Sillón Rolo, silla Serie 300, carrera de Diseño Industrial, posgrado de Gestión de Estrategia de Diseño: pasos en la búsqueda del sentido común y la realización material del arquitecto Reinaldo Leiro. El mismo que confiesa sus errores y aciertos para materializar proyectos desde su firma Buró. Un recorrido de ideas y momentos para ver cómo se hace para que la idea pase de la maqueta y llegue a la línea de producción.
› Por Luján Cambariere
Habla de antropología,
filosofía y psicología. No se cansa de explicar la relación
entre la gente y las cosas, la definición que más le gusta del
diseño. Es que Reinaldo Jesús Leiro Alonso (72 años, tres
hijos, cuatro nietos), de profesión arquitecto y diseñador industrial,
y docente por vocación, intenta que sus experiencias y sobre todo, sus
errores, sirvan a las nuevas generaciones. En la Universidad de Buenos Aires
está desde los 12 años. Buró, su empresa de mobiliario
para oficinas, le trajo muchas satisfacciones y premios, aunque hoy su vida
profesional pase por la docencia.
–¿Por qué diseño para oficinas?
–Porque era el único que permitía pasar de la serie artesanal
a la industrial. Por todo el tema ergonómico, los distintos mecanismos,
exigía el uso de tecnología que en la vivienda no era tan demandada.
–¿Ahí nace el industrial?
–No, es una historia más triste. Porque yo hasta el ‘70 no
me di cuenta de que era incompatible mi carrera de arquitecto con el diseñador.
En ese momento, entendí que estaba compitiendo con mis clientes, a los
que yo tenía que venderles y eso me trajo problemas implícitos
y explícitos. Me costó mucho decidirme, pero Buró ya estaba
en marcha y opté bien o mal, eso nunca se sabe, por dejar la arquitectura
y seguir con el diseño. Y eso a la vez, produjo otras consecuencias.
Yo era profesor asociado de arquitectura y me pareció que tenía
que renunciar. Entonces le propuse al secretario académico de ese momento,
el decano de hoy, Dujovne, incorporar una carrera nueva, la de diseño
industrial. Así se formó una comisión donde convoqué
a muchos diseñadores (Hugo Kogan y Ricardo Blanco, entre muchos otros),
esperé un año a que hubiera concurso y me presenté con
una cátedra de diseño industrial en el ‘84, que tengo hasta
el día de hoy.
–¿Le era difícil decidirse porque acá no estaba bien
definida la entidad del diseñador?
–No, en la Argentina muchas firmas ya habían incorporado nombres
emblemáticos del diseño, algunos muertos. Siempre digo que los
diseñadores industriales siempre competimos con vivos y muertos. Pero
lo más importante, lo que intuía, era que pasaba de competir con
mis pares, a otro campo, en el cual ahora mis colegas eran mis jueces.
–¿Hay un sello Leiro?
–No lo puedo definir yo. Pero cuando hablábamos de pasar de competir
con a competir para, pasaron muchas cosas donde me equivoqué. Yo llegué
a sacar un afiche hablando de la importancia del diseño nacional y estaba
equivocado, porque confundía lo vocacional con lo empresarial. A pocos
les importaba y les importa que un diseño sea nacional. Los arquitectos
somos muy elitistas y Nueva York y Milán siguen siendo la meca, independientemente
de que en la Argentina haya muy buenos diseñadores. Lo que valoro más
de mi actividad de diseño es haber permanecido siempre con mucho tesón
y obsesión y competir con las empresas más grandes del mundo.
Buró lo consiguió. En algunos momentos, en algunas encuestas llegó
a ser la marca número uno, aunque nuestros clientes en muchas oportunidades
me pedían que les sacara el “Hecho en la Argentina” de las
etiquetas. Acá venían clientes que si creían que era un
diseño mío me ofrecían opiniones de cómo mejorarlo
y en el momento que yo los interrumpía para decirles que era un diseño
italiano les parecía una maravilla. Se interrumpía inmediatamente
el asesoramiento que me pretendían dar.
–¿Hay diseños a los cuales les tenga más afecto?
–Yo gané muchos premios cuando estaba el CIDI, el Centro de Investigación
en Diseño Industrial, que dependía del INTI.
–¿Hay claves para generar productos exitosos?
–Mi conclusión con respecto al diseño es que la parte más
difícil, que es tal vez la más difusa, es la significación.
Ese amor y odio entre lascosas y la gente. Eso en el sillón Rolo funcionó
muy bien ya que un círculo de gente joven valoró esos muebles
que nosotros proponíamos hechos en caño, que acá eran algo
nuevo, aunque en el mundo existían desde el ‘40. Así, recuerdo
especialmente un mueble que ganó un primer premio CIDI, el escritorio
TV. Una estructura de cromado, una tapa y una bandejita donde desterraba la
cajonera. Eso que yo llamo el olvido estratégico. Eliminar algo en función
de conseguir una cosa más transgresora. Primero lo presenté en
Buró y a la gente de venta le pareció un mueble de dentista. Cuando
ganó el premio, llegó la adhesión de la gente y la historia
fue otra.
