Sáb 24.01.2004
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Clásica y moderna

Una casona de 1928 fue reciclada como sede parroquial de San Martín de Tours, en una obra premiada que mezcló restauraciones minuciosas, el rescate de una fachada y cambios drásticos en la circulación.

Si lo que cuenta es el espíritu, el estudio que capitanea el arquitecto Mederico Faivre se mereció sobradamente el premio recibido a fines del año pasado por su obra en la casa parroquial de la iglesia de San Martín de Tours. Construida en 1928 como residencia particular de alto vuelo, la casona afrancesada estaba en un estado lamentable, con su tercer piso demolido por el tiempo, el descuido y el desborde de aguas de tanques y lucarnas rotas. Compromisos estructurales, saqueos, vandalismo, en fin, todo lo que puede pasarle a una construcción de este lado de la demolición lisa y llana. Con paciencia y tino, los padres agustinos y los arquitectos hicieron renacer el edificio, lo reciclaron conservando lo salvable de su estilo original y le devolvieron a la ciudad una fachada intacta, intocada por todo anacronismo. Por dentro, la casona se transformó en un lugar de uso comunitario, integrado física y funcionalmente a la parroquia y su escuela, sin perder su aire a residencia de valor patrimonial.
La obra es por un lado una intervención profunda a una casa en estado terminal, y por el otro un trabajo coordinado con dos edificios linderos. Es que por sus fondos la residencia se toca con el colegio agustino, y por su medianera lateral con la iglesia de San Martín de Tours, muy manierista y bien lograda en el estilo neorrománico por Acevedo, Becú y Moreno. La iglesia tenía problemas de luz y resultaba calurosa porque sólo tenía ventanas sobre su lado izquierdo. Al integrarse al conjunto la casona, sobre el lado derecho viendo hacia el altar, fue posible abrir otras tres que siguen en todo forma y tamaño, y permiten la circulación del aire. La iglesia también recibió un nuevo sistema de iluminación, un despeje de cables e instalaciones, y un sistema antipalomas.
A su vez, la existencia de un nuevo predio permitió que las viejas oficinas parroquiales, instaladas en el edificio a la izquierda, fueran desarmadas. En el lugar se creó un bonito atrio con aires medievales, que permite que los muchos casamientos de San Martín de Tours comiencen y terminen allí, y no en la estrecha vereda. Este atrio tiene buen acceso a la calle y se abre por varias puertas vidriadas al secreto jardín del colegio.
La casona, entonces, es la nueva oficina-biblioteca-sala de reunionescapilla y claustro privado de los padres. La fachada de planta baja y dos pisos fue cuidadosamente restaurada y limpiada, con una detallada consolidación de sustratos desprendidos, uso de resinas consolidantes y pernos de bronce fijados con morteros epoxi. Con la reconstrucción de molduras y ornatos perdidos, un trabajo fino en las carpinterías –en particular en el casi perdido portón de entrada–, herrerías a nuevo y el vitral del ventanal de planta baja puesto en valor, la casa luce nuevo. De hecho, mejor: el balcón del segundo piso ahora tiene su propio drenaje y dejó de ser una laguna peligrosa y una fuente de inundación para los niveles inferiores.
La residencia tiene un gran patio trasero, con un bonito edificio con pérgola que alguna vez fue el garaje. En este espacio se abren los tres ventanales de la iglesia y una gran pared corrediza de vidrio que alegra el comedor y sala de estar de los chicos de la escuela. La fachada interna de la casa tiene cuatro –y no tres– niveles con una encantadora variedad de ornamentos. Lo más llamativo es la pseudo torreta a la derecha, que alojaba una estrecha, incómoda y finalmente irrescatable escalera de servicio. La planta baja muestra arcos desiguales, el primer piso un amplio ventanal vidriado con balcón francés, el segundo dos ventanas-balcón rectangulares y el tercero una loggieta, reflejo de la semiconstrucción en la terraza. Esta fachada, que mira al sur, estaba en pésimo estado: al contrario que la principal y pública, no era en símil piedra sino apenas un enlucido a la cal, con años de intervenciones desprolijas, infinitas capas de pintura y mil problemas. Fue completamente reconstruida, en un símil piedra elegante y aislante. Uno de los principales problemas que enfrentaron los profesionales fue el derrumbe parcial del último piso y el daño estructural consiguiente. Había que trabajar a cielo abierto, por así decirlo, desarmando el edificio de arriba hacia abajo. La solución fue montar un parabólico, inversión que permitió trabajar sin interrupciones climáticas y con perfecto control.
El principal cambio que se ve en la casona es la circulación y en su calidad de luz natural y aire fresco. Este cambio se materializa drásticamente en la escalera original viajando de la medianera izquierda a la derecha –o de la este a la oeste– con el volumen original alojando ahora un ascensor. Este cambio tan radical se debe en parte al estado ruinoso del lugar, y en especial de la escalera de madera, y a las obligaciones modernas de seguridad de un lugar público donde hay chicos y grupos constantemente. La nueva escalera cumple la legislación antiincendios, ineludible a menos que se trate de un lugar patrimonial en estado prístino.
De paso, se mejoró considerablemente la iluminación natural de la casa, que resultaba bastante lóbrega. La escalera está envuelta en vidrio y tiene una gran lucarna arriba, equipada con ventanas que, de ser abiertas, la transforman en una chimenea de aire cálido. Igualmente, el ascensor empuja aire caliente hacia sus salidas, y sus pavimentos laterales –donde antes había escalera– son parcialmente de vidrio. En un día soleado, la casa tiene un notable grado de luminosidad que hace innecesarias sus luminarias.
El resto fue restaurado y equipado con cuidado. Muchos pisos, cerramientos y vitrales ganaron una segunda vida, mientras que los cielos rasos y las molduras de los tres salones principales –dos sobre la calle, uno sobre el jardín– dieron tanto trabajo que Faivre habla con orgullo de la oportunidad de mantener oficios tradicionales. La distribución de espacios había sido tan alterada que hasta costaba reconocer dónde estaban algunos ambientes originales. Hoy, la casa funciona entre salones amplios y oficinas privadas. La planta baja recibe al visitante con una recepción y un vestíbulo distribuidor generoso en boisseries y puertas avitraladas –todas reconstruidas y remontadas–, y para los chicos hay discretas medidas de seguridad como refuerzos de acero en los vitrales y waists en dado de materiales lavables. Imperceptible, el edificio tiene un complejo sistema de cableado para informática.
¿Qué balance hacer de la obra? Por un lado está el caro y extenso trabajo de yeseros, carpinteros, vitralistas y herreros que tuvieron sede en la calle San Martín de Tours. También el amoroso cuidado de las fachadas y los elementos rescatados de la obra original. Por el otro, por la tensión entre historia y nuevos usos –y nuevas leyes–, las alteraciones drásticas a la misma entidad de la casona. El resumen es positivo, en particular porque cumple en mantener la parte social, la que es de todos y se vuelca a la calle, intacta en una zona histórica en peligro.

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