Sábado, 28 de mayo de 2016 | Hoy
Esta semana, el Museo Nacional de Arte Decorativo presentó la notable restauración de su salón de baile, un interior espectacular que ahora se puede ver como fue pensado y construido hace casi exactamente un siglo.
Por Sergio Kiernan
No todas son lágrimas en este valle de lágrimas que es Buenos Aires para los que quieren su patrimonio. Las alegrías no son tantas, pero como para no perder al ánimo, suceden cosas buenas como la de este martes, cuando el Museo Nacional de Arte Decorativo presentó en sociedad la restauración de su salón de música. Esta fantasía francesa reluce con sus colores originales de hace casi exactamente un siglo, con sus detalles prístinos, y es un ejemplo de trabajo local. Hay que correr a ver el salón, porque ya no queda nadie que lo recuerde así de sus tiempos de estreno.
Como explicó en la presentación el director del museo Alberto Bellucci, el salón es solo una etapa en los 25 años de reparaciones y mejoras del museo que él llevó a cabo. Cuando tomó el museo, su célebre casita de entrada, hoy un lindo restaurante, era una ruina tenebrosa. Los sótanos del palacio Errázuriz se inundaban y muchos de sus ambientes no se podían abrir al público. Hoy, el museo es mucho más grande, con más salas -como el delicioso departamento privado de Matías Errázuriz, decorado por el gran Sert- y sin problemas estructurales graves. También luce mejor con sus tres fachadas limpias, sus techumbres negras y su jardín devuelto al diseño original.
A todo esto, el Errázuriz es una de las piezas centrales del patrimonio porteño, una obra del francés René Sergent para una familia realmente culta y con horizontes a futuro. Sergent dejó muchos hoteles particulares y algunos edificios públicos en Francia, en Londres, en Estados Unidos y en Argentina, donde diseñó el palacio Bosch, la residencia Atucha de Cerrito y Alvear, la estancia Sans Souci de Carlos María de Alvear y varios cascos más. Sergent no era simplemente un clasicista o un arquitecto Bellas Artes, era, como subrayó Bellucci, un amante del gran estilo de principios del siglo 18. Con gran exactitud, Bellucci habló del salón como uno en estilo Regencia, que en Francia también la hubo y justamente en esos años.
Legendariamente, el salón es comparado con el del príncipe de Rohan-Soubise, de principios del 1700, pero con otra paleta. Cordialmente, el especialista y vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos Fabio Grementieri considera que la versión argentina está “inspirada” en el original, pero no copiada. Para probarlo, señala las notables cartelas de doble curva de las esquinas: en el Rohan-Soubise son de yesería porque no tenían ni las técnicas ni las ganas de hacerlas en madera; en el Errázuriz son de madera como casi todo el resto del ornamento del salón, una guapeada porteña (ver foto de la derecha).
El salón de baile, o de música, está entre el salón de madame -el recibidor junto al hall- y el jardín de invierno, y se abre por tres grandes ventanas con arquería hacia la balconada sobre Libertador. Este lugar sirve para prolongarlo al aire libre en caso de fiesta y también, con una estructura desarmable también diseñada por Sergent, para alojar a la orquesta. Las arañas son de bronces de Bagués, con caireles de Baccarat, y la idea era que el pálido color de las boisseries, más los oros y el blanco del cielorraso, y los espejos que crean la ilusión de simetría crearan una caja de luces. Con los años y la polución porteña, el conjunto lucía apagado.
Un año de trabajo y 1.700.000 pesos después, se puede volver a ver la idea original, un lujo raro hoy en día. American Express, a través del programa de mecenazgo porteño, nuevamente ayudó al museo. Y el departamento de museología del Errázuriz, que dirige Hugo Pontoriero e integran las dinámicas Mariana Astesiano y Graciela Razé, supervisaron todo el proceso, que fue minimalista en los cambios y muy sólido en documentación y la demanda técnica. Un equipo de profesionales se encargó de recuperar las maderas, los textiles, los oros y los herrajes, a la vez que se renovaron las instalaciones eléctricas y se puso protección anti UV en los ventanales.
En fin, que hay que acercarse al museo a disfrutar de este impacto agradable en una de las mejores construcciones que jamás vio este país.
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