Sábado, 29 de octubre de 2016 | Hoy
Por Sergio Kiernan
Hay un momento en que uno termina envidiando a Hisham Mortada, profesor, investigador, arquitecto, historiador, especialista en sustentabilidad que trabaja en Jeddah, Arabia Saudita, y es además profesor visitante permanente en Berlín. Es cuando empieza a hablar de Harrar, la legendaria ciudad amurallada en el sur de Etiopía, y hay que terminar felicitándolo por el plan de manejo y preservación que tuvo un efecto dramático en el lugar. Mortada es un especialista en la historia y la lógica de la arquitectura islámica, esa que termina en España como mudéjar, y piloteó un estudio en su país que en tres años fotografió, fichó, midió, describió y estudió 108 ciudades, pueblos y aldeas para crear un vasto catálogo de arquitectura a proteger. De paso, se formó un equipo de sesenta estudiantes y 25 profesores para seguir con un trabajo que promete preservar el patrimonio edificado completamente. El gobierno saudita está encarando y financiando patriadas como la que se está realizando en el puerto de Yanbu, en el Mar Rojo, un lugar viejísimo que en los años cincuenta fue elegido como un polo industrial. La ciudad nueva rodeó la muy especial Medina antigua, de la que sobrevive sólo una parte. Pues la Comisión de Antigüedades y Patrimonio Edificado del Reino de Arabia Saudita no sólo la está preservando legalmente, sino que disparó un programa de estudio y restauración. Y el argumento es simple: la arquitectura local es literalmente única.
Mortada es un hombre muy simpático y encantado de visitar otra vez Argentina para una conferencia. Recibido por Teresa de Anchorena, presidente de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, recorrió Buenos Aires con ojo clínico, encantado por la mezcla de estilos y escalas, muy interesado por la urbanización de las villas miseria, y dando una suerte de cátedra privada sobre uno de sus mayores amores, el adobe. Mortada se sorprendió bastante por la mala imagen que tiene la construcción en tierra en nuestro país, y se dedicó a desarmar los argumentos. Como la arquitectura árabe-magrebí y hasta egipcia abunda en formidables edificios de adobe, una tecnología que se extiende a Mali y entra al Asia en estilos de influencia musulmana, Mortada conoce casos para rebatir cada una de las leyendas negras. Edificios que tienen siglos de existencia con necesidades de mantenimiento normales, maneras para hacer del adobe una estructura antisísmica, una verdadera filosofía sobre la sustentabilidad y el bajo perfil de consumo energético de esa tecnología.
Es lo que se vio también en su visita al Instituto Buschiazzo de la FADU, donde hizo una presentación y un debate con los alumnos del seminario de sustentabilidad, en parte en inglés y en parte con traducción del árabe del doctor Hamurabi Noufouri, que enseña arquitectura árabe. Hubo ideas realmente potentes, como que la arquitectura en tierra literalmente no usa materiales porque puede ser vista como un simple reordenamiento del lugar donde se construye, o que la arquitectura que sigue las reglas más tradicionales es sustentable por definición, por su equilibrio entre recursos y resultados. Entre otras cosas, la tradición islámica implica naturalmente usar materiales estrictamente locales y reciclar todo lo que se puede, incluyendo la fábrica de edificios que se abandonan o dejan de usar. Este tipo de ideas resultan originales, explica Mortada, sólo porque para los europeos la Medina resultaba un caos irracional por sus calles meandrosas, alejadas de la cuadrícula. Pero sí hay una racionalidad, la del tejido urbano concebido “de adentro para afuera”, con el patio central de cada casa como simiente que acomoda la planta, con una suma de varias casas formando una manzana en general irregular, con la calle acomodándose a la habitación humana y no al revés.
Además de crear sombra y circulación de aire en climas bravos, este tipo de urbanismo termina repartiendo el comercio por toda la ciudad, que termina zonificada de facto como de uso mixto. Sólo hay una excepción milenaria, aquella de que todo lo que sea nocivo y molesto esté prohibido dentro de la ciudad. Oficios sucios, como la curtiembre, y comercios como la venta de animales se realizan extra muros. Y esto no surge de algún código moderno sino de la interpretación de ciertos textos religiosos muy claros y antiguos, ya que -otra sorpresa- Mahoma hasta legisla el ancho mínimo de las calles. En esta idea de moral urbana está la clave de que las ciudades árabes tradicionales tengan una altura pareja, una manera de no abusar del vecino, y que incluyan huertos y cultivos, ya que no es justo subir los impuestos para obligar a construir: el tejido urbano simplemente rodea a ese verde, que ayuda a la calidad de vida. Por supuesto, esto se aplica a ciudades tradicionales y no a las nuevas, pero Mortada cuenta el caso de Tucson, en Arizona, donde vivió y trabajó por años, y que tiene un código urbano que ordena varias de estas cosas: adobe, alturas parejas, patios. Esto es en parte por la tradición local del adobe, indígena y española, y en parte porque coincide exactamente con las pautas actuales de sustentabilidad y bajo impacto de energía.
Tal vez lo que más llamó la atención en la charla de Mortada fue escuchar hablar de arquitectura con conceptos como armonía, equilibrio, respeto al otro y al entorno, moral, modestia. Decir cosas como que es inmoral especular, monopolizar, bloquear y poluír es refrescante para el que lo escucha. Y subrayar que el ordenamiento urbano no es solamente ordenamiento visual, simetría, línea recta. Y terminar avisando que toda megaciudad es un síntoma de la injusticia del sistema económico porque sólo la mala distribución de recursos hace que voluntariamente vivamos apilados, y que un país entero tenga que pagar la cara forma de vida de la megalópolis.
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