La aventura italiana
El Cedodal dedica su exposición y libro de este año a la inmensa influencia de los italianos y ticineses –suizos de habla italiana– que construyeron el país. Una notable colección de documentación y obras originales que explica buena parte de nuestra identidad cultural.
› Por Sergio Kiernan
Hace más años de los que uno quiere acordarse, un salteño de muchos abolengos dijo dos cosas que impresionaron a un joven porteño. Una fue al pasar, cuando explicaba algún misterio del alma salteña, que “ustedes los inmigrantes no pueden entender”. El hombre vivía en una casa vieja de dos siglos, coronada por el blasón de una familia que llevaba cuatro en el lugar, lo que permitía entender que los demás le resultaban “inmigrantes”. La misma casa explicaba la segunda frase, que vino poco después: “¿Le gusta esta casa? Debe ser original para usted, porque ustedes viven en casas italianas”.
El snobismo del aristocrático salteño –cuyo solar ocupa hoy un supermercado de lo más berreta– no le quita la razón: hasta en su propio terruño parece que todo lo maravilloso, lo patrimonial, lo lindo y lo que nos da identidad fue construido por italianos. Tan pervasiva fue su amable influencia, que los oriundi coparon hasta la definición de lo criollo: hay que saber algo de arquitectura para señalar que esa casa en el campo o en el pueblo, tan argentina ella, tiene piel italiana sobre su alma española.
El Cedodal –Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana– les dedica a los italianos en bloque su exposición y su libro de este año. El Centro que dirige el arquitecto Ramón Gutiérrez cambia por primera vez su hábito de concentrarse en la vida y obra de un autor en particular, y toma todo un fenómeno de varios siglos. El resultado, que se exhibe a partir de este jueves, promete ser formidable porque aplica la erudición de siempre a un fenómeno cultural que parece ocupar todo el horizonte.
Desde que hay una Argentina, esto es, desde los primeros españoles, parece que hubo italianos también, y muchos de ellos ocupados en la construcción. Para la gran inmigración, el fenómeno se hace masivo. En su ensayo principal sobre el tema, incluido en el libro que acompaña la exposición, Gutiérrez cuenta que en la segunda mitad del siglo 19 existía en el país una verdadera profesión de italianos activos en la arquitectura, la construcción, la compra y venta de terrenos y edificios, y la organización de empresas del rubro. Está la herrería industrial de los Vasena, están los empresarios que construyeron la parte del león de la gran obra pública de la época –como Besana, Simonazzi, Stremiz, Antonini y Cremona–, están los cientos de arquitectos y maestros mayores de obra que poblaron con todo tipo de estilos las ciudades y pueblos del país. El fenómeno fue de tan robusta identidad cultural y lingüística, que la muestra incluye explícitamente a los ticineses, los suizos de habla italiana que actuaron en Argentina.
Entre 1860 y 1890 nos llegó un millón de italianos, que pasaron a formar buena parte de la población de una Buenos Aires que tenía poco más de 660.000 almas en 1895. Semejante marea humana, complementada por muchas más nacionalidades, creó un verdadero boom constructivo, responsable por la aparición de casi 30.000 edificios sólo en Buenos Aires entre 1875 y 1897, con una media que en los últimos tres años de ese período llegó a las 1724 construcciones por año. La ciudad había crecido un 150 por ciento entre 1881 y 1897, y el 67 por ciento de los permisos de construcción fueron pedidos por italianos y ticineses. La proporción no extraña cuando se sabe que el 60 por ciento de los constructores era de ese origen, como el 65 por ciento de los carpinteros y el 70 de los herreros. En el censo de 1895 aparecen 394 arquitectos residentes en todo el país, de los cuales apenas 66 –el 17 por ciento– son argentinos. De los inmigrantes, el 45 por ciento, o sea 180, eran italianos.
La exposición analiza e ilustra esta goleada de italianos, que tuvieron la cancha para ellos hasta fines del siglo 19, cuando el academicismo francés les ganó algunos sectores, y siguieron siendo un pilar de identidad arquitectónica argentina. Francisco Tamburini ya había fundado la identidad edilicia del Estado, y en cada rincón se alzaban iglesias y catedrales en algún idioma peninsular. El fenómeno llegó hasta bien entrado el siglo veinte, con los Liberty florales tan italianos, y monumentos como el Barolo, con su discurso a la Dante y sus simbolismos neomedievales. La muestra no abunda tanto en la segunda mitad del siglo y deja planteada la tarea de hacerlo para equipos multidisciplinarios.
El que se acerque a la muestra podrá ver algunas joyas. Hay herramientas originales e instrumentos de dibujo, planos y alzadas originales, fotos y una gran cantidad de documentación gráfica de época. Son testimonios de una notable aventura cultural que literalmente formó un paisaje con el encuentro de dos vertientes, de dos almas que resultaron complementarias.
“Italianos y ticineses en la arquitectura argentina” puede visitarse entre el 18 de agosto y el 15 de septiembre, de lunes a viernes de 10 a 18, y los sábados de 11.30 a 16.30, en el Archivo y Museo Histórico del Banco de la Provincia de Buenos Aires, Sarmiento 362, con entrada libre.
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