La casita de Jobs
Al magnate de Apple y Pixar ya no le gusta su mansión, un rancho histórico de 1926 que ahora quiere demoler. El debate legal e histórico muestra cómo se manejan estos temas en países donde hay leyes patrimoniales (y se las cumple).
Por S. K.
El multimillonario presidente de Apple y Pixar, Steve Jobs, quiere demoler una casona neocolonial de 1926 en Woodside, California, para construirse una nueva. Una demolición más, sólo que ésta desató una polémica con los preservacionistas locales, particularmente militantes. La manera en que se conduce el debate alrededor de la casa es ejemplar de cómo se tratan en democracia estos temas y de los años luz que nos falta recorrer para tener entre argentinos algo más que decretos y piquetas arbitrarias.
Woodside es un suburbio boscoso cercano a Palo Alto, la comunidad californiana de alta tecnología que forma el corazón del Silicon Valley. Con alto cociente de millonarios por metro cuadrado, el suburbio es ya un viejo campo de batalla entre los que subrayan la importancia patrimonial y social de ciertos edificios y los que sostienen que la propiedad privada es privada, y listo. La razón es que Woodside es paquete desde hace muchos años y abunda en viejas mansiones.
En 1983, Jobs se compró una de 1926, que perteneció al magnate del cobre Daniel Jackling. El diseño de George Washington Smith es una elongada pseudo-hacienda mexicana, blanca, con techos de teja, arcadas, persianas verdes, muchísimos detalles en cobre y un claro aire a colonia de vacaciones de la primera época peronista. El caserón tiene 1700 metros cuadrados construidos, 14 dormitorios, trece baños, un toilette, salones y dos hectáreas y media de parque y arboledas. Para los patrimonialistas locales, es un fino ejemplo de Spanish Colonial Revival; para Jobs –que vivió muy poco en el lugar y ahora lo mantiene cerrado– es “una de las mayores abominaciones que he visto en mi vida”.
Hace un año, Jobs pidió permiso para demoler o remover –y ahora se verá la importancia de la palabrita– la “abominación” y construir otra cosa. Por un lado, prometió que la obra nueva respetará el minucioso código local, y por el otro negó formalmente que su casa tuviera valor histórico. La oposición, por su parte, presentó un pedido para que la mansión entrara en el Registro Histórico de California y tuviera protección bajo el Acta de Calidad del Medio Ambiente, que también cuida el aspecto cultural de la ecología.
En junio, y después de escuchar largamente a ambos bandos, la comisión de planeamiento de Woodside emitió un fallo realmente peculiar. Jobs recibió un permiso condicional para “despejar” su tierra, pero con el mandato agregado de ofrecer la casa durante un año al que quisiera llevársela. El abogado de Jobs, Howard Ellman, explicó que su cliente no tiene inconveniente en regalarle la casa al que quiera desarmarla y volverla a armar en otro lugar: “Para él no tiene el menor valor”. De hecho, Jobs dijo en las audiencias que el constructor original de la casa era muy rico pero tenía mal gusto, lo que fue contestado por los preservacionistas con una clase sobre el lugar del arquitecto Smith en la historia de la arquitectura californiana.
El fallo de la comisión muestra que por un lado se dejaron seducir por Jobs y por el otro no quisieron aparecer como piqueteros –en el sentido de dar vía libre a la piqueta–. Jobs explicó que es dueño de un lote vecino que unirá con el que ocupa la casa hasta un total de 20 hectáreas y que construirá una casa “muy bonita, original y mucho más chica”, con lo que Woodside ganará urbanísticamente. Por el otro, tuvieron en cuenta que no es una casa cualquiera sino una obra de Smith, un rico operador de Bolsa que se hizo arquitecto para ejercer su amor por la arquitectura española y puso de moda el estilo californiano que todavía abunda por San Francisco y por Hollywood. Varias de sus casonas siguen existiendo y hay una en venta por 16 millones de dólares.
Como los preservacionistas apelaron, el 12 de octubre habrá otra sesión en el concejo deliberante de Palo Alto. Los que siguen el tema especulan con que el fallo final probablemente mantenga la orden de lograr que alguien desarme y se lleve la casa, o al menos que se use “el factor Ellison”. Este factor proviene de otro millonario extravagante, Larry Ellison,presidente de Oracle, que como su colega Jobs también compró una casa histórica y la quiso demoler. Ellison se construyó un palacio japonés medieval, con cascadas y jardines, pero tuvo que desarmar su casa de 1912, que fue diseñada nada menos que por Julia Morgan, la que le construyó San Simeon a J. Paul Getty. Ellison demolió la casa pero puso en un container carpinterías, herrerías y molduras, además de documentar minuciosamente la estructura. Como no quería estos elementos ni de recuerdo, Ellison le regaló los dos containers de materiales a Michael Kilroy, un arquitecto que los tiene en un terreno, esperando usarlos algún día en una casa propia.