Misiones - Para salvar a San Ignacio
Acaba de terminar la primera parte de la muy rigurosa restauración de un portal en el templo mayor de la misión jesuítica más famosa del país. Y ya se anuncia la segunda parte de un proyecto impecable que va recuperando el sitio histórico.
› Por Sergio Kiernan
El sitio arqueológico más conocido y visitado del país, la misión jesuítica de San Ignacio Miní, acaba de terminar la primera etapa de un muy riguroso trabajo de consolidación de estructuras arquitectónicas. La empresa fue realizada por un equipo interdisciplinario argentino con fondos del World Monument Fund, el Robert Wilson Challenge to Conserve Our Heritage, la Fundación American Express y la provincia de Misiones. También ayudaron la Fundación Antorchas y la Bunge y Born. El rigor del trabajo de restauración es francamente inusual en Argentina.
La obra fue realizada en el portal lateral este del templo mayor de la misión, que antaño miraba hacia el patio de la residencia de los padres. Es el que sostiene la famosa placa tallada con ángeles –ver tapa–, uno de los ejemplos más famosos del barroco americano en Argentina.
Este portal había sido restaurado en la década del cuarenta por Carlos Onetto, pero las cuatro vigas de madera que sostienen el dintel estaban profundamente podridas y cediendo. El muro por encima del portal ya había descendido doce centímetros, lo que originó una visible grieta a cada lado. La primera tarea fue apuntalar el dintel, para que no se derrumbara y terminara en pila de escombros.
Para peor, los muros adyacentes también están en problemas. Resulta que, originalmente, la gran iglesia tenía un perímetro de muros autoportantes, con un techo sostenido por columnas de madera independientes. Con los siglos, el vandalismo y la intemperie se fueron perdiendo sectores y se comprometió la integridad del conjunto, por lo que por todas partes hay apuntalamientos realizados hace una década. Pero como este sostén es de madera, los muros adyacentes al portal ya tenían una inclinación de 30 centímetros desde la vertical. También resultó urgente apuntalarlos a nuevo con metal.
Los fondos internacionales –provistos por el Wilson a través del WMF– eran suficientes para intervenir el portal, pero no se habían contemplado los muros adyacentes. Ahí aparecieron American Express y el resto de los donantes locales al rescate. Y comenzó un trabajo que parece simple, pero tiene una ingeniería diabólicamente complicada. En concreto, había que desarmar pieza por pieza el muro por encima del dintel, reparar las maderas y volver a armar el conjunto exactamente.
¿Por qué restaurar una restauración? Porque no se sabe exactamente cómo era la estructura original y porque Onetto, que lo encontró derruido, fue el que vio las piezas originales y, se asume, siguió la idea original. Así, se montó como un meccano un puente grúa para trabajar y remover las piedras. El dintel es un sandwich de tierra apisonada con cascotes encerrado entre dos muros de piedras. Se lo empezó a desarmar desde arriba, retirando la tierra –que se embolsaba y se volvió a utilizar–, fotografiando las piedras, realizando con una cuadrícula un dibujo de su posición y forma, y numerando pieza por pieza. Esto se hizo una y otra vez, capa por capa, durante dos meses.
Con el muro desarmado, se retiraron las piezas podridas de madera y se las reemplazó por otras de urunday, la madera que usaban los jesuitas, tan dura que todavía quedan en la misión piezas originales en un notableestado de conservación. A los cabezales y a la parte superior se les dio una capa de bitumen asfáltico y cada pieza recibió un “sombrero” de plancha de plomo de 1,5 milímetros de espesor, para protegerlos del agua.
Luego se volvió a montar todo exactamente como estaba, con dos excepciones. Una son las lajas que colocó Onetto justo encima de las vigas de madera, para sostener el muro. Al combarse las maderas, las lajas se quebraron en pedacitos. Como evidentemente no eran originales –la piedra era de un color totalmente diferente–, se las cambió por otras cortadas de la cantera en el río que usaron los jesuitas. Los bordes, visibles, se cantearon.
El otro elemento agregado son piedras de una de las jambas, ya perdidas, que también fueron reemplazadas. Todo lo agregado, maderas y piedras, exhibe grabado la leyenda “restaurado 2004”. El tope del muro ahora tiene un capeamiento –o capping– de cal y arena obtenida moliendo piedras de la misma cantera, de modo de terminar de impermeabilizar el conjunto.
La famosa placa de piedra tallada nunca se sacó, porque no se apoya sobre el muro removido sino sobre dos columnas autoportantes. Fue apuntalada por abajo y mordida en la vertical, para que no se inclinara. Esta pieza tan valiosa fue limpiada y consolidada.
En noviembre se van a anunciar los trabajos de la segunda etapa. Lo primero será un curso taller que reúna a los que trabajan en las misiones argentinas, brasileñas, uruguayas y paraguayas. Este curso sucede al que se realizó el año pasado en Brasil y antecede al que se hará el que viene en Paraguay. Luego, entre el 21 y el 27, se hará un detallado taller de práctica de conservación.
Ya hay fondos para intervenir lo que queda de la famosa fachada principal del templo, que muestra unos vigorosos helechos creciendo en las juntas de las piedras. Nuevamente, el apuntalamiento de madera está en pésimo estado y será reemplazado. También se trabajará en otros puntos críticos estructuralmente, como las esquinas del templo (ver foto).
American Express anunciará también en noviembre que dona 100.000 dólares a repartir en partes iguales entre misiones de Paraguay, Argentina y Brasil. Los fondos argentinos serán usados para replantear completamente el centro de interpretación, la vieja escuela donde se recibe a los 200.000 turistas que visitan cada año las ruinas, cuyo techo está siendo reparado por el gobierno provincial. Acindar, la Fundación Acindar y Bunge y Born también aportarán fondos.
El arquitecto Marcelo Magadán coordinó el proyecto de intervención del portal y ahora está a cargo del proyecto total en nombre del WMF. La investigación y proyecto fue de Gisela Korth, el registro de campo de Adriana Hermida, la restauración de la placa de Cristina Lancelotti y la investigación arqueológica de María Marchoff. El director del Programa de las Misiones Jesuíticas de la provincia de Misiones, arquitecto José Luis Pozzobon, supervisó el trabajo.
Trabajo que tiene muy impresionados a los visitantes y supervisores internacionales, porque está a la altura de un sitio que hace veinte años que es patrimonio de la humanidad. Algo muy claro de esta restauración es que se hizo con el máximo rigor posible, como corresponde a un edificio literalmente irremplazable.