Sábado, 29 de enero de 2005 | Hoy
Allá en Plátanos, Berazategui, sobrevive la casa familiar de los Bustillo, uno de sus conjuntos notables. La provincia y la municipalidad local están restaurando el sencillo galpón que fue atelier de César, el hijo artista, para hacer un museo que por fin abre al público una parte de esa belleza.
Por Sergio Kiernan
Modesto como el galponcito que es, escondido entre arboledas allá en Plátanos, al sur porteño, pulcramente desconocido para el que no sea un especialista de aquellos, en una esquina completa está el atelier del pintor César Bustillo. Con más de medio siglo encima, esta obra del gran Alejandro Bustillo, padre del artista residente, pronto será restaurada y transformada en museo. Para mejor, el galpón-atelier es apenas una pieza de un conjunto rural que sobrevive casi intacto, esparcido en lo que hoy son tres manzanas urbanizadas.
Cuando Plátanos era campo, era campo de los Ayerza. El joven arquitecto Alejandro Bustillo se casó con una hija de Ayerza y recibió de regalo una casa rural que no le gustó. El suegro se la cambió por cinco hectáreas frente a un arroyo bucólico y limpio, que contenían un rancho de adobes y techo combado. Ese modesto barro fue el nacimiento de un conjunto delicioso, aluvional y construido a lo largo de los años, a medida que la familia crecía y nacían ambiciones cabañeras.
Bustillo, padre de muchos hijos que a su vez tuvieron muchos hijos, remodeló el ranchito, construyó una casa que fue ampliando a lo largo y a lo alto, hizo casas para sus hijos y terminó transformando a “Mi Estancia”, abierta en 1931, en una suerte de villa rural privada. En los ‘40, a menos de cien metros de distancia, agregó “Las Hormigas”, un conjunto destinado a criar ganado: una cochera luego reciclada en galpón de vacas, varias casas para empleados, un pabellón para toros (hoy completamente absorbido por una fábrica, que lo oculta bajo un utilitario parabólico de chapa) y el galponcito rústico para los terneros. Ya que estaba, agregó un frontón para jugar paleta, que no todo en esta vida es trabajo.
El lugar era bucólico, un idilio, hasta que llegó la industrialización de la década del ‘50, la contaminación y el tránsito. El sur porteño dejaba de ser rural y la ciudad se esparcía anárquicamente, comiéndose las colonias inglesas y rodeando los campos. Bustillo terminó fraccionando y vendiendo lo que para entonces era uno de sus campos –aunque probablemente el más querido. Transformado en manzanas y loteos, las cinco hectáreas son hoy una plaza, dos cuadras de casas y fábricas, y el colegio María Ward, que contiene íntegro el conjunto de casas privadas de Bustillo, condición para que las monjas húngaras recibieran la propiedad a precio de liquidación. Enfrente, en un amplio lote de esquina, la familia se guardó la vieja cochera, las dos casitas y el galpón.
Es que para entonces César Bustillo lo tenía de atelier indispensable, un lugar sencillo y áspero donde pintar, esculpir y acumular las rocas traídas de otro campo de la familia, en las sierras cordobesas, que se transformarían en formas y animales. Bustillo Jr. ya era conocido, para el gran público, por el escandalete de sus murales para el Hotel Provincial de Mar del Plata, que ponían nerviosos regularmente a los púdicos funcionarios bonaerenses.
César Bustillo murió en 1969, apenas pasados los cincuenta. Su atelier siguió intocado, bajo custodia de la familia que siempre había cuidado “Mi Estancia” y “Las Hormigas”. El artista vivió ahí sus últimos años, una vida ascética en un galpón con dos ventanas sin vidrios, con un ínfimo loft de maderas bastas donde alojar un catre, los libros y tres pilchas, y un baño que consistía en un sanitario, su descarga y un lavamanos simplemente adosados al muro, a la vista de todos. Este pequeño mundo privado quedó intacto por años, con la boina colgada donde él la dejó por última vez.
En 1999, la Municipalidad de Berazategui organizó una exposición sobre Alejandro Bustillo, a quien quieren como artista propio. El año pasado hubo otra sobre César, pintor local porque hasta había nacido en Plátanos. Esta valorización incluyó a la ya amplia familia Bustillo, que prestó o donó obras y acabó dando un paso noble: donar el galpón, con un retazo de terreno, para un museo, preservando el resto para la familia cuidadora.Y, por esas felices coincidencias de la vida, el año pasado fue también el del Decreto 142, por el que la provincia de Buenos Aires adjudica dinero a sus municipios para obras patrimoniales. Berazategui prontamente presentó a su futuro museo César Bustillo, ya protegido como sitio histórico municipal.
El galpón es, físicamente, la modestia en sí misma. Tiene 62 metros cuadrados, cuatro paredes autoportantes y un techo de teja francesa atada con sus alambrecitos a una simplísima tirantería de madera basta. Entrando, a la izquierda, parte del techo –y no del cielorraso, que no lo hay– es de tejas de vidrio. El piso es en parte de ladrillo puesto de canto, en parte de cascote malamente cubierto en cemento. En cada muro principal hay una apertura de sencillez franciscana: un orificio cuadrado, con marco y una tapa de maderas que se levanta con un cordón para dejar entrar la luz.
Lo poderoso del lugar son las señas de quien lo habitó. Todo el interior del galpón, pintado de celeste, está completamente cubierto de prolijos graffitis hechos a pincel, con caligrafía de otros tiempos. Son frases metafísicas, consignas, reflexiones, típicas de una época en que los artistas procuraban pensar la vida, como lo hacía Torres García. Con la obra de consolidación inminente, el galpón está ahora casi vacío, con las muchas obras terminadas, a medio hacer o apenas esbozadas que dejó César guardadas a buen recaudo en el Museo de Berazategui, varias listas a ser restauradas. Cuando se inaugure el museo, se podrá ver nuevamente todo como lo dejó el artista, porque el lugar fue documentado para reubicar sus cosas exactamente.
El secretario de Cultura de Berazategui, Ariel López, y el responsable técnico, el arquitecto Eduardo Puszczyk, explican que los 46 mil pesos de la provincia serán aplicados a obra básica: humedades diversas, tejas que faltan, pinturas desvaídas, maderas comidas por las polillas y por las hormigas (que por algo el lugar se llama “Las Hormigas”). Los deterioros son visibles fácilmente, pero como nadie invirtió en destrozarlo –o “modernizarlo”, como dicen– también se puede imaginar fácilmente su perfección.
Una perfección que el suertudo de Leopoldo Marechal disfrutó en los años ‘30 y ‘40, en largas visitas a su amigo Bustillo. En un libro de la serie Artistas de América, editado por Peuser en 1944 y totalmente olvidado, Marechal escribe: “He debatido estas cuestiones con el mismo artista, en su residencia de Los Plátanos: es aquélla un pequeño universo de construcciones armoniosas que se dirían hechas para que cante la luz. Y la luz canta en las formas previstas y en los colores meditados.
Es una suerte que este lugar se conserve, y que una partecita sea abierta al público en breve.
El futuro Museo Atelier César Bustillo queda en la calle 43 (César Bustillo) entre 156 y 157, Plátanos, Partido de Berazategui, cerca de la salida Hudson de la autopista a La Plata.
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