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En 1889, los argentinos nos dábamos todos los lujos. Miguel Crisol estaba ese año en París y se le ocurrió contratar a un joven y exitoso paisajista, Charles Thays, para hacer un gran parque en Córdoba. Era una recomendación del ingeniero Alphand, director de obras del barón Haussmann, que había creado la bella París que vemos hoy. A Thays, de cuarenta años exactos, le iba bien en Francia, pero agarró la aventura cordobesa y creó lo que hoy es el Parque Sarmiento.

Nunca más volvió, porque cuando estaba esperando el barco en Buenos Aires en 1891 nuestro intendente Bollini le ofreció un contrato abierto para embellecer toda la ciudad. Era un trabajo que había empezado el intendente Seeber con el paisajista del rey de Baviera –el casi ficcional Ludwig, el de los castillos y los jardines de ensueño– que se había muerto a poco de llegar. Thays no quiso ser contratado a dedo y exigió un concurso con jurado. Al final, el jurado estuvo compuesto por talentos como el ingeniero Buschiazzo y el naturalista Holmberg, le dio el premio a Thays y con el premio vino el nombramiento de Director General de Paseos de la Capital. Así se inauguró una era de exquisito buen gusto y de alta calidad en la gestión pública.

Thays creó además una dinastía de paisajistas y arquitectos de exteriores que ya va por la tercera generación. Su nieto Carlos acaba de publicar un libro realmente bonito y, para los que aman los parques, realmente útil. “Arboles: mitos, leyendas, poetas, historia, relatos y síntesis botánica” avisa desde el título que es un potpourrí de pensamientos y emociones sobre arboledas. Es también un manual de identificación de especies comunes en nuestras plazas, calles y parques rurales que incluye, cómo no, el nombre en latín pero también una canción o poema, una anécdota literaria, un elogio personal.

Quien mire con alguna atención este libro verá que esta parte de nuestra flora se compone de una creativa mezcla internacional, de ombúes criollos y gingko bilobas chinos y japoneses, de hayas americanas y robles europeos, de palos borrachos y palmeras subtropicales unánimemente inmigradas. Es un deleite este catálogo, bien editado por Letemendia y escrito con mano segura por alguien que plantó mucho y pensó mucho en lo que plantó.