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Sábado, 15 de octubre de 2016

Un vecino que convive

El nuevo edificio de oficinas y viviendas propuesto para el Palacio Paz muestra respeto, tiene arquitectura y crea un espacio urbano en la ciudad.

 Por Sergio Kiernan

En estas cosas del patrimonio las tristezas son más que las alegrías, tal vez porque la entropía es ley, tal vez porque los contadores mandan. Es raro tener una buena noticia, un destello de sanidad, con lo que lo que está pasando con el Palacio Paz es destacable. Después del resistido anuncio de un vecino horrendo y dañino, el Círculo Militar y los inversores hicieron algo francamente raro entre nosotros, barajaron y dieron de nuevo. Con esta cordura y la participación de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, que tiene la tutela del palacio, se está lanzando un proyecto muy superior que tiene algunos toques urbanos de convivencia.

El Palacio Paz es muy probablemente el que más se merece ese nombre, tan abusado entre nosotros. Es un edificio de doce mil metros cuadrados y 140 ambientes creado por Louis-Marie Henri Sortais como una suerte de glifo de la arquitectura francesa en Buenos Aires. José C. Paz pensaba mudarse al palacio con su mujer e hijos, y también usarlo como escenario de sus ambiciones presidenciales, pero murió en 1912 cuando todavía no estaba terminado. En 1938, el palacio pasó a ser el Círculo Militar.

En esa época, el edificio que vemos todavía frente a la Plaza San Martín tenía un jardín de invierno, hoy esfumado, y un edificio-cochera sobre Esmeralda que complementaba en estilo el principal. Esa cochera “abría” el conjunto con una importante entrada de carruajes que permitía al paseante ver el jardín y las fachadas internas del palacio. Pero los nuevos dueños lo reemplazaron a poco de mudarse con un masivo volumen vagamente racionalista de varios pisos de altura, un mal vecino que cerró la vista al jardín y ayudó a matar la cuadra de Esmeralda.

Como se ve en la imagen, el edificio que propone Real Estate Developers tiene una volumetría original. Para empezar, se acomoda a sus vecinos y es más bajo hacia el sur y más alto hacia el norte. Esto es porque sobre Esmeralda y hasta Marcelo T. de Alvear hay un edificio catalogado y relativamente bajo, mientras que hacia Santa Fe la cuadra sube. El resultado es un ordenamiento de alturas y volúmenes que completa una “manzanita” hacia el norte y no enaniza al vecino patrimonial.

El diseño recupera la transparencia hacia el jardín creando una galería abierta, que permite simplemente entrar caminando desde Esmeralda al jardín del palacio. Como también se va a dejar abierto el portón principal del palacio sobre Santa Fe, se va a crear un espacio público, una especie de plaza privada pero con acceso como las que abundan en Dublín, un parquecito secreto. El diseño de este espacio se está trabajando con la Comisión Nacional, de modo de hacerle eco a la sencillez proverbial del original. Como la planta baja del nuevo edificio es toda de vidrio, la transparencia hacia el jardín ni siquiera requiere entrar para verlo.

El proyecto es un edificio de once pisos en la parte más alta que incluye un gimnasio de más de mil metros cuadrados privativo del Círculo, una piscina, salones de ejercicio y un polígono de tiro, en reemplazo del elefante racionalista demolido. Sólo la pedana se muda al palacio, a una de las gloriosas mansardas. Bajo tierra se proyectan 57 cocheras para los 94 departamentos, con la aclaración de que no se excava el jardín sino el edificio demolido y una playita interna de estacionamiento. La sinergia propuesta entre el edificio nuevo y el palacio es tal, que se habla de que se puedan alquilar salones para eventos o reuniones, con catering incluido (el Círculo tiene un restaurante abierto al público en el primer piso). El proyecto de obra coincide e incluye un extenso programa de restauraciones del Palacio Paz, comenzando por su cúpula de gloria.

Ahora hay que hablar del diseño del estudio Richter-Dahl Rocha, a caballo entre Lausana y Buenos Aires. La actitud de respeto en las alturas y la forma –la fachada interna sigue la curva de la caballeriza original, aunque genera algunas plantas complicadas– se extiende a cosas como crear una marquesina hacia el jardín, como tenía la cochera, y una garantía repetida de que la calidad constructiva será superior a la magra normalidad porteña, algo digno del vecino.

Por supuesto, se va a hacer convivir un diseño neoclásico exquisito, con piel de piedra París, pizarras y herrerías de primera, con un diseño inmitigablemente moderno con mucho vidrio y las al parecer inevitables balconadas todo a lo largo. Pero se promete una piedra de revestimiento de un color más similar al tono del palacio, no del blanco brillante del render. Y, el pero de fondo, parece que resulta imposible entre nosotros considerar siquiera lo que harían en este caso en Estados Unidos, que es llamar a Bob Stern, David Schwarz o Leon Krier, por nombrar a tres, y encargar un diseño con al menos notaciones clásicas. En fin...

Por supuesto, es injusto pensar en estas cosas parados en el jardín del Palacio Paz viendo los fondos de los actuales vecinos sobre Marcelo T. de Alvear. Un hotel y un edificio de viviendas altos, feos, mediocres, descuidados, construidos sin pensar ni diseñar, cribados de aires acondicionados y cableríos pegoteados. Son tan enemigos de lo público que no va a quedar más remedio que moderar su impacto con barreras vegetales, árboles de rápido crecimiento o algo que facilite hacer como que esos bodrios no están. El nuevo vecino simplemente existe en otro plano conceptual, es producto de aceptar que hay que respetar el patrimonio, es un objeto urbano que quiere convivir y una pieza de arquitectura, más allá de los gustos propios.

¿Y El Molino?

La Confitería de Congreso festejó su centenario envuelta en los andamios de seguridad y las telas que se colocaron en noviembre, ya va para un año. Tiene una ley firme de expropiación, pero la operación de compra parece dormir el sueño de los justos en algún cajón del ministerio del Interior, encargado del asunto. Como para que quede en claro que el tema no está olvidado, este miércoles de Colón la Defensoría del Pueblo porteño hizo una jornada sobre los Bares Notables como patrimonio vivo de Buenos Aires que le dio privilegio de tiempo y espacio al Molino.

En la mesa estuvieron Miguel Mármora, Darío Biondo y Nora Luzzi, los tres del Programa Rector de Intervenciones Edilicias que piloteó la recuperación del Palacio del Congreso, muy probablemente la mayor y más exigente restauración encarada en este país. Tanto, que el mismo Congreso decidió que sea el equipo del Programa el que restaure el Molino. También estuvo Carlos Blanco por la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, Pablo Montes de la Cámara de Café, Patricia Corradini de la comisión encargada de los bares históricos porteños, Pablo Vinci de la dirección porteña de Patrimonio y José Palmiotti de la defensoría del Turista.

El evento fue en el nuevo edificio de la Defensoría en la avenida Belgrano, la vieja sede de Página/12, y al final quedó en claro que ya no hay dudas del valor social y cultural de nuestros viejos café. Tampoco quedó dudas sobre la ansiedad del público sobre el Molino: la gran pregunta fue ¿cuándo? ¿cuándo? Mármora puso un límite a la pregunta, avisando que la ley de expropiación vence en septiembre de 2017, menos de un año...

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