–¿Hoy cómo se define?
–No lo sé, porque hoy lo que más me interesa y a lo que dedico
el noventa por ciento de mi tiempo es a la parte académica. Hoy me interesa
más la cosa conceptual, de ahí posgrado.
–¿Cómo surge el posgrado en gestión estratégica
de diseño?
–Cuando empecé como arquitecto con Buró, lo hice para diseñar.
Entonces tenía un lugar desde donde además también firmaba
los cheques y hacía todo yo. Después vino el cuerpo de venta,
el marketing y manejar toda la gestión. Y me di cuenta de que para uno
instalar productos de diseño, o tiene una empresa que sabe hacer las
cosas en forma integral o uno es esa empresa. Así descubrí que
la mayoría de los errores pasan por no tener en cuenta el punto de vista
del otro. Con la intención de revertir esta situación tan común
entre los diseñadores es que hace unos siete años empecé
a definir lo que involucraba la gestión del diseño, que va mucho
más allá del tablero. Empieza antes y termina después.
Al diseñar es indispensable integrarse y saber los puntos de vista de
la empresa y de cada área para ser tenidos en cuenta. Para negociar uno
tiene que saber el idioma del enemigo. El GED es saber el idioma del enemigo.
Desde el posgrado nosotros convocamos a antropólogos, economistas y tecnólogos.
El comienzo de mi idea coincidió con un viaje a Milán donde descubrí
que estábamos en el mismo camino que la gente del Politécnico,
por lo que nos dan un certificado de estudios y mandan profesores. En el GED
se aprenden cosas que vienen de otros lados, de la frontera. Somos como la gendarmería
del diseño, estamos siempre cuidando y mirando lo que pasa más
allá. Porque la meta es recuperar el protagonismo en el proceso de decisiones
sobre los productos de diseño en base a poder estar preparado para interactuar
con todos los actores que en la actualidad están involucrados en un proyecto.
–¿De qué se nutre el diseñador?
–De varias cosas, aunque él tiene que hacer su sistema de preferencias.
El diseño es armonía pero también prioridades. Así
se nutre de las necesidades que a uno le piden, las necesidades que uno detecta
y que no le piden, de las necesidades que uno piensa que son las reales que
están instaladas y de lo que pueden ser las propuestas de un nuevo comportamiento
en el uso de determinadas cosas. Así, también podemos decir que
las propuestas de diseño tienen tres jerarquías de cambio. La
primera es la adecuación a los códigos existentes. Eso se llama
rediseño y, nos guste o no, es el noventa por ciento de lo que se hace
de diseño en la Argentina y ahí me incluyo. En una segunda etapa,
está el diseño que aporta modificaciones importantes o cambios.
Ahí también podrían estar mis diseños. Y la tercera
etapa es cuando se instala un nuevo concepto. Cuando se instala una nueva forma
de código de diseño como puede ser la juguera de Philippe Starck.
Cuando de juguera no queda nada y el olvido estratégico fue tal que se
suprime el contenedor de líquido. Si usted me pregunta, y Dios no lo
permita, si me ubicaría también en este tercer grupo, le diría
que no. Estos son cambios que se producen cada tanto, son nuevas significaciones
de genios del diseño.
–¿Hay alguna definición de diseño que le guste más
que otra? –Diseñar es poder promover o incidir de manera positiva
entre esas relaciones entre la gente y las cosas. Así, el diseño
se vuelve ineludible.
Los orígenes
–¿Cómo
fueron sus comienzos?
–Mi obsesión de chico era dibujar mis propias historietas. Cosa
que después tuve la suerte de concretar con unas intervenciones en Tía
Vicenta con Landrú. Cuando terminé el secundario tenía
algunas dudas entre ingeniería y arquitectura. Un tío arquitecto
influyó mucho, hasta que leí una Introducción a la Arquitectura
Moderna y me atrapó como un tema ideológico. En ese entonces,
la lucha por la arquitectura moderna aparecía como una epopeya griega,
y eso terminó de seducirme. Así, cuando me recibí, enseguida
pude hacer obras de cierta importancia, hasta que en un momento, en los ‘60,
decidí irme al extranjero (Holanda, Suecia, Finlandia) con una beca a
estudiar construcción industrializada y vivienda masiva. Mientras estaba
allá, se produjo una crisis en el país que paró abruptamente
la construcción y a mi vuelta mi socia me sugirió hacer algo de
diseño de muebles. Trabajé en eso un tiempo pero sentía
que era un tema estrictamente artesanal y demasiado personalizado, entonces
en el año ‘64 fundé Stilka-Buró, que después
devino en Buró, para dedicarme al equipamiento de oficinas.
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