› Por Gerardo Gomez Coronado
Como dijimos en la columna del sábado pasado, desde el punto de vista de la Planificación Estratégica Territorial visitar China resulta una experiencia enriquecedora que permitía ratificar ciertas premisas y replantear otras cuantas. Qué decir de la riqueza del patrimonio histórico, arquitectónico y cultural en un país heredero de una civilización milenaria que a diferencia de otras, como la asiria o la babilonia, mantenerse hasta hoy dentro de cierta unidad étnico/político/territorial.
Con esos antecedentes, no resulta extraño que el actual estado chino acapare 48 bienes declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, incluyendo dos “Maravillas” como la ya consagrada Muralla y el más reciente Ejército de Terracota. Del total de bienes de la Humanidad, 34 son culturales (como los Palacios Imperiales), diez son naturales (como los santuarios de osos panda) y cuatro mixtos. A estos debemos agregarle mas de treinta bienes inmateriales, como la caligrafía y la acupuntura entre otros.
Quizás sea por esta cantidad abrumadora de sitios de interés histórico y cultural, además de que su historia se cuenta por milenios en lugar de las décadas o a lo sumo siglos que contabilizamos para nuestro acervo, que no nos vamos encontrar con un cuidado manifiesto por parte de China por proteger o al menos evitar la desaparición del patrimonio arquitectónico y cultural del último siglo, ni siquiera del decimonónico.
A decir verdad, no siempre la desaparición de objetos o sitios identitarios obedeció a la desidia estatal, si no que por el contrario ya desde la quema de libros ordenada allá por los años 200 A.C. por la primer Dinastía de la China unificada –que tal como me señaló el editor de este suplemento no debería sorprendernos tanto la incineración de bibliotecas si no el hecho de que ya las había por esas épocas– hasta la eliminación de publicaciones, templos, esculturas y sitios por considerarlos vestigios “contrarrevolucionarios” durante la Revolución Cultural de fines de la década del 60 y principios de la década del 70, la historia China nos demuestra que las fuerzas que detentaron el poder usualmente entendieron que para mantenerse debían hacer “tabla rasa” con culturas o grandezas distintas a las que pretendían imponer.
Volviendo al tratamiento que se le da al patrimonio chino actualmente podemos apreciar que en función de un proyecto nacional con pretensión de liderazgo mundial hay un especial cuidado por parte del Gobierno en la restauración, preservación y revalorización de los símbolos de la China imperial que ejercía un indiscutido liderazgo continental –que en aquellos tiempos les bastaba para considerarse globalmente hegemónicos– en particular de las Dinastías Ching (o Qin), Han, Yuan y Ming, por su legado cultural. Es así, que las obras de restauración y mantenimiento de los soldados de Xian (ejército de Terracota), los Palacios Imperiales y la propia Muralla son dignos de resaltar.
Por el contrario, el patrimonio (especialmente el arquitectónico) de los siglos XVIII, XIX y XX –que coincide con la época de neo colonialismo y periódicos sometimientos a las potencias europeas o japonesas– no pareció/parece merecer mayores protecciones. Las grandes ciudades de la franja oriental ante los ojos del viajero parecen haberse construido durante los últimos 20 años en derredor de algunos pocas construcciones milenarias. Como muestra, vaya el ejemplo de la reciente remodelación del downtown de Gonzhou –capital de Cantón– con motivo de la realización de los Juegos Asiáticos (similares a nuestros Juegos Panamericanos), donde directamente se demolieron no menos de 15 manzanas del centro histórico para erigir en su lugar una ciudad de ribetes futuristas con decenas de rascacielos, teatros y edificios públicos con diseños modernos, y hasta un estadio en medio del cauce del legendario Río de las Perlas al que se accede por pasarelas.
El hecho de que esta columna no se publique en TurismoI12 no impide recomendar que quien vaya a China visite la encantadora ciudad de Guilín, con su Río Li, o la experiencia inenarrable de un paseo por el barrio musulmán de Xian.
Un dato no menor, que a su vez explica como de un año al otro puede borrarse un barrio entero de una ciudad transformando totalmente un paisaje urbano, o modificarse totalmente la naturaleza y el paisaje haciendo desaparecer literalmente montañas, como hicieron con la construcción de las grandes represas del Río Yangtse, es la nula participación ciudadana en la toma de decisiones. Valga la paradoja: muchos de los funcionarios que por nuestras tierras persiguen política y judicialmente –o bien menosprecian– a las organizaciones de la sociedad civil que pelean por intereses colectivos, se horrorizan por la falta de participación ciudadana en esta China ¿socialista?.
A la distancia se revaloriza a los movimientos vecinales y ciudadanos como los que tenemos en nuestro país que defienden el patrimonio y la naturaleza tanto de la voracidad empresarial como de los desatinos estatales.
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