Sáb 07.08.2004
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Muebles de la tierra

Tierra Adentro abrió filial en Palermo Viejo para exhibir sus muebles. Es otro lugar de maravillas, con el rigor artístico de una colección, pero juvenil.

Por Sergio Kiernan

María Emilia Lobbosco tenía un problema: a esa caja de joyero que es su Tierra Adentro en la calle Arroyo le faltaba sólo una cosa para ser perfecta, más espacio. En concreto, joyas, tejidos, objetos reinaban en un local donde no le entraban los muebles. Los amados catres, asientos, mesas, sofás. Las piezas grandes.
Como la calle Arroyo, su continuación natural en Alvear y las transversales son territorio de galeristas y anticuarios –lo que le va muy bien a la estrictísima selección de objetos de Tierra Adentro–, la solución vino por abrir filial en territorio de diseñadores y muebleros. El viejo almacén de Nicaragua y Thames, en Palermo Viejo, es el nuevo escenario donde se exhiben, ambientadas, las piezas que Lobbosco anda cazando por el interior, o que se crean especialmente, o que se resignifican y resucitan.
Al contrario que tantos otros y en compañía de una selecta minoría, en Tierra Adentro se toman muy en serio lo étnico, sin ponerse antropológicos. La base es la fe en la potencia del diseño crecido como yuyito, medio indio y medio español, sin libro pero con reglas, macerado y pasado de padres a hijos. Lobbosco cree firmemente que estos productos no son menos que nadie, que se llevan de la mano con una poltrona del Luis que quieras. Cuando la dejan ambientar, como que convence al más firme de los clasicistas, de los que juran sobre la lápida de Hepplewhite.
Sus muebles son lo más básico de lo básico: catres de madera y tiento, antiguos y modernos, todos santiagueños; sillas y mesas ya enclenques de puro viejas. En medio de la habitual explosión de colores de sus tejidos, traídos de medio país y de Bolivia, hay piezas nuevas y modernas, pero realizadas con la mente de antaño. Por ejemplo, las que hace el plástico Enrique Salvatierra, artesano en cuentagotas que produce muy pocas y envidiables sillas en incienso pintadas de negro con una pintura de su invención, de peculiar textura, o sillones de dos cuerpos en laurel al natural, todas con tientos plásticamente usados y toques, aquí y allá, de minimalísimo design.
Hay mucha cosa de ímpetu juvenil en Tierra Adentro. Están los almohadones que combinan tejidos andinos con piel de conejito. Está el puff-colchoneta forrado con un manto antiguo de colores increíblemente vivos y capitoneado con botones de plata mapuche, todo sobre una base casi abstracta, una tabla apenas tocada. Está el camastro de diseño propio, que toma el catre siestero de Santiago –ese que va a la galería cuando el calor es increíble– y le pone un mínimo toque asiático. Y servicios nunca vistos como el de las moquettes de tejidos naturales, teñidos con tonos sólo obtenibles con tinturas de cebolla, tomate, nuez.
Si uno se pone a ver los detalles, se nota por dónde pasa el standard absoluto de calidad, esto es, la verdad de las piezas. Hay una mesa ratona que es una madera rústica y despareja, pero trabajada con una mano tan sabia que haría llorar de vergüenza a los que realizan muebles “rústicos.” El lustre perfecto rodea al centro donde se hunde una caja con tapa de vidrio y fondo de cuero trenzado, lugar para exhibir objetos queridos o de turno, fácilmente cambiables.
También hay esos intentos románticos de renovar artes mustias por el desuso. Lobbosco muestra con orgullo un “echado”, que es un cuerito de animal curado y pintado a mano que se usa, justamente, para echarse. Objeto neolítico, fue pintado recientemente por un artesano sureño que busca retomar la lógica de sus ancestros y revivir lo que ellos hacían. Lo más notable es que nada de esto huele a museo: Tierra Adentro es para decorar con calidad pero con artículos verdaderos. Nada mal, ya que en artesanía no hay esas luces violetas que deschavan lo falsificado.

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