Sábado, 9 de abril de 2005 | Hoy
Con el mismo estilo que dejó transformado en maqueta uno de los mejores ejemplos de Art Nouveau en la ciudad, se está por reinaugurar el viejo edificio del NBI en Cerrito y Corrientes, con su cúpula taponada de cemento.
Por Sergio Kiernan
Una vez es un error, por lo tanto potencialmente perdonable. Pero dos ya es estilo: el estudio Christin-Landi acaba de perpetrar otro ataque a gran escala a un edificio patrimonial, nuevamente con un aire a burla difícil de entender. Después de semidemoler uno de los mejores ejemplares de Art Nouveau de la ciudad, justo enfrente de los Tribunales, y dejar su elegante cúpula transformada en maqueta(foto de la izquierda, abajo y arriba), Christin-Landi está ya por inaugurar una “obra” en Cerrito y Corrientes, donde nuevamente la cúpula queda rodeada de hormigón, empequeñecida y desvirtuada (fotos de la derecha). Esta vez por lo menos hay que agradecerles que no hayan demolido entero el edificio, apenas destripándolo en sus interiores y acabando con todos sus cerramientos.
La esquina sur de Corrientes y Cerrito aloja una vieja sede del Nuevo Banco Italiano, desaparecido ya como tantos otros. Fue un predio elegante aunque no una obra maestra, satisfecho en seguir con solvencia el canon afrancesado y muy a gusto en la vieja Buenos Aires. La desgracia del edificio fue alojar una de las ramas empresariales más afines a la fantasía de que un cambio de identidad es necesario cada tanto y que ese cambio de identidad pasa por la piqueta y la muy mala y descartable arquitectura. El pobre NBI perdió así su espléndido portón original, de hierro colado y doble altura justo sobre la ochava, y sus ventanales de la altísima planta baja. Todo fue reemplazado por esa triste manía nacional, el blindex, verdadera marca de la pobreza de ideas.
Recientemente, el edificio comenzó a ser destripado a la vez que se construía en el terreno vecino sobre Cerrito. Pasando frente a la obra, quedaba la esperanza que el tratamiento fuera respetuoso, pese al cartel que anunciaba a los autores del proyecto. En vano: en los últimos meses ya se veía asomar sobre la terraza original un par de niveles más de losas, cosa de aprovechar cada metro posible dentro de la ley. La cúpula, entonces, queda como abrazada por la nueva altura del edificio resultante, en lugar de hacer lo que debe hacer una cúpula, que es subir como un remate airoso. La confusa imagen en el cartel publicitario del lugar muestra una suerte de mansarda con un hueco en la esquina para la cúpula reducida a la proporción de corcho de botella.
Esta deselegancia se completa con los cerramientos elegidos, típicos en sus metales amarronados y sus vidrios de una pieza, totalmente peleados con el vidrio repartido que siempre, siempre, tienen los edificios de este estilo. Y, sádicamente, desaparecieron las herrerías ornadas de cada balconcito. El resultado es, pues, una maqueta de 3900 metros cuadrados, que se pavonea de ser todo a nuevo.
Lo más amargo es que este tipo de atentados son pulcramente legales, ya que Buenos Aires no tiene una ley de protección de su patrimonio. Capada e impotente, la ciudad ni siquiera puede evitar demoliciones históricas de lo que ella misma sancionó como patrimonio protegido, por lo que hablar de regular qué se hace al reconvertir edificios a nuevos usos es un sueño de ingleses.
No parece ser el caso en otras ciudades argentinas. Por ejemplo, en Rosario la municipalidad acaba de mostrar su “voluntad política” de poner coto a la demolición sistemática causada por el boom local. Que se sepa, el gobierno rosarino no tiene ninguna inquina contra la industria de la construcción y sería imposible encontrar una declaración contra la verdadera explosión urbana que vive esa ciudad. De hecho, Rosario estuvo presente en los medios especializados últimamente por la cantidad y escala de sus obras nuevas, principalmente su costanera. Y vale agregar que la ciudad santafesina es todavía más huérfana de recursos legales que la porteña.
Y sin embargo, la intendencia local le dio pelea a la dueña de un bello caserón de principios del siglo XX en la esquina de Oroño y Urquiza, ubicación muy valiosa en el contexto actual. La secretaria de Planeamiento local, Mirta Levin, fue la protagonista de una compleja discusión para buscar una salida alternativa entre la piqueta y el daño económico a ladueña del caserón, que ya veía un edificio de altura en su terreno. Los rosarinos vieron desaparecer veinte edificios históricos y patrimoniales solamente el año pasado, experiencia normal para los porteños, y decidieron hacer algo. El caso está lejos de estar cerrado, ya que la dueña del edificio puede recurrir a la Justicia y apelar lo que es apenas una medida administrativa que impide una demolición. Pero es un fuerte y claro mensaje en una ciudad en la que se cuentan 2200 edificios preservables sólo en el área central.
Hasta en Bahía Blanca se están pensando estas cosas de otro modo. En lo que antiguamente era el centro-centro y hoy es un costadito anticuado, la plaza Rivadavia, se está remodelando el área verde y se están piloteando proyectos que recuperan un par de edificios tradicionales. Uno es la vieja sede el restaurante Roma, una esquinota italianizante famosa por muchos años que fue comprada para hacer un hotel y terminó en estacionamiento ruinoso por tantos años. La esquina conserva apenas su frente, que será reutilizado para locales independientes y oficinas en el interior.
Los porteños, en cambio, sólo podemos sentarnos a ver caer edificios en el polvo o en la burla, que parece ser la marca de fábrica de Christin-Landi.
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