencias del arquitecto de la Embajada de Brasil, el francés Louis Martin, elegantes y medidas versiones del clasicismo francés del poco afortunado colega galo. Y qué decir del versátil Le Monnier, desde Diagonal Norte a la ribera del río, habitan testimonios contundentes de su ductilidad proyectual. También las hay del húngaro Kalnay, del francés Massue, y hasta de Mario Roberto Alvarez, pero ya en provincia. Como aquel chalecito estilo Mar del Plata, sobre la avenida Hipólito Yrigoyen a la altura de Banfield, que el maestro proyectó en su juventud. Quemá esas cartas, habrá pensado más de una vez. Pero allí está.
También atraen los recorridos estilísticos de obras proyectadas por ingenieros civiles, cuando todavía la figura del arquitecto no gozaba del reconocimiento actual. En ciudades como La Plata –otras cabeceras provinciales– desparramaron obras de singular calidad constructiva y no pocos casos, de notable de solidez proyectual. Casas chorizo, petit hotels y variedad de edificaciones de renta, muestran frentes historicistas, geometrizaciones decó y racionalismos de aires náuticos. Ingenieros de prolífica producción, como Julio Barrios, obtenían premios a la mejor casa de renta platense (1940); y otros como Enrique Boudet, Juan Urrutia y Francisco Belvedere, dejaron en la ciudad un verdadero catálogo de obras racionalistas, que todavía hoy deslumbran.
No es menor la tarea de los maestros mayores de obras. En particular de quien firmaba en los frentes como “Maquiavelo. Obras de Arquitectura”. Para no extendernos en los constructores y frentistas, de los que nos hemos ocupado en varias oportunidades.
También en los frentes se mostraban alianzas profesionales y familiares. En especial cuando ya en la familia el padre trabajaba en el gremio, y aparecía junto a su hijo, el primero como constructor y el segundo, el profesional, como proyectista. Más que una firma de referencia laboral era casi una autoafirmación filial de continuidad, orgullo, y también de progreso en la escala social.
Los inventarios y las firmas en los frentes facilitan las cosas para cualquier curioso o investigador. Pero en los días que corren, los inefables de siempre se han empeñado en ignorarlas, ocultándolas bajo marquesinas, revestimientos, revoques, cableados, equipos de aire, y otros subterfugios. La historia comienza con ellos y sus monólogos arquitectónicos berretas. Ya debería existir una disposición reglamentaria para preservar estas huellas de autores. Salvarlas de mutilaciones parciales y sustituciones caprichosas. Ellas, al igual que los estilos, ornamentos y decoración de los frentes ayudarían a hilvanar perlas, trazar itinerarios, comparar, confrontar e integrar experiencias de diversos autores. En fin, huellas de autores que son una delicia para la mirada atenta de la ciudad. ¿No les parece?
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