Minimalismo
Dos viviendas en la avenida Melián muestran los resultados del respeto: con fachadas restauradas e interiores modernos, fueron premiadas por su tratamiento del patrimonio.
› Por Sergio Kiernan
La avenida Melián está en medio de una de esas creaciones porteñas, salidas así como de casualidad, que casi justifican que exista esta ciudad. Belgrano R puede ser visto como un barrio paquete y nada más, pero eso es limitado porque también es un barrio hermoso, y hace rato, mucho rato, que el dinero casi no se usa para crear cosas que sean algo más que caras. También es un barrio de profunda influencia inglesa, no tan común entre nosotros cuando se trata de ladrillos. Y como si eso no alcanzara, es un capítulo bien construido de ese libro a cielo abierto de historia de la arquitectura que es Buenos Aires, la ciudad donde se construyó el Renacimiento, el Clasicismo, el Academicismo y todos los ismos, pero en el siglo XX.
La arquitecta Silvia Lennie trató un pedacito poco visible de este patrimonio, una propiedad que resulta modesta en medio de las casonas de jardines maduros del barrio y las guarangadas novedosas de la avenida. Son dos propiedades de Melián al 1800, casitas Art Decó de 1932 a las que les había ido muy mal en la vida y cuyo reciclado le ganó a Lennie uno de los premios al tratamiento del patrimonio entregados en la SCA en noviembre del año pasado.
Hace 72 años, el terreno doble fue ocupado por dos edificaciones casi idénticas, de planta baja y primer piso, que claramente jugaban entre sí en el estilo de sus fachadas y compartían motivos como guardas y herrerías. En total, eran cinco viviendas estrechas y utilitarias. Tras infinitos pases de manos y pese al rango del barrio, estaban desechas y abandonadas cuando fueron compradas para ser transformadas.
Lennie transformó los cinco departamentos insuficientes en dos casas amplias y deseables. Y aquí viene lo que fue premiado: las fachadas apenas indican el cambio, manteniendo estilo, herrerías y bastantes carpinterías. Al contrario que en la mayoría de los casos –donde los nuevos dueños parecen ávidos de marcar que ahora sí empezó una nueva etapa en la historia de sus casas–, el impacto es mínimo y minimizado. Por ejemplo, en la propiedad del 1815, la de la derecha en la foto y la más ancha en fachada, las tres puertas de entrada a sendos estrechos pasillos de departamentos fueron unidas en un cerramiento. Lo mismo ocurrió con la doble puerta del 1819, originalmente dos puertas.
Las fachadas dieron bastante trabajo, por el avanzado deterioro de sus materiales. Ahora están todo lo aproximadas al original que se pudo reconstruir, adivinar, deducir. Por dentro, Lennie y su equipo hicieron un amplio trabajo artesanal para recuperar hierros, maderas, piedras, baldosas y yeserías originales, muchas veces sin lograrlo. Por ejemplo, en el caso de las lindas escaleras internas originales, bonitas y de madera pero totalmente desvencijadas y podridas en los años en que las casas estuvieron abandonadas. Aun así, las nuevas viviendas tienen pinoteas, puertas y ventanas setentonas, mantienen sus generosas alturas internas.
El resto es lo esperable en un reciclado integral de propiedades ruinosas para un mercado de alto valor: todo a nuevo, espacios abiertos, aprovechamiento de luz y cambios radicales de mucho de las plantas originales.
Melián, como buena parte del barrio, está ahora protegida y las abominables torres que rompen el lugar no pueden ya repetirse. Belgrano R, parece, no se va a tornar tan mexicano como su abrumado vecino, Belgrano a secas, donde una vez se pudo ver el cielo y –recuerdan los viejos– estacionar. Pero las zonificaciones, fots y demás barreras no pueden legislar el respeto al diseño, al aspecto de las cosas. Por esto es destacable esta propuesta mínima, donde el dinero se gastó cuerdamente donde hace falta y donde no se le enmendó la plana al patrimonio. Lennie no sólo se ganó un merecido premio, sino que ciertamente no perdió un centavo.