› Por Antolin Magallanes
Es normal para el ojo del viajero y no para su escándalo, recorrer muchas ciudades del mundo donde la convivencia entre la producción y la ciudad es posible. Las riberas del Rin, del Támesis, el Misisipi o el Sena nos mostrarían no solo los paisajes que esperamos, sino algunos emprendimientos productivos, areneras, instalaciones portuarias, guinches, acopios sometidos a normas y reglamentaciones para servir al desarrollo urbano y productivo.
Hoy vemos cómo muchos de esos ríos se recuperan y también cómo cada uno tiene una identidad que lo hace único. Si bien pueden tener iniciativas similares para su recuperación, exigen tratamientos específicos de acuerdo a sus realidades socioeconómicas y culturales. Por eso, en esos ríos es posible ver que muchas industrias tuvieron que emigrar, otras reconvertir sus procesos de excedentes y otras adecuarse para no ser en ningún caso contaminantes.
Aquí entonces aparecen las preguntas. ¿Cómo es posible que aun hoy, a casi ocho años del fallo Mendoza, el Mercado de Liniers siga ingresando ganado en pie a la Ciudad, cosa que está prohibida por la Constitución de la Ciudad desde 1997? El Mercado sigue vertiendo sobre el Arroyo Cildañez, generando una de las mayores fuentes de contaminación del Riachuelo. ¿Cómo es posible que para todas las industrias de la cuenca hubiera una legalidad progresiva, un compás de espera para ir adecuando sus procedimientos, pautada y gradualmente? Ese gradualismo no benefició a otras empresas como las areneras, que no son contaminantes dicho sea de paso. En ninguno de los grandes ríos del mundo se prohibió la navegación para recuperarlos, es más, fue un factor constante de vigilancia en las aguas sobre el cual se estructuraron las mejoras, manteniéndolos activos con férreas reglamentaciones. Es sabido que la navegación tiene hoy una serie de requisitos que impiden contaminar y que es uno de los medios de transporte que mejoran el traslado cargas en las ciudades.
¿Cómo se entienden entonces los movimientos mayores de agua, sobre dichos barros, que seguramente producen una sudestada o las lluvias en caudal bajante del río?¿Contamina más el ocasional movimiento de una hélice en el barro superficial que la de las industrias que aún no han alcanzado los parámetros fijados por las autoridades? Debe destacarse que existen normativas que garantizan que no haya daño ambiental y que se pueda navegar. Así es la que rige aún en el Puerto de Buenos Aires (Ordenanza marítima N°1/1974 PNA), la cual autoriza la navegación que bajo quilla tenga un pie de profundidad.
¿No será ese un buen criterio para hacer respetar? Es sencillo y claro, los barros no se pueden tocar y ese sería el margen de seguridad exigible ahora que no hay más objetos en el fondo. Se podría navegar de acuerdo al caudal de agua al momento de ingresar al Riachuelo, como se hizo siempre. Con ese criterio hoy podríamos tener navegando a empresas de transportes, barcos areneros, embarcaciones de limpieza de márgenes, de la marina, embarcaciones de seguridad como las de la Prefectura, y elementos navales más recreativos.
Eso es trabajo, eso es desarrollo vinculado al río, es apertura de almacenes navales, pequeñas empresas vinculadas a la náutica, electricistas, calafateros, marineros, maquinistas, artesanos carpinteros, amarras, tapiceros, mecánicos, ingenieros, administraciones públicas y privadas, bancos, consumo local, oportunidades turísticas y muchos oficios más. Eso se llama trabajo, una red económica de cara al río.
Se realizaron muchísimas gestiones y acciones por parte de la comunidad acompañando la solicitud de ACUMAR, de levantar la prohibición ante la justicia. Ya el camino de sirga fue liberado, ya no hay más objetos de gran volumen en sus aguas, que fue lo que generó la prohibición provisoria de la navegación. En la última audiencia pública realizada por ACUMAR, la mayoría de los participantes plantearon la necesidad de volver a navegar. Debería pensarse como incluir en el Plan integral de saneamiento ambiental una línea de acción que contemple esa petición para empezar a pensar el tema. De lo contrario, todo el ordenamiento del territorio que debe hacerse podría conspirar contra la actividad, ya que se decidirían usos de sus riberas, urbanizaciones y vialidades que la podrían condenar definitivamente.
La cuenca baja del río, La Boca, Barracas y Avellaneda le deben toda su prosperidad, fueron el primer puerto y cuando lo cerraron fue imparable la decadencia y el empobrecimiento. Sin puerto, la Boca perdió su economía, su arte y hasta sus cantinas. Cualquier idea de resurgimiento, debería empezar primero por el Riachuelo. Tal vez llegó la hora de recuperar el bagaje que porta el río. De pensarlo como una vía de unión, no sólo en su extensión sino también un su relación de dos orillas que siempre conformaron un mismo paisaje, que sólo la mirada pobre de una sociedad transformó en fosa. El río debe recuperar su envergadura, volver a tener una presencia marinera, reglamentada para ser navegado, mirado y pensado.
Recuperarlo seguramente nos dará un sentido perdido. Recuperarlo nos pondrá en un puerto para ir nuevamente a navegarlo, entendiendo su pasado pero pensando en su futuro, que ya a proa se avizora, si es que nuestro navío no se detiene.
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